Los langostinos aportan refinamiento a la mesa. Habitantes de los mares; el Mediterráneo, el Caribe y las costas asiáticas albergan los ejemplares más preciados del mundo.
Frescos, turgentes y de color intenso, los langostinos ocupan un lugar preferencial en la familia de mariscos que deleitan a los adoradores de los productos de mar. Su versatilidad los torna apropiados tanto para incorporarlos a una carta de verano, como a una suculenta paella invernal. Ni que hablar de lo simple y a la vez maravilloso que resulta degustarlos en una playa recóndita, observando el mar, apostados estratégicamente en plan de descanso.
Este crustáceo de diez patas, recubierto de un caparazón semirígido y de color rosado con vetas amarronadas, habita en las profundidades y ofrece un sabor exquisito que los entendidos saben apreciar y los novatos valoran. No por nada gozan de gran aceptación a nivel mundial. Japón es su mayor consumidor y los ejemplares más grandes se encuentran en los mares del Caribe y de países asiáticos, donde su tamaño alcanza los 20 centímetros.
La costa argentina alberga langostinos de menor tamaño. Además de ser deliciosos, constituyen una alternativa saludable ya que son hipocalóricos, y ofrecen una buena cantidad de proteínas, hierro, fósforo y yodo. Otra de sus ventajas es que se pueden conseguir tanto frescos como congelados. De esta forma es suficiente con descongelarlos en la heladera antes de ser consumidos. No se pueden volver a congelar, pero es posible conservarlos refrigerados durante varios días.
A la hora de comprar langostinos frescos, su caparazón debe presentarse brillante y resistente, y habrá que rechazar los ejemplares blandos o que tengan un aroma que indique que el langostino no es fresco.
Si se emplean como ingrediente de algún plato, después de pelarlos se debe desechar el hilo negro -tubo digestivo- que recorre el lomo, ya que es amargo y podría modificar el sabor de la preparación. Fríos, en ensaladas, aperitivos, salpicones, y rellenos; o calientes, como a la plancha con limón, fritos al ajillo, en revueltos y tortillas, en arroces, pastas y legumbres o como acompañamiento de pescados en salsa, aportan elegancia y un toque de sofisticación.
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