jueves, 17 de octubre de 2013

Historias vínimas: 10 botellas que esconden anécdotas curiosas

El ícono de los vinos de guarda argentino salió "de chiripa", como se dice en Mendoza. De pura casualidad. Fue en 1977, cuando a la hora de la vendimia, Bernardo Weinert y Don Raúl de La Mota, bodeguero y enólogo respectivamente, sacaban cuentas para hacer la cosecha y los números no daban. Mientras las otras bodegas cosechaban y elaboraban sus vinos, Weinert tuvo que esperar a que se ajustara el precio de la mano de obra y de la uva a su favor. Recién entonces pudieron empezar a elaborar su Malbec Estrella. Casi 36 años más tarde, el vino es una leyenda de la guarda, citado siempre como el ejemplo de lo que puede llegar a ser un tinto argentino cuando se lo trabaja bien.

Sin quitarle mérito a uno de los Malbecs fundacionales del vino moderno, esta historia matiza y humaniza las cosas. Y hay muchas otras que merecen ser contadas. Un poco porque convierten a ciertos mitos de la industria en problemas de carne y hueso resueltos por gente ídem; y otro poco porque es fascinante conocer los secretos que esconden las botellas.

Altos Las Hormigas. Cuando esta bodega apareció en el mercado conjugaba tres factores clave: un nombre novedoso, un vino novedoso y un equipo de gente novedosa. Sin embargo, pocos conocen el origen del nombre y lo atinado que resulta. Cuando los italianos propietarios -entre ellos el celebrity wine maker Alberto Antonini- invirtieron en 1996 en una tierra virgen de Medrano, junto a una cerrillada mendocina, no se imaginaron que entre esos espinos estaría oculta su peor pesadilla: las hormigas. Ni bien comenzaron la plantación los bichos descubrieron que había un nuevo campo de brotes verdes y tiernos listo para devorar; los dueños, a su vez, descubrieron que las hormigas eran un enemigo voraz, implacable y metódico. Las combatieron con todo el arsenal que hallaron disponible hasta que, con el tiempo, llegaron a una suerte armisticio: hoy las hormigas guardan una prudente distancia y la bodega les rinde homenaje con su nombre. No parece un mal acuerdo, después de todo, para los millones de botellas que llevan vendidas desde entonces.

Finca La Anita Corte G Impredecible 2011. Muchos hallazgos en el vino se deben a sommeliers con voluntad de enólogos. Phil Crozier, de la cadena de restaurantes inglesa Gaucho Grill, es uno de ellos y este Corte G "impredecible" resulta un ejemplo perfecto. Phil visitó la bodega a fines de 2011 y probó los vinos en tanques. Decidió, junto con la enóloga Soledad Vargas, encargar un corte de Malbec al 50%, Cabernet Sauvignon al 30% y el resto Syrah (15%) y Petit Verdot (5%). Ese era el corte G. El problema es que Crozier vive en Londres. Seis meses más tarde, el sommelier llamó desde allí para explicar que no podría estar a la hora del embotellado -como se había acordado- y que confiaba en que su vino marchara bien. Con flema británica se la jugó y pidió el embarque, no sin hallar una solución de compromiso si acaso el vino no era todo lo que esperaba: le puso de nombre Corte Impredecible. Y el vino resultó un hit.

Saurus. El vino argentino no es un dechado de imaginación a la hora de los nombres de bodegas y de sus marcas. Saurus es una excepción. Primero, porque alude a los gigantes reptiles de otra época. Segundo, porque no alude a todos, sino a uno en particular que, hace unos cien millones de años, tuvo la humorada de morirse justo donde los Schroeder emplazarían su bodega. Y así, cuando en 2003 iniciaron la excavación en la barda del Río Neuquén -conocida tierra de fósiles-, emergió el esqueleto para sorpresa de todos. La bodega no pudo construirse mientras el equipo de paleontología trabajó en la extracción de los huesos y Familia Schroeder debió esperar un año más para salir al ruedo. Al menos obtuvieron una marca exclusiva a cambio, junto con la osamenta del bicho, que hoy puede visitarse en la cava de la bodega.

Malamado. El nombre más original que haya en la industria del vino local: Malbec A LA MAnera De Oporto. La palabra es fuerte, sonante y con un sabor de añeja piratería que calza además con las siglas que describen el vino en cuestión. Cuenta la leyenda que en Familia Zuccardi tenían el vino y no tenían idea de cómo llamarlo. Y que entonces, en una noche de copas y amigos que compartían junto al creativo Jorge Schussheim -escritor, guionista, músico y publicista- le confiaron su dilema. La idea brotó en el acto de la boca Schussheim. Idea, cabe aclarar, que los Zuccardi quisieron pagar y que el creativo se negó a cobrar, ya que no estaban ahí por negocios. Eso sí, tiempo atrás Schussehim nos contó que es bebedor vitalicio de Malamado, del que recibe todos los años una generosa cantidad a cuenta y cargo de su ocurrencia.

Mendel Semillón. Cuando salió a la venta en 2009 llamó la atención de todos los sommeliers. ¿Cómo había podido hacer Roberto de la Mota, reconocido enólogo de tintos, para conseguir un vino tan diáfano, tan equilibrado y tan elegante? La respuesta es la siguiente: en la finca de Mayor Drumond, donde está la bodega, hay un cuartel de Semillón que había sido vendido a una champagnera hasta que, en la vendimia de 2008, se quedaron sin contrato. Intentaron ubicar la uva en otras bodegas sin éxito. Y como maduraba sin comprador, de la Mota decidió elaborarla para que no perdiera valor; después verían a quién venderlo. Era su primer vino blanco. Decidieron embotellarlo y, sin querer queriendo, como diría el Chavo del 8, nació un blanco que va para clásico y del que hoy, la bodega elabora unas 12.000 botellas que vende incluso por anticipado.

Ópalo. Se hizo famoso por ser el primer vino de alta gama sin madera. Cuando vio la luz en 2004, los fanas, sommeliers y periodistas especializados alababan el coraje de Mauricio Lorca de sacar un vino caro sin crianza en roble precisamente cuando la madera cundía como un bálsamo de calidad. Fiel a su estilo, Lorca no dijo mucho. Pero con los años se conoció que Ópalo nació de forma ingeniosa como una solución a un problema financiero de un enólogo que, en plan de fundar un proyecto personal, no podía pagar las barricas. Los consumidores, agradecidos por el vino, que sigue siendo emblema de tinto sin madera.

Bianchi Stradivarius Cabernet Sauvignon 1998. Ese año se dio la peor cosecha de la que se tenga memoria en las bodegas argentinas. Llovió tanto y tan seguido, que la uva se echó a perder y no quedó otro remedio que inventar cosas para salir del paso. Una de esas salidas del paso fue este espumante de Cabernet. Como la uva no tenía color, pero sí estaba buena de aromas y sobre todo de acidez, en Casa Bianchi decidieron lanzarse a la pileta con un Blanc de Noir -como se hacen las bases de espumante- de la variedad más sobria y tinta. Una vez elaborado descubrieron que estaba muy bueno y decidieron embotellarlo a ver cómo evolucionaba. Los años lo hicieron cada vez mejor y, en 2009, cuando finalmente vio la luz, era un milagro del sabor y la rareza.

El Enemigo. Así se llama el vino que Alejandro Vigil -enólogo jefe de Catena Zapata- elabora por su cuenta. La primera cosecha de este Malbec coincidió con el nacimiento de su primer hijo quien, de paso, llegó para ponerle los puntos en su casa: si hasta ayer Vigil era el rey, ahora había sido destronado por la criatura; donde él había mandado, ahora mandaba su primogénito, haciéndose con el amor de la esposa, las noches y su tiempo de ocio. Como los poetas, Vigil sublimó su bronca. Y en un curioso homenaje de nacimientos -el del vino y el de su hijo- llamó El Enemigo a su Malbec 2008. La osadía cosechó inmediatos aplausos.

Tres14. Es curioso cómo los vinos más excitantes nacen fuera del marco de las bodegas tradicionales. Con una marca que parece más una contraseña de Hotmail que el nombre de un vino, Daniel Pi -enólogo jefe del Grupo Peñaflor- consiguió modelar con picardía su proyecto familiar. Pi es el número mágico (=3,14159...) que nubló nuestra escuela primaria con cálculos sobre circunferencias y áreas. Pero lo que no todo el mundo sabe sobre π es que se trata de un número irracional, cuyo período infinito nunca establece parámetro alguno. Como el vino, sostiene Daniel. Con la misma lógica, la marca es "Tres" por sus hijos, "14" por el borracho, con lógica quinielera. Ya está a la venta el Malbec 2010.

MALO: UN NOMBRE BUENO
Malo 2010, el nuevo blend de Dieter Meier Wines, merece su nombre. Como Dieter es un artista cabal -además de empresario- en la joven bodega sentían la presión por hallar una marca fuera de serie para su vino ícono. Meier había comenzado su carrera de músico sin tocar ningún instrumento y logrado vender millones de copias con su banda Yello. Así sentó las bases de la música electrónica. Estar a la altura de las circunstancias en materia de vino no parecía sencillo. Y llegaron a un brain storming en el que cada una de las marcas candidatas se caían por ser malos nombres. "Malo, malo", dicen que repetía Dieter en su castellano podado a la suiza. Hasta que se iluminaron. El nombre estaba ahí. Tenía fuerza, era rebelde y prometía. Chequearon y no estaba registrado: hasta ahora nadie había tenido la audacia de decir que su ícono era el villano de la película.

Por Joaquín Hidalgo
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Fuente: Area del Vino

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