Un crecimiento económico que oscila entre el 15 y el 17% en la última década, enormes reservas de petróleo,
millonarias participaciones en las bolsas europeas..., su perfil emula a
las grandes potencias occidentales antes de la crisis, pero, en
realidad, es la descripción de la economía de Angola, un país que lleva más de una década de crecimiento sostenido -gracias al precio internacional del crudo y de las piedras preciosas-
y que, en los próximos ocho años, se convertirá en la quinta potencia
económica del continente. Pero la solvencia en las cuentas no se ha
traducido en una mejor vida para los 18 millones de angoleños, sino en
la base maciza de un régimen corrupto y elitista dirigido, desde hace 33
años, por el omnipresente José Eduardo Dos Santos.
Este ingeniero de profesión, al igual que otros dictadores africanos,
cobró notoriedad en la vida política angoleña como uno de los jóvenes
más representativos del movimiento independentista de su país, en la
década de 1970. A sus 19 años comenzó a militar en el Movimiento Popular de Liberación de Angola
(MPLA) y encabezó el levantamiento contra Portugal, que, en 1974, con
la Revolución de los Claveles, consiguió la independencia de la hasta
entonces colonia lusa.
Ese año, Dos Santos terminó por convertirse en un protagonista de la
política del país africano. Pasó a formar parte del buró político y el
comité ejecutivo del MPLA y se alternó en distintos ministerios
-Cancillería, Planificación, Vicepresidencia- del primer gobierno
nacional angoleño.
Para cuando el primer presidente del país, Agostinho Neto, murió de cáncer en 1979, Zédu -como lo llaman sus allegados- ya estaba listo para tomar las riendas de Angola sin ninguna objeción. Su espíritu nacionalista,
su formación moderna -estudió Ingeniería en petróleo en Moscú y se
formó militarmente en telecomunicaciones y radares- y su discurso
mesurado conquistaron la cúpula del MPLA, que lo nombró, por unanimidad,
presidente de la nación y jefe supremo del partido. Con apenas 37 años, se convirtió en uno de los gobernantes más jóvenes de África.
Desde entonces, Dos Santos ha dedicado sus esfuerzos a edificar un
Gobierno dirigido por su familia y sus amigos. Como un designio de
revolucionarios convertidos en dictadores, al igual que Ben Ali en Túnez y Khadafi en Libia, su administración reparte las ganancias y el poder entre su círculo íntimo.
Cada año, la élite que lo rodea se adueña de un
cuarto de los recursos del Estado -1.700 millones de dólares-, las
cuentas estatales no son auditadas por el FMI, y la corrupción se queda con uno de cada cuatro petrodólares en un país donde el 45% de los niños sufre desnutrición crónica, según Unicef.
Nadie conoce su fortuna personal, la cual comparte con sus siete
hijos, frutos de tres matrimonios distintos, pero lo acusan de haber
enviado, en pocas semanas, unos 20 millones de dólares al exterior.
Mientras que su primogénita, Isabel Dos Santos,
participa a través de distintas sociedades en la empresa de
telecomunicaciones Zon; en el Banco Portugués de Inversiones; en Banco
BIC Portugués y en el Espírito Santo Angola.
Con esta realidad, y contagiados por la Primavera árabe,
los jóvenes angoleños comenzaron a denunciar la corrupción en el
régimen de Dos Santos. Las movilizaciones -ya se realizaron cinco este
año- fueron siempre reprimidas por las fuerzas
gubernamentales con el resultado de 46 encarcelados, 11 de los cuales
fueron condenados a penas de 90 días de prisión, según Human Right
Watch.
A las protestas y campañas por las redes sociales, se sumaron dos
intentos de asesinatos de los que el dictador salió airoso y por los
cuales se convirtió aún más en una especie de mártir para sus
seguidores.
Desde entonces, repite sus planes para dejar el poder, aunque, hasta
el momento, no ha dado ni un solo indicio de estar analizando tomar esa
decisión. Por el contrario, una reforma constitucional, impulsada por el
MPLA y negociada por los legisladores, eliminó el voto directo en las elecciones presidenciales. El mandatario es elegido por el Parlamento donde el oficialismo tiene mayoría absoluta.
El "encanto" de los petrodólares
Según distintos informes, el PIB de Angola ha crecido desde que
comenzó el milenio entre 15 y 17% anual. Dos Santos, que en su juventud
se decía comunista, impulsó lo que denominó como "capitalismo de Estado", un sistema donde todas las compañías responden a Sonangola, la mayor empresa del país y que tiene un capital 50% estatal.
Sus reservas internacionales líquidas aumentaron 3,93% este año, y la
inflación bajó 0,60%, de acuerdo con datos oficiales. Pero su verdadero
"milagro" económico viene de la mano de sus importantes reservas petrolíferas y de las minas de diamantes y piedras preciosas que ostenta.
El precio del "oro negro" infló las arcas del país. Sus inversiones
comenzaron a diversificarse, centrándose en la ingeniería civil
necesaria para la reconstrucción de un país que vivió décadas de
enfrentamientos civiles que llegaron a su fin recién en 2002.
El país es el segundo productor petrolero de África Subsahariana. Sus reservas comprobadas ascienden a casi 14 mil millones de barriles y sus exportaciones, a los 1,4 millones diarios.
Angola, que posee una presencia en la bolsa portuguesa superior a los
2 mil millones de dólares, se convirtió en una tierra de oportunidades
para los profesionales lusos que viven en un país sumido en la crisis.
Su capital, Luanda, se transformó en una especie de
paraíso africano, impulsado por un boom inmobiliario, que atrae a la
élite dominante, a hombres de negocios y a jóvenes europeos.
Pero por ahora, la ciudad es sólo un espejismo para la mayoría de la
población. Mientras que allí la renta de una casa puede costar 10 mil
dólares mensuales, un almuerzo unos 50 y un kilo de tomates, 16; más de
la mitad de los angoleños vive con menos de dos dólares diarios.
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