Una de las preguntas más recurrentes por parte de los consumidores de vinos, está relacionada con las maneras más eficaces a la hora de estibar las botellas. Y una de las más escuchadas en este sentido se vincula con las cavas refrigeradas.
En tiempos en que la sofisticación del consumo se disemina en todos los hogares, la proliferación de cavas está a la orden del día. Antes relegadas sólo a un sector ABC1 o a restaurantes, en la actualidad se consiguen todo tipo de modelos y en un amplio abanico de precios, que parten desde los $1.000.
Como se ve, la multiplicación de la oferta es una consecuencia de dicha sofisticación. Y es así como las cavas han pasado a ser, en muchos casos, un electrodoméstico más en los hogares de los argentinos, a tal punto que ya resultan menos "raras" que una máquina lavaplatos.
Y esta disparada que exhibe la oferta y también la demanda, obliga a una pregunta que, sin esconder verdades crípticas, no pierde validez: ¿se justifica tener una cava refrigerada en casa?
El debate al respecto puede ser tan amplio como banal y abstracto y
tan extenso como improductivo. Por eso, nos detendremos en unas pocas variables clave que son las que realmente pueden impulsar o refrenar el deseo de sumar otro electro al hogar:
1. Cantidad y tipo de vinos. Un punto clave es cuántos vinos realmente de guarda uno tiene en casa y, lo que es más importante, en qué lapso de tiempo se esperan descorchar.
En este punto, salvo consumidores avezados, que poseen verdaderas gemas
de colección, el consumidor promedio argentino en general no piensa en adquirir vinos para darles largos tiempos de estiba, así como tampoco en el país está muy difundida la idea de guardar distintas añadas de un mismo vino que años posteriores permitan realizar una degustación vertical.
En este sentido, un ejemplo al que se puede apelar -aunque suene
extraño- es al del cuidado que se le puede dar a un auto. Si dejamos un
vehículo diez años a la intemperie, seguramente el clima y el paso del
tiempo dejarán marcas visibles, incluso al ojo menos experto.
Sin embargo, difícilmente haya cambios muy notables en lapsos más cortos, como por ejemplo, de un año.
En este sentido, siempre recordamos una anécdota que comentó durante
un almuerzo un enólogo de una reconocida bodega del Valle de Uco: a lo largo de un año, decidió dejar una caja de vinos en el baúl de su auto. Las botellas sufrieron los peores cambios climáticos posibles
que puede ofrecer un lugar como Mendoza (temperaturas bajo cero en
invierno o superiores a los 50° por dejar el vehículo al sol).
¿El resultado del experimento? Según explicó el experto, los vinos al paladar experto diferían respecto a los que habían permanecido bien cuidados en bodega, pero igualmente no presentaban grandes defectos y eran ejemplares perfectamente bebibles.
Así las cosas, una botella en la posición adecuada, sin exponerla a altas temperaturas -no queremos caer en el lugar común de recomendar no estibar en la cocina- tendrá bajas probabilidades de que se dañe al
cabo de unos meses. Todo dependerá, básicamente, de cómo fue trabajado
el envasado del vino en sus fases críticas y cuán prolija fue la bodega a
la hora de realizar el embotellado (como por ejemplo, controlar la
ausencia de oxígeno o utilizar un corcho sin defectos).
De esto también se desprende que no se justifica en absoluto tener una cava personal para guardar vinos jóvenes que deben ser consumidos antes de los dos o tres años, lapso después del cual no habrá método de conservación que ayude a sostener sus cualidades intactas, dado que no fueron elaborados para tal fin.
2. El tipo de cava. El
otro punto crucial es el tipo de cava que se piense adquirir. Podemos
tener los vinos adecuados y podemos tener en mente la idea de realizar
grandes períodos de guarda. El problema es si el equipo está preparado para eso.
Y la realidad es que no todas las cavas -ni hablar de los modelos más económicos- son realmente útiles en este aspecto. Básicamente porque si bien ofrecen el control térmico -en buen romance, permiten regular la temperatura-, no cuentan con la función de mantener la humedad, vital para que un corcho no se reseque y así evitar un mayor paso de aire, que es el mayor enemigo del vino, dado que termina alterando sus condiciones organolépticas.
3. Evaluar el gasto. El
costo de mantenerla en funcionamiento es un dato no menor en tiempos de
subas de tarifas: una cava consume, como mínimo, unos 70 watts, un nivel similar al de un televisor o incluso superior al de un ventilador de techo.
La diferencia es que la cava permanece encendida las 24 horas, los 365 días del año, mientras que los otros equipos mencionados son de uso más espaciado.
Con precios de la energía eléctrica como los actuales, su
funcionamiento no representa un mayor gasto. Pero está claro que, a
medida que el Gobierno avance con el recorte de subsidios, será otro electrodoméstico más que pase a engrosar la boleta de luz.
En síntesis, los hábitos de consumo y el destino que se les dará a los vinos determinarán cuál es la necesidad concreta de tener una cava propia.
Pero en este punto hay una realidad que no hay que pasar por alto: muchas veces, quien compra este tipo de artículos del hogar no repara en este tipo de cuestiones. Y está bien que así sea: si tener una cava simplemente tiene como finalidad darse un gustito y además contribuye a afianzar el disfrute alrededor del mundo del vino, bienvenida sea.
Nadie está en condiciones de tildar de snob la idea de tener una
pequeña cava propia o juzgar algo tan lúdico como es el vino. De ahí a
que se ajuste a las necesidades de cada etiqueta y de cada consumidor,
es otro cantar.
(*) Especial para Vinos & Bodegas iProfesional - vinosybodegas@iprofesional.com
Fuente: iprofesional.com
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