La obesidad infantil se convirtió en una "epidemia emergente" y se incrementa día a día como
consecuencia de los mismos factores que contribuyen a la obesidad del adulto: una
alimentación alta en calorías, con un marcado aumento en grasas y harinas
refinadas y un sedentarismo cada vez más acentuado.
Alrededor del 95% de los casos de chicos obesos corresponden a una obesidad primaria o
exógena, es decir, una combinación entre predisposición genética y medio
ambiente. Solo el 5% restante se atribuye a una causa secundaria.
La definición de obesidad y sobrepeso en la población
pediátrica ha sido evaluada y estudiada por diferentes métodos. Dentro de estos, el
índice de masa corporal (IMC) fue el recomendado por la Organización
Mundial de la Salud como el más confiable para definir obesidad y sobrepeso en
niños y adolescentes hasta los 19 años, teniendo en cuenta que es dependiente
de la edad, el peso y la talla, parámetros que van cambiando continuamente con
el crecimiento.
Se considera obesidad cuando el IMC es mayor del percentil 95 y sobrepeso cuando el valor se
encuentra entre 85 y 95. La etiología no difiere mucho de la del adulto, es un resultado de la
interacción de factores genéticos y ambientales que determinan que los
ingresos calóricos superen a los egresos. El excedente se almacena en el
organismo en forma de grasa.
Los hijos de padres obesos tienen mucha más predisposición a sufrir obesidad, 40% si uno de los
padres es obeso y 80% si lo son los dos.
Los chicos pasan la mayor parte de los días inmóviles, sentados. Además
suelen acompañar la falta de movimiento con ingesta rica en grasas, golosinas o
bebidas con un alto aporte calórico. Miran televisión durante varias horas, en
vez de correr y salir a jugar entre ellos, y pasan una importante cuota de tiempo
frente a la computadora o los videojuegos.
El ser humano está preparado para un patrón de actividad física que la
sociedad moderna cambió. La falta de juego al aire libre, la falta de deporte y
las actividades extraescolares sedentarias disminuyen el gasto de energía. El
hábito de ver televisión aumenta el sedentarismo y colabora a la incorporación
de alimentos de acceso rápido e hipercalóricos. El juego pasivo no es sólo
mirar televisión, jugar con la computadora o chatear varias horas, sino que es
toda una actitud en la que el entretenimiento es incorporado de manera pasiva,
dejando de lado la actividad física.
Las diversiones actuales son sedentarias: el mejor paseo es el shopping y
allí están las casas de comida rápida: una hamburguesa tiene 26 gramos de
grasa –que es el total diario que debe tener una dieta de 1.200 calorías– y 400 calorías
en total si se incluye el pan y el queso. Un pancho tiene un total de 280
calorías y un alfajor de chocolate 220 calorías.
En la regulación del apetito y del gasto de energía intervienen mecanismos
complejos que escapan a la propia voluntad de la persona y que no están
completamente aclarados. Podría decirse entonces que, en presencia de factores
ambientales apropiados, no es gordo quien quiere, sino quien puede.
Los chicos no mueren por la obesidad en sí misma; sin embargo, ésta tiene
consecuencias sobre la vida adulta, pues crea las condiciones para desarrollar
enfermedades en un futuro no muy lejano. La obesidad avanza en silencio.
El sobrepeso y, en mayor medida, la obesidad acarrean problemas para el niño, no
sólo a nivel orgánico (fatiga en los ejercicios, estreñimiento, trastornos
ortopédicos, anemia, malnutrición), sino también en el aspecto psicológico, ya
que los gordos no están bien considerados ni socialmente aceptados.
Los chicos con sobrepeso sufren la discriminación por parte de sus
compañeros, lo que los hace sentirse inferiores, rechazados o
marginados. La obesidad en pediatría es uno de los trastornos más
resistentes al tratamiento
debido a que su origen se encuentra en diferentes factores: genéticos,
psicológicos, ambientales y socioeconómicos.
En Argentina, se estima que cerca de un 20% de los chicos padece de obesidad entre los 7 y 14
años. En la actualidad, se ha hecho más frecuente la dieta del delivery. Se tiene acceso fácil a
cantidades ilimitadas de alimentos con calorías vacías –es decir, sin nutrientes–, como las golosinas.
No son pocos los padres que piensan que la obesidad no es una
enfermedad sino un signo de salud y bienestar. En tiempos de la abuela, ser gordo era
estar sanito. Actualmente, este concepto ha cambiado y la obesidad es signo de
enfermedad. Esta falsa creencia predispone al niño a ser un adulto con menor
expectativa de vida y vulnerable a riesgos cardiovasculares.
Es importante alimentar de manera variada y medida a los chicos desde que
nacen y durante los primeros años de vida. Los especialistas coinciden en que
hay una epidemia de obesidad infantil que genera daños en la salud física y psicológica de los niños. Esto es el resultado de
cambios en la vida actual de nuestra sociedad y de hábitos alimentarios y
físicos inadecuados. Sin embargo, con un correcto enfoque multidisciplinario,
apoyo de los padres y del equipo de especialistas, el niño puede
enfrentar y corregir su enfermedad.
*Por la Dra.
Gabriela Fedriani, médica del Centro Terapéutico Dr.
Máximo Ravenna.
Fuente: infobae.com
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