Vivir en un
país como la Argentina tiene sus verdaderos privilegios, más allá de
las problemáticas coyunturales que vienen en el combo. Sin duda, uno de
los más atractivos y de los que más se disfrutan tiene que ver con el
vino. Porque al ser un productor tan importante, los primeros vinos
(llamados del año) llegan enseguida al mercado. Y si pensamos que la
cosecha de uvas en nuestro país arranca a mediados del mes de enero
(dura hasta mediados de mayo) y que un vino blanco necesita alrededor
de cinco meses para ser concebido, es fácil entender por qué aquí
podemos disfrutar los verdaderos vinos del año, aquellos cuya cosecha
coincide con el año en curso. Algo que en el hemisferio norte es
imposible ya que la vendimia comienza hacia fines de agosto. Aunque, en
realidad, ésta no es una gran ventaja diferencial porque no tiene nada
que ver con la calidad de los vinos.
Pero volvamos a nuestro país, gran productor y consumidor. Con la llegada de los primeros calorcitos, esos que desesperan a todos por ir en busca de un rayito de sol o un pedazo de pasto, llegan los primeros vinos, los más jóvenes y, por lo general, blancos. Pero no se trata de todos los blancos. No estamos hablando de los vinos serios, aquellos que son fermentados y luego criados en barricas de roble, pensados para la guarda. Se trata de los ejemplares más simples, con menos pretensiones, pero no por ello menos atractivos. Porque se sabe que los vinos no sólo se valoran por sí mismos, sino por la ocasión, por la compañía, por el estado de ánimo, por la comida… en fin, por tantas cosas que el vino o, mejor dicho, su calidad, pasa a ser un elemento más en la cadena del placer que su consumo nos brinda.
Por eso, de estos vinos hay que esperar mucho ímpetu, tanto en nariz como en boca. Aromas fragantes y sabores que expresen mucho. Frescura, vivacidad y nervio son otros de los atributos que suelen tener. Incluso algunos son chispeantes porque son embotellados con un toque de gas carbónico natural de la fermentación (aguja). En cuanto a varietales, están todos representados, aunque el Torrontés, el Sauvignon Blanc y el Chardonnay son los que dominan las góndolas.
Salud!
Fuente: infobae.com
Pero volvamos a nuestro país, gran productor y consumidor. Con la llegada de los primeros calorcitos, esos que desesperan a todos por ir en busca de un rayito de sol o un pedazo de pasto, llegan los primeros vinos, los más jóvenes y, por lo general, blancos. Pero no se trata de todos los blancos. No estamos hablando de los vinos serios, aquellos que son fermentados y luego criados en barricas de roble, pensados para la guarda. Se trata de los ejemplares más simples, con menos pretensiones, pero no por ello menos atractivos. Porque se sabe que los vinos no sólo se valoran por sí mismos, sino por la ocasión, por la compañía, por el estado de ánimo, por la comida… en fin, por tantas cosas que el vino o, mejor dicho, su calidad, pasa a ser un elemento más en la cadena del placer que su consumo nos brinda.
Por eso, de estos vinos hay que esperar mucho ímpetu, tanto en nariz como en boca. Aromas fragantes y sabores que expresen mucho. Frescura, vivacidad y nervio son otros de los atributos que suelen tener. Incluso algunos son chispeantes porque son embotellados con un toque de gas carbónico natural de la fermentación (aguja). En cuanto a varietales, están todos representados, aunque el Torrontés, el Sauvignon Blanc y el Chardonnay son los que dominan las góndolas.
Salud!
Fuente: infobae.com
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