martes, 8 de junio de 2010

Entre el cielo y los Andes

Roberto cuenta, describe, explica, aclara y responde todas las inquietudes con amabilidad y una sonrisa. Parece saber todo lo que pasa en cada rincón de las 70.000 hectáreas que pacientemente cuida.

Roberto Tobares es el guardaparques de la Reserva Natural Villavicencio, a 50 km de la ciudad de Mendoza. También es él quien recibe a los turistas que se detienen a buscar información en el Puesto Vaquerías, por el que el último verano pasaron 30.000 personas.

El lugar debe su nombre a que antiguamente se encontraban allí las vacas que proveían de leche al Hotel Termal Villavicencio, cerrado en 1978.

Declarada oficialmente Reserva Natural por la Dirección de Recursos Naturales Renovables en septiembre de 2000, Villavicencio es protegida por su valor histórico, cultural y arqueológico, y por su diversidad biológica. En esta zona de la precordillera, flora y fauna se adaptan a las condiciones de aridez en las que el agua es un recurso escaso.

El interior de la montaña es un ambiente desértico en el que se encuentra el tesoro más preciado y la razón de ser de la Reserva: agua mineral natural. Con cada gota de lluvia, con cada copo de nieve que cae sobre el Aconcagua, comienza un proceso que lleva millones de años: el agua, por gravedad, se infiltra desde los picos nevados de los Andes hasta el corazón de la montaña y recorre en su camino grandes profundidades, donde las rocas -que le aportan sus propiedades minerales-, las fuertes presiones y las altas temperaturas la impulsan hacia la superficie a través de una fractura tectónica, por donde aflora, a 1750 metros de altitud y forma más de cien manantiales en este lugar protegido.

El recorrido empieza en el Monumento a Canota, lugar en el que se dividió el Ejército Libertador para cruzar los Andes. En sus inmediaciones se encuentran petroglifos, expresiones artísticas simbólicas de tribus que habitaron la zona -que en 1834 visitó Darwin- 12.000 años atrás.

El antiguo hotel se encuentra más adelante, en una quebrada arbolada y rodeada de jardines. Inaugurado en 1940, el imponente hotel, de estilo normando, contaba con 30 habitaciones y era conocido por sus aguas termales, que en un principio eran vendidas en farmacias debido a sus propiedades curativas. Desde allí se abre paso el Camino de las 365 Curvas, un zigzagueante recorrido de cornisa con vista a paisajes inmensos en los que predomina el sonido del viento. Es difícil ver a los animales debido a su capacidad de mimetizarse con el hábitat, pero si miramos con atención podremos avistar guanacos, pumas, chinchillones y choiques.

El siguiente paso es la Estación del Viejo Telégrafo, una cabina de piedra usada hasta 1971, cuando se reemplazó por medios de comunicación más modernos.

Tras varias curvas y contracurvas por ese camino, se pasa por las ruinas de antiguos hornos de fundición de minerales y por El Balcón, un mirador natural desde donde se puede apreciar el extenso paisaje de la Reserva y, con un poco de suerte, contemplar el majestuoso vuelo de los cóndores.

Ya casi tocando el cielo con las manos, en medio de un páramo, está la Cruz de Paramillos, construida por monjes jesuitas a principios del siglo XVII.

Si se sigue por la misma ruta hacia Uspallata, la naturaleza regalará un escenario único para contemplar en su inmensidad los 6962 metros del Aconcagua, el pico más alto de la cordillera de los Andes.

Proyecto

En la actualidad, la firma Danone evalúa varios proyectos para reabrir el hotel termal, una tarea que se hace ardua debido a que proponen que sea un desarrollo turístico sustentable y para la conservación ambiental.

Entre otras cosas, se busca aprovechar los senderos existentes, que conectaban antiguos puestos de minería, para hacer circuitos de observación, avistaje de pájaros, cabalgatas y mountain bike.

Fuente: lanacion.com

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Cascada Inacayal - Villa La Angostura - Patagonia Argentina