Por los caminos de Angola (no vale decir calles) corrió sangre durante años, décadas. Casi tres. El país que Cristina Kirchner quiere conquistar vivió una de las más cruentas guerras civiles que recuerde África. Duró 27 años.
Desde 1975 hasta 2002. Fue el conflicto más largo del continente negro.
A casi una década del acuerdo de paz, este país de 18 millones de
habitantes, aún lucha por reconstruirse y ponerse de pie.
Tras la independencia de Portugal, el 11 de noviembre de 1975, se desató una guerra feroz
entre el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA),
liderado por José Eduardo Dos Santos, y la Unión Nacional para la
Independencia Total de Angola (UNITA), al mando de Jonas Savimbi. La guerra civil y la compra de armas se financiaron con los diamantes del país. Diamantes de sangre. El enfrentamiento era un reflejo de la Guerra Fría.
El MPLA tenía el respaldo de la Unión Soviética y de Cuba. La UNITA
gozaba del apoyo de EE.UU. y Sudáfrica. Savimbi fue asesinado en febrero
de 2002; Dos Santos se alzó triunfante. Gobernaba el país desde el 21
de septiembre de 1979 y aún lo hace hoy, 33 años después.
En Angola brillan los contrastes. Es un país rico en recursos ricos: diamantes, petróleo y uranio. Pero la esperanza de vida al nacer es de apenas 54 años.
El país sigue curando como puede las heridas de la guerra civil. Pero
los rastros de tres décadas de guerra no se borran de un plumazo. El
legado que dejaron las armas, además de 1,5 millones de muertos, es hambre, miseria y unos 4 millones de desplazados. El 40,5% de la población vive por debajo de la línea de pobreza.
Y según Médicos Sin Fronteras, el 5% de los angoleños vive –si es que a
eso se puede llamar vida- en estado de desnutrición grave. Uno de cada
seis niños angoleños padece algún grado de desnutrición. Dice UNICEF que unos 700.000 chicos perdieron al menos a uno de sus padres en ese conflicto.
Angola
tiene 1.246.700 kilómetros cuadrados y está dividida en 18 provincias.
Está en el puesto 23 de los países más grandes del mundo. De los 51.429
kilómetros de rutas que tiene, solo unos 5.400 están pavimentados. El
resto es pura tierra. Tierra arrasada por la guerra civil y la
corrupción.
Un informe de Transparencia Internacional dice que Angola tiene "un gobierno débil y corrupción generalizada en todos los niveles de la sociedad",
incluyendo "la corrupción burocrática y política, la malversación de
recursos públicos, el saqueo sistemático de los bienes del Estado, y un
sistema de "mecenazgo" muy arraigado que opera fuera de los canales
estatales". Toda una sutileza para decir coimas. Sólo un ejemplo: mientras Aguinaldo Jaime fue titular de su Banco Central entre 1999 y 2002, desaparecieron 2.400 millones de dólares. Lo dice un informe del Senado de EE.UU.
Además de petróleo, diamantes y uranio, Angola posee reservas de hierro, cobre, oro y bauxita. En Luanda, la capital, viven 4,5 millones de personas. La sigue la ciudad de Huambo con casi un millón más.
La mayoría de la población (85%) vive de la agricultura. Sin embargo, Angola aún importa la mitad de los alimentos que consume. Ahí Cristina Kirchner ve todo un potencial. Sólo el 2,65% de su tierra es cultivable y los campos están sembrados de minas antipersonales.
Desde
2005, el gobierno de Dos Santos ha utilizado millones de dólares en
líneas de crédito de China, Brasil, Portugal, Alemania, España y la
Unión Europea para reconstruir el país. Pero la crisis en Europa puso esas líneas de crédito en peligro.
A
finales de 2006, Angola se convirtió en miembro de la OPEP que le
asignó una cuota de producción de 1,65 millones de barriles por día. La producción de petróleo y sus derivados representan alrededor del 85% del PBI. Las exportaciones de diamantes suman otro 5%.
Estados Unidos considera a Angola un país de "muy alto riesgo" debido
a enfermedades como la diarrea, hepatitis A, fiebre tifoidea, paludismo
o la enfermedad del sueño que, según la OMS, provoca fiebre, dolores
de cabeza, articulares y prurito, además de los trastornos en el ciclo
de sueño que le dan nombre a la enfermedad. Si no se trata, es mortal.
Uno de los peores flagelos que enfrenta el país, al margen del hambre y el HIV (oficialmente, 200 mil personas tienen el virus, pero las estadísticas de salud no son el fuerte de Angola)
es la trata de personas. Es fuente y destino para hombres, mujeres y
niños víctimas de delitos sexuales. El trabajo forzoso es otro problema.
Los números son difíciles de obtener, pero se cuentan por miles las personas que son obligadas a trabajar en la agricultura y minas de diamantes.
Además, tiene un triste récord de importación: mujeres y niños
angoleños están sometidos a la servidumbre doméstica en Sudáfrica,
Namibia y en algunos países europeos. Es un país de tránsito para la
cocaína que viaja a Europa occidental y a otras naciones africanas.
Angola es tristemente célebre por las violaciones a los derechos humanos. La ONU y entidades como Amnistía Internacional lo saben. En su informe 2011, denunció
"homicidios ilegítimos, desalojos forzosos, límites a la libertad de
reunión, presos políticos, violaciones a los derechos de personas
migrantes", principalmente en Cabinda, una provincia enclavada
entre las repúblicas del Congo y Zaire, separada de la unidad
territorial angoleña.
Esta mañana, el canciller Héctor Timerman evitó pronunciarse sobre los derechos humanos en Angola. Nada debía opacar la gira presidencial de Cristina Kirchner.
Fuente: clarin.com
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