Es un porcentaje escaso y toma trascendencia a raíz de los destrozos que produjeron las recientes tormentas.
En
los últimos diez años, los viñedos mendocinos incorporaron unas 13 mil
hectáreas y ya superan las 154 mil productivas, de las cuales 141 mil
corresponden a variedades de uva vinificable. Pero minimizar riesgos de
tormentas y llegar en condiciones a la vendimia depende demasiado de los
aviones y la siembra de nubes: de hecho, poco más de 8% de la
superficie tiene malla antigranizo.
Un
porcentaje escaso y, dado el impacto de las contingencias climáticas de
los últimos días, todavía más. Equivale a 12.694 hectáreas en la
provincia sobre casi 13.100 en toda la región vitivinícola del país,
según los datos definitivos del último Censo Vitícola realizado por el
Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV).
De
ese total, 6 de cada 10 se distribuyen entre la zona Este, con San
Martín y Rivadavia a la cabeza (unas 2.200 hectáreas en conjunto), y el
oasis Centro, donde la mayor proporción está en Luján (posee 16% de sus
viñedos protegidos), seguido un poco más atrás por Maipú.
Sin
embargo, es en el oasis Sur donde el método antigranizo es más
relevante después del Este, y San Rafael aparece como el departamento
con el área de mayor cobertura: son más de 3.112 hectáreas, es decir, 2
de cada 10 en producción. Si bien La Paz le pisa los talones en relación
porcentual, su incidencia es menor en cuanto a superficie y queda
desplazada por la Primera Zona Vitivinícola.
A
nivel nacional, la brecha entre Mendoza y el resto de las provincias es
notable. San Juan, por ejemplo, posee menos de 0,5% de sus 47.227
hectáreas de viñedos preservados con tela.
En
otro orden, el Censo Vitícola aporta fotos de la década que refuerzan la
importancia de esos datos. Por un lado, el efecto de la reconversión
varietal impuesta durante los últimos 11 años, lapso durante el cual se
implantaron 1/3 de los viñedos actuales. Y por otro, el arraigo de los
sistemas de conducción tradicionales.
Al mismo
tiempo, entre las cepas de uva de alta gama se observa un crecimiento
diverso, que arranca en 8% en el caso del merlot, atraviesa un 37% en
tempranillo y cabernet, trepa al 85% en Malbec y alcanza picos como el
de Sauvignon Blanc, que en la última década se triplicó. En lo que
respecta a métodos de conducción, el relevamiento confirma la paternidad
del parral: casi la mitad del área vitícola provincial sigue el clásico
sistema de conducción, en tanto que unas 60 mil hectáreas están bajo
espaldero bajo. A nivel nacional, de las 217.750 hectáreas registradas
hasta la última cosecha, un 56% son parrales.
Basta
la comparación frente al resto de las provincias vitivinícolas, que con
un área más reducida han logrado un avance mayor: mientras La Rioja
tiene la mitad de sus casi 7 mil hectáreas bajo riego por goteo, en
Salta unas 6 de cada 10 de 2.552 hectáreas cuentan con esa tecnología.
No obstante, y paradójicamente por su corta historia en la industria, la
provincia líder en la materia es Neuquén. Allí, toda la superficie está
asistida por el sistema.
En el final de la tabla
aparece San Juan (19,2%) y, por último, Mendoza, con 15,4% de sus
viñedos bajo riego. A la postre, la única donde la técnica de aspersión
es relevante (1.260 hectáreas), aunque el grueso se inclina por la
eficiencia en el uso del agua que asegura el goteo (22.514).
Fuente: Diario Los Andes
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