A primera vista, la obesidad es una simple cuestión de kilos de más.
Sin embargo, cuando se observa un poco más de cerca, este fenómeno se
convierte en una cuestión compleja con múltiples ramificaciones e incontables incógnitas.
Uno de los rompecabezas que más preocupan a los científicos es
averiguar hasta qué punto el sobrepeso en sí mismo puede resultar letal.
En general, la obesidad está asociada a otros problemas que aumentan el
riesgo cardiovascular, como la diabetes o la hipertensión, pero ¿qué
pasa en los casos en los que el sobrepeso no va acompañado de estas
alteraciones del metabolismo?
Cada vez más investigaciones apuntan a que estos pacientes -que son
más numerosos de lo que se podría pensar- no tienen muchas más
posibilidades que el resto de morir por un problema del corazón, aunque
aún se están desentrañando los detalles de esta relación.
Según los datos disponibles, una de las claves podría estar en las características y la distribución de la grasa corporal.
Es decir, que no sólo importan los kilos de más, sino también a qué se
deben y dónde están colocados. Así, por ejemplo, no es lo mismo pesar
mucho por tener acumulada mucha grasa que si esto se debe a una gran
masa muscular. Del mismo modo, parece demostrado que la acumulación de
grasa en la zona abdominal -la circunferencia de la cintura- tiene un
efecto mucho más nocivo para la salud cardiovascular que la adiposidad
que se deposita en otras zonas corporales, como la cadera.
Estos hallazgos, relativamente recientes, han puesto de manifiesto
que las herramientas que habitualmente se utilizan para evaluar el grado
de obesidad -como el índice de masa corporal, (IMC), un parámetro que
se obtiene al dividir el peso (en kilogramos) por la altura al cuadrado
(en metros)- fallan a menudo.
"En muchos casos un IMC alto no se traduce en un exceso de grasa",
comenta Javier Salvador, investigador del Centro de Investigación en Red
de la Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn). "Son
necesarias otras herramientas para catalogar a los pacientes y saber si
su exceso de peso tiene algún impacto", añade.
Este especialista considera que la evaluación de la composición
corporal y la valoración de la grasa visceral proporcionan una
información mucho más veraz a la hora de catalogar a los pacientes con
obesidad y buscar el tratamiento más efectivo. "El IMC tiene que dejar
de ser la única medida que se utiliza en muchas consultas", subraya.
Bajar de peso
En este sentido, dos investigaciones publicadas esta semana en la
revista 'Journal of the American Medical Association' ('JAMA') muestran
hasta qué punto esta herramienta puede ser inadecuada.
De hecho, la primera de ellas da cuenta de cómo la grasa a veces
puede esconderse tras las báscula. Esta investigación realizó un seguimiento a 25 personas
que, durante varios meses, consumieron un exceso de 1.000 calorías al
día a través de tres tipos de dieta diferente (lo que variaba
principalmente era la cantidad de proteínas).
Los análisis realizados pusieron de manifiesto que quienes habían
tomado una alimentación baja en proteínas habían ganado menos peso que
el resto de participantes. Sin embargo, también demostraron que la cantidad de grasa que acumularon en su cuerpo era muy similar a la que habían almacenado los otros grupos.
Un estudio más pormenorizado de los datos sacó a la luz que los
individuos que siguieron un régimen alimenticio bajo en proteínas habían
perdido mucha masa magra (que incluye la masa muscular), un fenómeno
que no experimentó el resto, lo que explicaría las diferencias de peso.
Este trabajo, subraya un editorial que acompaña al estudio en la
revista médica, señala cómo graves problemas de acumulación de grasa
pueden ocultarse bajo un peso relativamente bajo. Es más, continúa el
texto, demuestran que dejarse guiar por el IMC sin entrar en otras
consideraciones -como la distribución adiposa- puede dar una información
errónea sobre el grado de obesidad y, fundamentalmente, sobre su
posible impacto.
La otra investigación muestra que tener un IMC elevado no debe ser un
criterio único de elección a la hora de plantearse una cirugía
bariátrica.
Los autores de este trabajo, dirigidos por Lars Sjöström, del
Hospital Universitario Sahlgrenska (Gotemburgo, Suecia) compararon la
evolución de 2010 pacientes obesos que se habían sometido a cirugía bariátrica
para reducir su peso, con la de otras 2037 personas con sobrepeso que
habían recibido unas pautas más o menos estrictas para cambiar sus
hábitos de vida.
Los resultados de su trabajo mostraron que quienes habían pasado por
el quirófano sufrían un menor número de infartos y otros eventos
cardiovasculares y, en general, tenían menos probabilidades de fallecer
por un problema de corazón. Sin embargo, paradójicamente, estos
investigadores también encontraron que este 'efecto beneficioso' de la
cirugía no parecía guardar ninguna relación con las pérdidas de peso
conseguidas por los participantes.
"Nuestros datos demuestran que tener un alto IMC de base no se
asociaba con mayores beneficios", subrayan los investigadores. Por
tanto, probablemente haya criterios de selección mucho más adecuados
para someterse a este tipo de operaciones que el índice de masa
corporal, concluyen.
Los investigadores no han podido dilucidar a qué se debían 'las
ventajas' obtenidas por los pacientes operados, por lo que reclaman
nuevas investigaciones que determinen los mecanismos metabólicos
implicados.
Fuente: elmundo.es
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