En apenas un par de décadas, la Argentina pasó de ser un país productor vitivinícola prácticamente desconocido en los principales mercados mundiales, a convertirse en un referente indiscutido a nivel global.
Fueron numerosos los factores que llevaron a que hoy existan consumidores que no sólo reconocen la calidad de los vinos nacionales, sino que, incluso, hasta comienzan valorar las enormes diferencias de los distintos terroirs locales.
Sin dudas, todo un logro y un salto cualitativo considerando que allá
por los ´90, pensar en comenzar a hablar de suelos o hasta de
provincias parecía un esfuerzo sin sentido.
Además del férreo trabajo en viñedos y hacia al interior de las bodegas -con la llegada de los primeros flying winemakers, claves para lograr un salto en la calidad-, un gran punto de inflexión se dio con la devaluación del 2002, cuando las compañías se encontraron con una ventaja cambiaria inédita en años y todo un mercado global por conquistar.
Otro factor estuvo dado por el auge del Malbec, la cepa de origen francés que se adaptó a la perfección a los terruños locales. Su fruta y su frescura se convirtieron en furor y sensación en los principales mercados de consumo, como Estados Unidos, donde la crítica especializada la colocó en la vitrina de la mano de altos puntajes y reviews rebosantes de elogios.
Esto coincidió con otra variable fundamental que ayudó a apalancar el boom del Malbec: la crisis global tras el descalabro generado por las hipotecas subrpime. Con un poder adquisitivo en baja y el desplome del crédito, las familias estadounidenses debieron ajustarse el cinturón. Y así, quienes estaban acostumbrados a beber vinos europeos o de alta gama, debieron recurrir a sustitutos.
Fue en ese entonces cuando quedó marcada a fuego la expresión "relación calidad-precio".
Las bodegas argentinas, allá por 2008 o 2009, gozaban todavía de una interesante ventaja cambiaria, al tiempo que ofrecían productos que, en sus diferentes segmentos, no defraudaban frente a alternativas del Viejo Mundo.
Todo estaba dado para que la industria viviera un boom sin precedentes.
Y así fue. Eran momentos en que las exportaciones crecían a tasas
chinas, en los que cada mes se creaba alguna bodega con el objetivo
puesto únicamente en los mercados internacionales y en los que la
palabra "boutique" era sinónimo de éxito.
En 2010, incluso, los principales jugadores del sector trazaron un Plan Estratégico que apuntaba a generar exportaciones de vino por un valor cercano a los u$s1.200 millones hacia 2014.
Esto implica que, hasta ese año, las ventas al mundo deberán incrementarse en más de u$s400 millones tomando como base 2012, cuando los envíos al exterior totalizaron u$s765 millones, según el INDEC.
Sin embargo, en lo que va de 2013, de acuerdo a cifras oficiales, las exportaciones de vino fraccionado y a granel, lejos de crecer, están en franca caída, con una contracción del 7%.
En definitiva, la industria vitivinícola estuvo muy lejos de permanecer ajena a la coyuntura doméstica. Y esto repercutió especialmente en los planes de internacionalización de las bodegas nacionales, que debieron hacer frente a una creciente suba de costos con un deslizamiento del dólar que, al menos hasta principios de este año, no acompañó a la misma velocidad.
En otras palabras: el atraso cambiario metió la cola y las compañías de fuerte perfil exportador, que orientaban casi toda su producción a los mercados externos, pasaron a ser las más complicadas.
En este contexto, un reciente informe de Rabobank, entidad financiera especializada en agronegocios, alertó sobre los costos crecientes y una moneda sobrevaluada como los factores que han reducido la competitividad del vino embotellado argentino, especialmente en los segmentos de precios más bajos.
El reporte, citado por la consultora Area del Vino,
detalla que si bien el peso ha experimentado una devaluación sostenida
en los últimos años, a una tasa de aproximadamente 11% anual, las
mediciones privadas de inflación la posicionan alrededor del 25%, lo que deriva en "una apreciación del tipo de cambio real y en la consecuente pérdida de competitividad en los mercados de exportación".
Acto seguido, el informe hizo hincapié en los costos de producción, que se incrementaron en más de un 100% en los últimos cuatro años, mientras que el precio de exportación de vinos embotellados sólo subió un 60%, lo que deja en claro que se produjo "un deterioro de los márgenes de rentabilidad del sector".
La industria exportadora, en cifras
La coyuntura adversa en materia de costos y tipo de cambio, se convirtió en un claro "cepo" al crecimiento de las bodegas en los mercados externos.
Y esto quedó reflejado tanto en la cantidad de nuevas empresas que se
suman anualmente al negocio de la exportación como en el número de
marcas que son comercializadas bajo el paraguas del vino argentino.
Según un relevamiento al que accedió Vinos & Bodegas, en 2012 se registraron 422 bodegas exportadoras, un número similar al del período anterior.
Es decir, el saldo entre el nacimiento y desaparición de empresas internacionalizadas fue del 0%, marcando una luz de alerta para una de las industrias más relevantes de las economías regionales.
El dato más preocupante es que en este 2013 no hay síntomas de recuperación: por el contrario, durante los cinco primeros meses del año figuran en los datos de Aduana unas 346 bodegas exportadoras, un número levemente inferior al del mismo período de 2012 (349).
Por el lado de las marcas bajo las cuales se exporta el vino embotellado, también hay un resultado "agridulce": en 2012 se alcanzó un nivel récord, con casi 2.500 marcas comercializadas en el exterior.
Sin embargo, no se prevé que esta dinámica pueda sostenerse: durante
los primeros cinco meses del año, la cantidad de marcas que se
posicionaron en las góndolas del mundo mostraron un leve retroceso, al pasar de 1.828 a 1.846.
Pueden parecer caídas no muy relevantes. Sin embargo, lo que más preocupa es la reversión de un ciclo de crecimiento virtuoso, el cual había permitido que el número de bodegas difundiendo el vino nacional en el mundo se haya disparado casi 150% en una década.
En este contexto, bodegueros como José Zuccardi, vienen advirtiendo
sobre los riesgos de esta pérdida de competitividad y los altos costos
locales, que llevan a que cada vez más importadores se vean tentados de comprar vino argentino a granel y envasarlo en los respectivos mercados de destino, perdiendo así procesos de valor agregado.
A este cuadro, se suma la creciente presión que ejercen los competidores de la Argentina, que ya no son sólo los players del Nuevo Mundo.
Al respecto, Luis Steindl, gerente de Operaciones de Bodega Norton, alertó a Area del Vino sobre la dura coyuntura que debe enfrentar esta industria.
"Nos encontramos con un ritmo inflacionario que las empresas ya no
pueden absorber, es por esto que debemos salir a ajustar precios en el
mercado interno y externo, situación que nos pone en desventajas con los
otros países competidores. Como es el caso de España, Chile, Australia,
que pueden ofrecer productos tan buenos como el nuestro, y a precios
mucho más accesibles que Argentina", advirtió el directivo.
Por su parte, Juan José Canay, presidente de Bodegas de Argentina, en
reciente diálogo con Vinos & Bodegas, coincidió con este
diagnóstico: "Hay bodegas que por problemas de competitividad ya no tienen marcas propias,
es decir, están abandonando su presencia en el canal comercial. Si
tienen viñedos propios y hacen vinos, se vuelcan a elaborar para
terceros. Esto ya está sucediendo: bodegas chicas que dejaron de comercializar su producto y, con suerte, trabajan para terceros.
Frente a este panorama, el CEO de una bodega emplazada en Luján de
Cuyo que produce más de 4 millones de litros anuales, fue tajante: "No
exagero si digo que, en lo que va del año, me llamaron cuatro o cinco bodegas que querían venderme su bodega a precio de saldo".
Por Juan Diego Wasilevsky - Editor Vinos & Bodegas iProfesional - vinosybodegas@iprofesional.com
Fuente: iprofesional.com
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