Esta tribu moraba la cuenca del Warta, territorio llamado luego Polonia Mayor. El centro del poder se encontraba en Gniezno. En este burgo residían los gobernadores tribuales de los polanos llamados Piast del nombre de su antepasado legendario.
Formalmente, la historia de Polonia como Estado unitario comienza en el año 966 de nuestra era, cuando Mieszko I, soberano de la estirpe de los Piast, introdujo el cristianismo en el país.
Precisamente el escrito más antiguo sobre este rey, procede de Ibrahim ibn Yakub, un diplomático del Califato de Córdoba. Su situación estratégica en el centro de Europa y las presiones sucesivas de los pueblos vecinos han hecho que, en los diez siglos de historia polaca, el país haya cambiado sus fronteras en diversas ocasiones e incluso que en el siglo XIX llegase a desaparecer literalmente del mapa político.
La adopción del rito occidental del cristianismo y no del oriental (bizantino) marcó desde el principio la clara diferenciación de Polonia de sus vecinos del Este.
En 1226 llegó a Polonia la Orden Teutónica, que daría, siglos más tarde, origen al Estado prusiano. En 1410 fueron derrotados en la batalla de Grunwald, lo que resultó decisivo para la posterior recuperación del acceso de Polonia al Mar Báltico. En la frontera oriental, el país sufrió un permanente acoso de los tártaros desde 1241, pero siempre logró contenerlo, con lo que se convirtió en muro defensivo y baluarte de la cristiandad y, de modo especial, del catolicismo.
Durante el reinado del último de los Piast, Casimiro el Grande (1333-1370), Polonia gozó de uno de sus momentos de máximo esplendor. Se decía de este rey, que consolidó la monarquía polaca, que ''heredó una Polonia de madera y legó una Polonia de piedra''.
Desde el siglo XI Cracovia ostentaba la capitalidad polaca, y en 1364 se creó la Universidad, que fue la segunda de Europa Central y llegaría a convertirse en el principal centro de investigación del continente. Durante varios períodos, los reyes polacos estuvieron emparentados con la corona bohemia y con la húngara, pero el hecho decisivo en la evolución del Estado polaco fue el matrimonio de Eudivigis con Jaguellón, gran duque de Lituania, que supuso la unión dinástica polaco-lituana en 1385.
La unión con Lituania llevó al Estado polaco a su máxima extensión territorial, ocupando casi un millón de kilómetros cuadrados (como dos veces España) y con una posición clave en Europa, entre el Báltico y el mar Negro, lo que permitió desarrollar el comercio internacional del trigo, uno de los productos claves en la Europa de entonces. En 1596, el rey Segismundo III Wasa trasladó la capital de Cracovia a Varsovia, que ocupaba una posición más central en el extenso reino.
La fovorable posición de Polonia durante los siglos XVI y XVII, permitió la penetración de diferentes corrientes. En lo artístico, predominó la influencia renacentista italiana; en lo religioso, prosperó la Reforma protestante y buena parte de la nobleza polaca se convirtió al calvinismo y luteranismo. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría en otros países europeos, Polonia fue una excepción de tolerancia, proclamando en 1573 la llamada Confederación de Varsovia, que explícitamente prohibía imponer la fe por la fuerza, lo que la hizo merecedora del título de ''tierra sin hogueras''. Católicos, protestantes y ortodoxos, cristianos y judíos convivieron en paz durante siglos en estas tierras.
Después de 1572, el reino pasó a ser una monarquía electiva, donde el soberano era elegido por la totalidad de la nobleza, con lo que se consolidaba el poder de los nobles, y se disminuía el del soberano, que disponía de muchos menos poderes que en las nacientes monarquías absolutas europeas.
El poder de los nobles, que representaban casi el 10 por ciento de la población, duró casi dos siglos, pero ese sistema, relativamente democrático, impidió el nacimiento de un poder central fuerte y dejó a Polonia muy vunerable a las amenazas exteriores, precisamente en una época en que muchos Estados absolutistas europeos ansiaban ampliar sus fronteras e influencias. La decadencia polaca comenzó a mediados del siglo XVII, con el debilitamiento del comercio con el Báltico y las sucesivas invasiones que siguieron a la Guerra de los Treinta Años. Cosacos, suecos, moscovitas, transilvanos y tártaros, entre otros, penetraron en el territorio polaco y devastaron el país.
La época de mayor debilidad política de Polonia empieza con el reinado de Pedro el Grande y Catalina II, cuando fue elegido el que sería el ultimo rey de Polonia Estanislao Augusto Poniatowski, que intentó las últimas reformas y modernizacíon del Estado polaco. Sin embargo , la oposición interna de los nobles y la presión de las grandes potencias - Austria, Prusia y Rusia - impidieron su realización y condujeron, en 1772, al primer reparto de Polonia. Tras el tercer reparto de 1795, Polonia desapareció del mapa europeo.
En 1807 Napoleón creó el Ducado de Varsovia, pero tras la derrota del emperador, desapareció. El Congreso de Viena de 1815 confirmó el reparto de Polonia en tres partes que fueron entregadas a Rusia, Austria y Prusia.
Las tres regiones fueron sometidas a unos sistemas socio-políticos y económicos muy diversos, pero gracias a la iglesia católica, la aparición de la clase intelectual - la intelligencja-, surgida sobre todo de la nobleza y los sucesivos alzamientos armados contra los Estados ocupantes, especialmente los de 1830 y 1863, se mantuvo la esencia polaca.
La identidad del pueblo polaco fue seriamente amenazada por la forzosa rusificación en la parte oriental y la germanización en el oeste, mientras la parte austríaca, llamada Galicia (''Galizien'' en alemán), con la capital en Lwów (hoy en Ucrania) disfrutó de relativa autonomía cultural.
Tras la Primera Guerra Mundial, con la derrota de las tres potencias que administraban Polonia, se produce un renacimiento del Estado polaco, que se denominó Segunda República. Problemas de integración de las minorías, de convergencia de las economías y de los sistemas políticos hicieron que Polonia presentase un sistema frágil en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, Polonia ofreció una fuerte resistencia frente a la poderosa Alemania.
El 1 de septiembre de 1939 las tropas nazis de Hitler penetraron en el territorio polaco. Pese a la inferioridad numérica y la escasez de medios, los polacos resistieron al ejército más poderoso de Europa durante un mes, confiando en la ayuda de sus aliados occidentales que no llegó.
El 17 de septiembre, los soviéticos, siguiendo el acuerdo secreto Molotov-Ribbentrop invadían Polonia por el este. Se producía, de nuevo, el cruel y sangriento reparto del país. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Polonia había perdido a seis millones de sus ciudadanos (el 22 por ciento de la población total), de los que la mitad eran judíos.
Polonia perdió además el 38% de su patrimonio nacional. Los polacos sufrieron deportaciones masivas, tanto por parte de los nazis como de los soviéticos, y su territorio fue sede de los mayores campos de concentración y exterminio.
Nombres como Auschwitz Birkenau o Treblinka quedarán para siempre como recuerdo de una de las épocas más dramáticas de la historia. La resistencia polaca a los invasores fue constante durante toda la guerra. La sublevación de ghetto del Varsovia y la insurrección de esta misma ciudad en los últimos meses del conflicto son dos buenos ejemplos.
La consecuencia fue la prácticamente total destrucción de la capital polaca y el extreminio de miles de sus ciudadanos. A pesar de su participación en la lucha, los polacos fueron privados de representación en la definición del ordenamiento de Polonia tras la guerra.
Al terminar la guerra, el país cayó en el régimen comunista impuesto por los soviéticos, que no reflejaba las aspiraciones de la sociedad polaca y jamás logró penetrar en su entramado social. Una vez más el poder moderador de la iglesia católica actuó de catalizador de las aspiraciones populares e impidió que hubiera enfrentamientos.
Coincidiendo con la eleción del polaco Karol Wojtyla como Papa en 1978 y el viaje a su país natal en 1979, se pone de manifiesto la fragilidad del sistema comunista, y a partir de 1980 se produce una oleada de huelgas en Polonia.
En verano de 1980 el comité de huelga del astillero de Gdansk presidido por Lech Walesa presentó al gobierno comunista una lista de 21 postulados reclamando, aparte de los aumentos salariales, la supresión de la censura y el derecho a crear sindicatos libres. El grupo gobernante accedió. En el curso de dos meses surgió el sindicato Solidaridad con 10 millones de miembros.
Pero todavía habrían de pasar nueve años hasta que la legalización del sindicato Solidaridad y la convocatoria de elecciones libres, llevaran a Polonia a la senda democrática.
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