“Era tan inteligente que nos poníamos de acuerdo
aun en las cosas en que no estabamos de acuerdo”, así se expresó
Arturo Frondizi de Miguel Angel Zavala Ortíz, que como se sabe en
cuestiones políticas, aun cuando los dos pertenecían a la Unión Cívica
Radical todavía unida, tenían fuertes enfrentamientos políticos e
ideológicos.
Y realmente así lo fue. En su hospitalaria mesa de su viejo departamento de la calle Galileo, se sentó el país, juristas, políticos, académicos, jefes militares, empresarios, gremialistas. En esa mesa conversaban y cambiaban ideas, algunas veces con pasiones propias de las políticas desde Mario Amadeo, Marcelo Sánchez Sorondo a Arturo Jauretche, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Arturo Mor Roig, Arturo Ossorio Arana, Rogelio Frigerio y el jóven dirigente del radicalismo bonaerense Raúl Alfonsín.
Su casa era un foro de debates deslumbrantes; una suerte protodemocracia en contraste con la calle donde deambulaban las distintas dictaduras que asolaron a nuestro país.
Periodistas, ensayistas, diplomáticos argentinos y extranjeros, políticos, economistas (Roque Carranza, Felix Elizalde, Enrique García Vázquez, Alfredo Concepción, Bernardo Grinspun y hasta Raúl Prebisch) eran asiduos concurrentes a su casa donde se debatían, como se dijo, los problemas nacionales e internacionales más complejos
Desde el más humilde al más encumbrado siempre tuvo un oído, una opinión, una mano amiga en este personaje que encarnó la escasa estirpe del político de Estado pues era conscientemente –en línea con el pensamiento político moderno- que la autoridad del Estado está en función directa de su habilidad e inteligencia para satisfacer las demandas efectivas que se le presentan.
En su juventud había pasado fugazmente por el socialismo, al poco tiempo de aquel desgraciado 1930, desde su conciencia comprendió el hondo significado que para la democracia tenía el mensaje de Yrigoyen y abrazó de ahí y para siempre los ideales de la Unión Cívica Radical. Creía con inamovible convencimiento en la democracia y en sus valores: libertad e igualdad. Ellos lo animaron al estudio de los problemas nacionales e internacionales y a largarse por los sacrificados caminos de la militancia política.
En él convergieron dos cualidades muy difíciles de coordinar, el estudioso, el jurista autor del primer Código Aeronáutico y el militante sin tregua en la lucha contra el fraude electoral, los autoritarismos y la demagogia.
Su pertenencia partidaria nunca le impidió ser un político de Estado. Había estudiado a fondo los problemas económicos nacionales e internacionales. En medio de la borrasca política sabía distinguir la paja del trigo y cuando estaba ante una acción gubernamental positiva, no tenía temor a manifestar su coincidencia aunque se tratáse de un gobierno al cual era firme e irreductible opositor.
Como opositor fue enérgico e inclaudicable, así se lo exigía la dignidad argentina. Sin embargo no conoció odios ilimitados e irracionales. Alguna malicia corrió en ocasión de los bombardeos del 16 de junio de 1955, imputándole haber sido él uno de los autores. Nada de eso. Efectivamente voló a Montevideo en un avión militar conducido por el Capitán de aviación Wilkinson de Almeyra (fallecido) pero fue después del bombardeo y pidió asilo político en Uruguay previendo la represión que desencadenaría el gobierno de entonces. Aquel avión no había arrojado siquiera un panfleto revolucionario.
Su experiencia, estudio e ideales le hizo comprender que si bien la democracia constitucional era fundamental para el progreso del pueblo, esta misma democracia debía mejorarse así misma. Por eso concibió la democracia social como un perfeccionamiento de la democracia liberal, de la que nunca renegó sino que su idea era mejorarla en aras de políticas de justicia social. La democracia, pensaba, era la única forma posible de socialismo. Fuera de ella no había igualdad social posible ni distribución de la riqueza, ni derechos humanos, ni una política exterior que satisfaga los intereses nacionales.
Tanto desde el histórico bloque de los 44 como desde la tribuna oral y escrita, fue enérgico opositor al régimen peronista pero también lo fue del revanchismo. Sin aceptar nunca las conductas autoritarias de aquel régimen, supo comprender el fenómeno social que le abrió camino hacia el poder y pudo bucear sin reservas la idiosincrasia popular del peronismo. En esa línea y pasada aquella época de enfrentamientos tajantes que se transformaron en rencores ilevantables entre argentinos, intentó políticas de conciliación en base a principios democráticos y republicanos.
Por eso llegó a su viejo departamento Augusto Vandor. Se necesitaba encontrar soluciones nacionales por encima de los partidismos y en defensa de la democracia. “Sin democracia el barco de la República se hundirá y con él nos ahogamos todos, ustedes, nosotros: todos”. Acaso el destinatario de ese mensaje no alcanzó a comprender cabalmente aquello, luego fue tarde. Había que empezar de nuevo. Y empezó de nuevo. Habló largamente con le delegado del Grl. Perón, el ex canciller Dr. Jerónimo Remorino. Coincidieron en cuestiones de fondo, se comprendieron, se hicieron amigos. Perón también comprendió y estampó su firma a un documento político para la recuperación democrática y reconciliación de los argentinos. Arturo Illia también lo hizo. Años más tarde aparecería la Hora del Pueblo, después los históricos diálogos entre Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón. Aquello era consecuencia de la visión de un político de Estado. Veía más allá de las coyunturas.
El Canciller
Los distintos mentideros políticos lo sindicaron como un posible ministro de Economía en el gabinete del electo presidente Dr. Arturo Illia, el flamante mandatario le tenía reservado otro lugar, acaso conociéndolo como lo conocía, supo dar con el hombre para un cargo clave para su gestión: la Cancillería. Un lugar oculto, entre las sombras ¿qué será eso? . La diplomacia ¿un sitio incierto, lleno de claroscuros, habitado por personajes mitad frívolos y mitad sórdidos? ¿Se encontraría con el enemigo?
No hacía mucho había recorrido el mundo lo que le valió conversar con importantes líderes como Willy Brandt, Robert Kennedy, entre otros. Tenía una visión actualizada del mundo pero con qué se encontraría en ese Palacio San Martín escondido entre la densa y añosa arboleda de la Plaza San Martín. Sólo le quedaba el recuerdo de los grandes cancilleres de los gobiernos radicales, Honorio Pueyrredon (de Yrigoyen) y Angel Gallardo (de Alvear).
Comienza su gestión y muy cerca de ese inicio un acontecimiento de conmoción mundial: en la ciudad de Dallas es asesinado el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy.
Esa misma tarde en una desaparecida oficinucha de la calle Basavilbaso (el Palacio estaba siendo desratizado), está el flamante canciller asociado a un teléfono que lo contacta con nuestra embajada en Washington. En medio de una baraúnda de confusiones inquietantes se da vuelta y me dice en voz baja: me estoy acordando de un pasaje de Tocqueville cuando en la “Democracia en América” escribe: que hay hombres en los Estados Unidos que en nombre del progreso encuentran lo útil sin preocuparse de lo justo, de la ciencia lejos de las creencias y del bienestar lejos de la virtud. Consulté aquel clásico y encontré casi las mismas palabras. Había estudiado y releído innumerables veces aquel libro tan importante en la bibliografía de la ciencia política. Como que lo sabía de memoria pero lo más importante lo había comprendido a fondo. Tenía una enorme admiración por los Estados Unidos y por lo que significa para causa de democracia en el mundo, pero también conocía su lado oscuro. Aquel que aparece en el “Big Stick”, la “Enmienda Platt”, o el Tratado Hay-Bunau Varilla, en la historia de los golpes de palacio de los generales-dictadorzuelos que asolaron a América Latina y el Caribe. Veía en los Estados Unidos un país que daba enormes ejemplos a seguir pero también que era el eje de una política asimétrica e injusta en el comercio internacional que relegaba a nuestras naciones al atraso y al subdesarrollo, manipulando a su antojo los precios de nuestra producción.
Cuando asume la Cancillería hay perplejidad pero también solvencia política e intelectual. En definitiva es un político de Estado y hace uso de esas facultades que le son inherentes.
Fue el canciller de la soberanía pues condujo inteligentemente una política de reparación respecto de las Islas Malvinas que concluyó con la aprobación de la Resolución 2065/65 de la Asamblea General de Naciones Unidas – por la cual por primera vez en ese máximo foro internacional se reconoce la existencia de la disputa entre la República y el Reino Unido por el archipiélago malvínico. No sólo eso, también invitó al titular del Foreing Ofice Mr. Michael Stwart quien mediante un comunicado de prensa conjunto reconoció en nombre del gobierno de Su Majestad, la existencia del conflicto en los términos de la citada resolución comprometiéndose las partes a negociar en torno de esta cuestión. Aspecto fundamental para el desarrollo de las actuales negociaciones y argumento definitivo para demostrar que el Reino Unido reconoció oficialmente la disputa y no como la niega desde aquel nefasto 1982. El político de Estado no trabaja sólo para el presente, su visión alcanza el futuro.
No sólo fue el canciller de la soberanía, también el del justo trato internacional a las naciones más retrasadas. “La miseria de mi vecino también es mi problema” había definido el vejo canciller de Clement Atlee, Aunerin Bevan. La “Carta de Alta Gracia” pensada por él y Raúl Prebisch echó las bases de la Ia. Conferencia UNCTAD. Todo un manifiesto de las demandas del mundo en desarrollo por mayor justicia en el trato dispensado por los países centrales.
Era la fuente inspiradora y guía de lo que sería años después sería el Informe Willy Brandt sobre las relaciones Norte – Sur.
El 5 de marzo de 1964, Zavala Ortíz decía sin alardes pero con solvencia: “Los esquemas de Bretton Woods, concebidos para la estabilidad económica, han fracasado ... la estabilidad que buscamos no es una estabilidad en el estancamiento, es una estabilidad que permita el desarrollo y continua elevación del pleno empleo y de los niveles de vida”. Un político de Estado está por encima de los tiempos; sabe lo que habrá de suceder siguiendo la línea racional de causa – efecto. Los sucedido en los 90 le dieron ampliamente la razón.
Todas sus acciones son definiciones políticas hacen a la tradición de la política exterior argentina. Cuando la guerra civil en República Dominicana define: “Santo Domingo es toda América Latina”, el presidente Illia, siguiendo la política de Yrigoyen es tajante: “ni un solo soldado a Dominicana”. La Cancillería de Zavala Ortíz reclama ante Washington por la intervención unilateral en aquel país del Caribe.
Por los mismos fundamentos rechaza la intervención del gobierno cubano en Venezuela, cuyo gobierno democrático había probado que desde La Habana se suministraba ayuda y alentaba a la guerrilla de ultra izquierda y su objetivo era desestabilizar a la recién nacida democracia venezolana. Asimismo denunció los intentos de intervención a Cuba cuyo destino le pertenece exclusivamente al pueblo cubano.
El canciller Zavala Ortíz estaba atento a la defensa de los intereses nacionales en el orden internacional pero su pragmatismo era incompatible con las viejas hipocresías, era un pragmatismo con dirección política y fundamentos éticos.
Humanista, nacionalista y demócrata social
En 1961 publica un documento esencial donde vuelca todo su pensamiento político e ideológico que tituló “ La Democracia Social ” donde desarrolla un concepto moderno de la democracia de modo de superar y perfeccionar socialmente a la democracia liberal pero nunca rechazándola.
Es lo que hoy se llamaría un social demócrata o si se quiere un progresista que, a diferencia sustancial de ciertos progresismos sectarizados, se fundaba en la filosofía del humanismo solidario “Es hora –dice en la Junta Consultiva- que no le tengamos miedo al socialismo aunque podamos tener recelos con ciertos socialistas…”, luego citando al filósofo católico Karl Jaspers dice: “Socialismo es la tendencia universal de la humanidad actual a una organización actual a una organización del trabajo y de la participación que haga posible la libertad de todos los hombres…Exigencias socialistas se encuentra en todos los partidos. El socialismo es el rasgo fundamental de nuestra época”. “Nuestra economía, dice, es capitalista pero nuestra sociedad no es capitalista”. Pero como creyente inclaudicable de la libertad y la democracia rechazaba al “socialismo real” de la URSS al que, con fundamento, señalaba como totalitario y absurdo. Veía al socialismo como un denominador común de nuestra época, como también lo entendieron las grandes Encíclicas de nuestro. Acaso en sus creencias cristianas y humanistas y en aquello de aquel republicano español democrático y socialista Don Indalecio Prieto: “ soy socialista a fuer de ser liberal " sintetizaba su ideal filosófico político que se fundía con su hondo sentimiento nacional desde donde gestó su nacionalismo sustentado indefectiblemente en el ideal democrático. Su nacionalismo era un nacionalismo doctrinario al par que realista.
Fue un demócrata a tiempo completo que supo conjugar en su persona al luchador incansable, al pensador profundo y al político de Estado. Y al hablar del Estado sólo tenía el Estado de Derecho, el Estado asentado en la República y su división de poderes. En esto se unía a Alberdi cuando sostienes: “ el poder es la libertad del gobernante y la libertad el poder del gobernado” Del equilibrio de esta fórmula nacería el equilibrio y sabiduría de la sociedad democrática.
Convencido demócrata y de que los reclamos sociales, como el derecho de huelga, de libre sindicación, de cooperativismo, de intervención y administración de las empresas, de salario justo y de empleo, creía que la democracia social era consecuencia del desarrollo político de la democracia liberal. Esto lo llevó en una sonada intervención a coincidir abiertamente con Franklin Delano Roosevelt cuando sostenía: “yo no pediría a nadie que defendiera una democracia que, a su vez, no defendiera a todos los habitantes de la Nación de la indigencia y las privaciones”.
Era un antimperialista. Pero tenía ideas distintas y opuestas a las de Lenin. Su diferencia sustancial con aquel estribaba en que él sostenía que el imperialismo se gesta en la edad primitiva del capitalismo y no como sostenía Lenin para quien se constituía en la cúspide de su desarrollo. Esto lo desarrolla Zavala Ortíz en abril de 1957 años antes que el prominente miembro del gabinete laborista británico de Clement Atlee, Sir John Strachey, publicase su master piece “El Fin del Imperio”, donde, como se recordará, demuele la teoría leninista del imperialismo. “...No niego que el capitalismo sea imperialista … pero no se debe ser tonto y no ver la tendencia imperialista del comunismo.” Un político de Estado nunca se deja llevar por políticas ingenuas, consignistas o por sectarismos. Su visión siempre es abarcativa.
Un político de Estado
Zavala Ortíz entendió a nuestro país, sus vicisitudes, sus anhelos y sus desgracias. Entendió la distorsión que sufría nuestro federalismo definiendo: “hace tiempo que la Nación está haciendo de las provincias colonias, en vez de provincias”. Un político de Estado.
Sufrió los tiempos del fraude y las dictaduras a las que combatió sin cuartel. Se contaron cientos de historias falsas en torno a su actuación porque desde su serenidad de espíritu y madurez intelectual actuó con la fortaleza de sus arraigadas convicciones pero nunca con odios ni resentimientos. Supo pedir perdón por sus errores y supo superar agravios de toda forma.
Alguna vez dijo: “la política es la más absorbente de las mujeres”. A esa “mujer” le fue fiel hasta el fin de sus días, porque como político de Estado, esa “mujer” era la Patria misma con la que se consustanció desde que hizo uso de su razón y al ver en ella al Estado que nació al conjuro del grito sagrado de “libertad, libertad, libertad, … Ved en trono a la noble Igualdad”.
El revanchismo y la ignorancia que todo lo confunde bajó su cuadro en un salón de actos de la Cancillería y suprimió su nombre. Hay una plazoleta en el centro de nuestra ciudad que lleva su nombre, allí hay un pedestal que espera el busto. Pero más allá de los ornamentos hay un país que le está agradecido por su nobleza, su inteligencia y su patriotismo.
Un detalle, murió pobre.
Y realmente así lo fue. En su hospitalaria mesa de su viejo departamento de la calle Galileo, se sentó el país, juristas, políticos, académicos, jefes militares, empresarios, gremialistas. En esa mesa conversaban y cambiaban ideas, algunas veces con pasiones propias de las políticas desde Mario Amadeo, Marcelo Sánchez Sorondo a Arturo Jauretche, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Arturo Mor Roig, Arturo Ossorio Arana, Rogelio Frigerio y el jóven dirigente del radicalismo bonaerense Raúl Alfonsín.
Su casa era un foro de debates deslumbrantes; una suerte protodemocracia en contraste con la calle donde deambulaban las distintas dictaduras que asolaron a nuestro país.
Periodistas, ensayistas, diplomáticos argentinos y extranjeros, políticos, economistas (Roque Carranza, Felix Elizalde, Enrique García Vázquez, Alfredo Concepción, Bernardo Grinspun y hasta Raúl Prebisch) eran asiduos concurrentes a su casa donde se debatían, como se dijo, los problemas nacionales e internacionales más complejos
Desde el más humilde al más encumbrado siempre tuvo un oído, una opinión, una mano amiga en este personaje que encarnó la escasa estirpe del político de Estado pues era conscientemente –en línea con el pensamiento político moderno- que la autoridad del Estado está en función directa de su habilidad e inteligencia para satisfacer las demandas efectivas que se le presentan.
En su juventud había pasado fugazmente por el socialismo, al poco tiempo de aquel desgraciado 1930, desde su conciencia comprendió el hondo significado que para la democracia tenía el mensaje de Yrigoyen y abrazó de ahí y para siempre los ideales de la Unión Cívica Radical. Creía con inamovible convencimiento en la democracia y en sus valores: libertad e igualdad. Ellos lo animaron al estudio de los problemas nacionales e internacionales y a largarse por los sacrificados caminos de la militancia política.
En él convergieron dos cualidades muy difíciles de coordinar, el estudioso, el jurista autor del primer Código Aeronáutico y el militante sin tregua en la lucha contra el fraude electoral, los autoritarismos y la demagogia.
Su pertenencia partidaria nunca le impidió ser un político de Estado. Había estudiado a fondo los problemas económicos nacionales e internacionales. En medio de la borrasca política sabía distinguir la paja del trigo y cuando estaba ante una acción gubernamental positiva, no tenía temor a manifestar su coincidencia aunque se tratáse de un gobierno al cual era firme e irreductible opositor.
Como opositor fue enérgico e inclaudicable, así se lo exigía la dignidad argentina. Sin embargo no conoció odios ilimitados e irracionales. Alguna malicia corrió en ocasión de los bombardeos del 16 de junio de 1955, imputándole haber sido él uno de los autores. Nada de eso. Efectivamente voló a Montevideo en un avión militar conducido por el Capitán de aviación Wilkinson de Almeyra (fallecido) pero fue después del bombardeo y pidió asilo político en Uruguay previendo la represión que desencadenaría el gobierno de entonces. Aquel avión no había arrojado siquiera un panfleto revolucionario.
Su experiencia, estudio e ideales le hizo comprender que si bien la democracia constitucional era fundamental para el progreso del pueblo, esta misma democracia debía mejorarse así misma. Por eso concibió la democracia social como un perfeccionamiento de la democracia liberal, de la que nunca renegó sino que su idea era mejorarla en aras de políticas de justicia social. La democracia, pensaba, era la única forma posible de socialismo. Fuera de ella no había igualdad social posible ni distribución de la riqueza, ni derechos humanos, ni una política exterior que satisfaga los intereses nacionales.
Tanto desde el histórico bloque de los 44 como desde la tribuna oral y escrita, fue enérgico opositor al régimen peronista pero también lo fue del revanchismo. Sin aceptar nunca las conductas autoritarias de aquel régimen, supo comprender el fenómeno social que le abrió camino hacia el poder y pudo bucear sin reservas la idiosincrasia popular del peronismo. En esa línea y pasada aquella época de enfrentamientos tajantes que se transformaron en rencores ilevantables entre argentinos, intentó políticas de conciliación en base a principios democráticos y republicanos.
Por eso llegó a su viejo departamento Augusto Vandor. Se necesitaba encontrar soluciones nacionales por encima de los partidismos y en defensa de la democracia. “Sin democracia el barco de la República se hundirá y con él nos ahogamos todos, ustedes, nosotros: todos”. Acaso el destinatario de ese mensaje no alcanzó a comprender cabalmente aquello, luego fue tarde. Había que empezar de nuevo. Y empezó de nuevo. Habló largamente con le delegado del Grl. Perón, el ex canciller Dr. Jerónimo Remorino. Coincidieron en cuestiones de fondo, se comprendieron, se hicieron amigos. Perón también comprendió y estampó su firma a un documento político para la recuperación democrática y reconciliación de los argentinos. Arturo Illia también lo hizo. Años más tarde aparecería la Hora del Pueblo, después los históricos diálogos entre Ricardo Balbín y Juan Domingo Perón. Aquello era consecuencia de la visión de un político de Estado. Veía más allá de las coyunturas.
El Canciller
Los distintos mentideros políticos lo sindicaron como un posible ministro de Economía en el gabinete del electo presidente Dr. Arturo Illia, el flamante mandatario le tenía reservado otro lugar, acaso conociéndolo como lo conocía, supo dar con el hombre para un cargo clave para su gestión: la Cancillería. Un lugar oculto, entre las sombras ¿qué será eso? . La diplomacia ¿un sitio incierto, lleno de claroscuros, habitado por personajes mitad frívolos y mitad sórdidos? ¿Se encontraría con el enemigo?
No hacía mucho había recorrido el mundo lo que le valió conversar con importantes líderes como Willy Brandt, Robert Kennedy, entre otros. Tenía una visión actualizada del mundo pero con qué se encontraría en ese Palacio San Martín escondido entre la densa y añosa arboleda de la Plaza San Martín. Sólo le quedaba el recuerdo de los grandes cancilleres de los gobiernos radicales, Honorio Pueyrredon (de Yrigoyen) y Angel Gallardo (de Alvear).
Comienza su gestión y muy cerca de ese inicio un acontecimiento de conmoción mundial: en la ciudad de Dallas es asesinado el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy.
Esa misma tarde en una desaparecida oficinucha de la calle Basavilbaso (el Palacio estaba siendo desratizado), está el flamante canciller asociado a un teléfono que lo contacta con nuestra embajada en Washington. En medio de una baraúnda de confusiones inquietantes se da vuelta y me dice en voz baja: me estoy acordando de un pasaje de Tocqueville cuando en la “Democracia en América” escribe: que hay hombres en los Estados Unidos que en nombre del progreso encuentran lo útil sin preocuparse de lo justo, de la ciencia lejos de las creencias y del bienestar lejos de la virtud. Consulté aquel clásico y encontré casi las mismas palabras. Había estudiado y releído innumerables veces aquel libro tan importante en la bibliografía de la ciencia política. Como que lo sabía de memoria pero lo más importante lo había comprendido a fondo. Tenía una enorme admiración por los Estados Unidos y por lo que significa para causa de democracia en el mundo, pero también conocía su lado oscuro. Aquel que aparece en el “Big Stick”, la “Enmienda Platt”, o el Tratado Hay-Bunau Varilla, en la historia de los golpes de palacio de los generales-dictadorzuelos que asolaron a América Latina y el Caribe. Veía en los Estados Unidos un país que daba enormes ejemplos a seguir pero también que era el eje de una política asimétrica e injusta en el comercio internacional que relegaba a nuestras naciones al atraso y al subdesarrollo, manipulando a su antojo los precios de nuestra producción.
Cuando asume la Cancillería hay perplejidad pero también solvencia política e intelectual. En definitiva es un político de Estado y hace uso de esas facultades que le son inherentes.
Fue el canciller de la soberanía pues condujo inteligentemente una política de reparación respecto de las Islas Malvinas que concluyó con la aprobación de la Resolución 2065/65 de la Asamblea General de Naciones Unidas – por la cual por primera vez en ese máximo foro internacional se reconoce la existencia de la disputa entre la República y el Reino Unido por el archipiélago malvínico. No sólo eso, también invitó al titular del Foreing Ofice Mr. Michael Stwart quien mediante un comunicado de prensa conjunto reconoció en nombre del gobierno de Su Majestad, la existencia del conflicto en los términos de la citada resolución comprometiéndose las partes a negociar en torno de esta cuestión. Aspecto fundamental para el desarrollo de las actuales negociaciones y argumento definitivo para demostrar que el Reino Unido reconoció oficialmente la disputa y no como la niega desde aquel nefasto 1982. El político de Estado no trabaja sólo para el presente, su visión alcanza el futuro.
No sólo fue el canciller de la soberanía, también el del justo trato internacional a las naciones más retrasadas. “La miseria de mi vecino también es mi problema” había definido el vejo canciller de Clement Atlee, Aunerin Bevan. La “Carta de Alta Gracia” pensada por él y Raúl Prebisch echó las bases de la Ia. Conferencia UNCTAD. Todo un manifiesto de las demandas del mundo en desarrollo por mayor justicia en el trato dispensado por los países centrales.
Era la fuente inspiradora y guía de lo que sería años después sería el Informe Willy Brandt sobre las relaciones Norte – Sur.
El 5 de marzo de 1964, Zavala Ortíz decía sin alardes pero con solvencia: “Los esquemas de Bretton Woods, concebidos para la estabilidad económica, han fracasado ... la estabilidad que buscamos no es una estabilidad en el estancamiento, es una estabilidad que permita el desarrollo y continua elevación del pleno empleo y de los niveles de vida”. Un político de Estado está por encima de los tiempos; sabe lo que habrá de suceder siguiendo la línea racional de causa – efecto. Los sucedido en los 90 le dieron ampliamente la razón.
Todas sus acciones son definiciones políticas hacen a la tradición de la política exterior argentina. Cuando la guerra civil en República Dominicana define: “Santo Domingo es toda América Latina”, el presidente Illia, siguiendo la política de Yrigoyen es tajante: “ni un solo soldado a Dominicana”. La Cancillería de Zavala Ortíz reclama ante Washington por la intervención unilateral en aquel país del Caribe.
Por los mismos fundamentos rechaza la intervención del gobierno cubano en Venezuela, cuyo gobierno democrático había probado que desde La Habana se suministraba ayuda y alentaba a la guerrilla de ultra izquierda y su objetivo era desestabilizar a la recién nacida democracia venezolana. Asimismo denunció los intentos de intervención a Cuba cuyo destino le pertenece exclusivamente al pueblo cubano.
El canciller Zavala Ortíz estaba atento a la defensa de los intereses nacionales en el orden internacional pero su pragmatismo era incompatible con las viejas hipocresías, era un pragmatismo con dirección política y fundamentos éticos.
Humanista, nacionalista y demócrata social
En 1961 publica un documento esencial donde vuelca todo su pensamiento político e ideológico que tituló “ La Democracia Social ” donde desarrolla un concepto moderno de la democracia de modo de superar y perfeccionar socialmente a la democracia liberal pero nunca rechazándola.
Es lo que hoy se llamaría un social demócrata o si se quiere un progresista que, a diferencia sustancial de ciertos progresismos sectarizados, se fundaba en la filosofía del humanismo solidario “Es hora –dice en la Junta Consultiva- que no le tengamos miedo al socialismo aunque podamos tener recelos con ciertos socialistas…”, luego citando al filósofo católico Karl Jaspers dice: “Socialismo es la tendencia universal de la humanidad actual a una organización actual a una organización del trabajo y de la participación que haga posible la libertad de todos los hombres…Exigencias socialistas se encuentra en todos los partidos. El socialismo es el rasgo fundamental de nuestra época”. “Nuestra economía, dice, es capitalista pero nuestra sociedad no es capitalista”. Pero como creyente inclaudicable de la libertad y la democracia rechazaba al “socialismo real” de la URSS al que, con fundamento, señalaba como totalitario y absurdo. Veía al socialismo como un denominador común de nuestra época, como también lo entendieron las grandes Encíclicas de nuestro. Acaso en sus creencias cristianas y humanistas y en aquello de aquel republicano español democrático y socialista Don Indalecio Prieto: “ soy socialista a fuer de ser liberal " sintetizaba su ideal filosófico político que se fundía con su hondo sentimiento nacional desde donde gestó su nacionalismo sustentado indefectiblemente en el ideal democrático. Su nacionalismo era un nacionalismo doctrinario al par que realista.
Fue un demócrata a tiempo completo que supo conjugar en su persona al luchador incansable, al pensador profundo y al político de Estado. Y al hablar del Estado sólo tenía el Estado de Derecho, el Estado asentado en la República y su división de poderes. En esto se unía a Alberdi cuando sostienes: “ el poder es la libertad del gobernante y la libertad el poder del gobernado” Del equilibrio de esta fórmula nacería el equilibrio y sabiduría de la sociedad democrática.
Convencido demócrata y de que los reclamos sociales, como el derecho de huelga, de libre sindicación, de cooperativismo, de intervención y administración de las empresas, de salario justo y de empleo, creía que la democracia social era consecuencia del desarrollo político de la democracia liberal. Esto lo llevó en una sonada intervención a coincidir abiertamente con Franklin Delano Roosevelt cuando sostenía: “yo no pediría a nadie que defendiera una democracia que, a su vez, no defendiera a todos los habitantes de la Nación de la indigencia y las privaciones”.
Era un antimperialista. Pero tenía ideas distintas y opuestas a las de Lenin. Su diferencia sustancial con aquel estribaba en que él sostenía que el imperialismo se gesta en la edad primitiva del capitalismo y no como sostenía Lenin para quien se constituía en la cúspide de su desarrollo. Esto lo desarrolla Zavala Ortíz en abril de 1957 años antes que el prominente miembro del gabinete laborista británico de Clement Atlee, Sir John Strachey, publicase su master piece “El Fin del Imperio”, donde, como se recordará, demuele la teoría leninista del imperialismo. “...No niego que el capitalismo sea imperialista … pero no se debe ser tonto y no ver la tendencia imperialista del comunismo.” Un político de Estado nunca se deja llevar por políticas ingenuas, consignistas o por sectarismos. Su visión siempre es abarcativa.
Un político de Estado
Zavala Ortíz entendió a nuestro país, sus vicisitudes, sus anhelos y sus desgracias. Entendió la distorsión que sufría nuestro federalismo definiendo: “hace tiempo que la Nación está haciendo de las provincias colonias, en vez de provincias”. Un político de Estado.
Sufrió los tiempos del fraude y las dictaduras a las que combatió sin cuartel. Se contaron cientos de historias falsas en torno a su actuación porque desde su serenidad de espíritu y madurez intelectual actuó con la fortaleza de sus arraigadas convicciones pero nunca con odios ni resentimientos. Supo pedir perdón por sus errores y supo superar agravios de toda forma.
Alguna vez dijo: “la política es la más absorbente de las mujeres”. A esa “mujer” le fue fiel hasta el fin de sus días, porque como político de Estado, esa “mujer” era la Patria misma con la que se consustanció desde que hizo uso de su razón y al ver en ella al Estado que nació al conjuro del grito sagrado de “libertad, libertad, libertad, … Ved en trono a la noble Igualdad”.
El revanchismo y la ignorancia que todo lo confunde bajó su cuadro en un salón de actos de la Cancillería y suprimió su nombre. Hay una plazoleta en el centro de nuestra ciudad que lleva su nombre, allí hay un pedestal que espera el busto. Pero más allá de los ornamentos hay un país que le está agradecido por su nobleza, su inteligencia y su patriotismo.
Un detalle, murió pobre.
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