Les ocurre a muchos padres. Cuando ven que a sus hijos les cuesta
dormir por la noche creen que la mejor opción es eliminar la siesta de
la rutina infantil. Pero probablemente no sepan que ésta no es la mejor
opción para sus pequeños. Durante los primeros cuatro años de vida, este
hábito no sólo no perjudica en nada sino que tiene numerosos beneficios
en el desarrollo del pequeño. Le permite estar más tranquilo, menos
irritable, más sociable, más atento y aprende mejor.
"No se trata de obligarles si no quieren, sino de que se lo
propongamos", afirma Gonzalo Pin, coordinador de trastornos del sueño y
de la Unidad de Pediatría del Hospital Quirón de Valencia. Como explica
el experto, alrededor de los tres años, el 20% de los niños rechazan la
siesta y "no hay que forzarles". Pero al resto no se le debe quitar la oportunidad
de descansar un rato después de la comida. "Facilita la recuperación de
la energía física y psíquica, elimina la tensión y el cansancio
acumulado, ayuda a controlar los impulsos, mejora el humor y favorece la
retención de la información aprendida durante la mañana".
Al igual que respirar, comer o beber, dormir es una necesidad
fisiológica a la que hay que prestar especial atención para mantenerse
sanos. Pero no hay una biblia que estipule los mismos 'mandamientos'
para todos. Depende del organismo de cada uno y también de la edad. "Los
recién nacidos se despiertan cada tres horas para comer y a medida que
van creciendo reducen las horas de sueño, de forma que primero
desaparece la siesta de la mañana y después, entre los cuatro y cinco
años, la de la tarde".
Ellos son los que marcan el ritmo y si a un menor de cuatro años se
le quita la siesta sin haberla rechazado, se le está reduciendo el
número de horas de sueño que aún necesita. Según un estudio publicado en
la revista 'Sleep'
en 2007, que analizó a 1.492 familias con niños hasta los seis años,
una pérdida pequeña de tiempo de sueño (una hora menos de la necesaria)
de manera prolongada en el inicio de la infancia se puede relacionar con
peor rendimiento escolar. Además, añadían los autores del artículo, una
corta duración del sueño durante los primeros cuatro años multiplica
por tres el riesgo de tener un desarrollo del lenguaje más lento.
Otro estudio, publicado en 'Neuron'
y desarrollado en gatos, apunta en la misma línea y explica las
razones. Según los investigadores, en la primera etapa de la vida, el
sueño aumenta las conexiones neuronales, incrementa la plasticidad y "la
capacidad cerebral para controlar el comportamiento, incluyendo el
aprendizaje y la memoria".
A través de numerosos trabajos, los científicos han observado,
además, que gran parte de las sustancias que nos defienden de las
infecciones se segregan mientras dormimos, por lo que la falta crónica
de sueño puede influir en el sistema inmunológico.
Irritabilidad y falta de atención
Según el doctor Pin, existe un periodo crítico del desarrollo en el inicio de la infancia donde la falta de sueño es especialmente dañina. Lo mejor es "no quitarle al pequeño la oportunidad de dormir su siesta", si así lo pide.
De lo contrario, probablemente, "tendremos delante un niño irritable,
nervioso e intranquilo. Le costará mantener la atención y retener la
información", argumenta el pediatra, a quien le apoyan las palabras de
otra especialista, Reyes Hernández, pediatra del grupo del sueño de la
Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria.
"No sólo disminuye claramente su capacidad de aprendizaje, también promueve su falta de interés y los terrores nocturnos, además de afectar al desarrollo físico, ya que incluso puede reducir el colesterol y el exceso de adrenalina".
Es muy común, agrega Pin, que "su conducta sea más impulsiva,
protesten por todo, sean más llorones y al estar más irritables, les
cueste más dormirse por la noche", justo el efecto contrario que
pretendían los padres al quitarle la siesta.
Los expertos aclaran que el sueño de la noche es diferente al de las
siestas, siempre y cuando se realice "antes de las cuatro de la tarde;
lo más habitual es hacerlas a las dos, después de la comida", puntualiza
el especialista.
No son sólo los padres los que a veces 'pecan' al quitar un hábito
saludable creyendo que benefician a sus hijos. Aunque en las escuelas
infantiles (0-3 años) se cuenta con la siesta e incluso hay espacios habilitados,
no todos los centros de educación infantil (3-6 años) respetan esta
necesidad. "Por problemas de espacio u otro tipo, a veces la siesta
desaparece demasiado pronto", señala Pin. Sería conveniente hacer una
llamada de atención para que "los responsables de los menores valoren
las necesidades del sueño en su justa medida y les brinden la
oportunidad de descansar".
Como recomendación, añade el especialista, "el mejor termómetro para
saber si el niño duerme bien y el suficiente número de horas es verle
feliz y con una conducta normal".
Fuente: elmundo.es
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