domingo, 7 de noviembre de 2010

El brunch, la movida que crece en el mediodía de domingo

En ese limbo para el espíritu, la mente y el cuerpo que es el domingo al mediodía, una legión de porteños eterniza la lectura de los diarios y conjuga tostadas con champán: se entregan al brunch. Como híbrido entre el desayuno y el almuerzo, y adaptación criolla de una costumbre anglo (el nombre surge de las primeras y las últimas letras de “breakfast” y “lunch”), se sirve entre las 10 y las 15 de aquellos días en que la agenda permite estirar el remoloneo de la sobremesa, con un menú que combina lo mejor de las dos comidas: huevos revueltos (infaltables), café, tostadas, frutas, fiambres, sopas, postres y algún cóctel como el Bloody Mary, el más eficaz antídoto contra la resaca del sábado por la noche.

Ahí donde se diga “twittear” o “postear”, y la modernidad haya convertido en verbo castizo el anglicismo, el entendido dirá “brunchear”. Según algunas arqueologías gastronómicas, el brunch nació en Inglaterra a fines del siglo XIX, como un invento de la revista Hunter’s Weekly. Para otros historiadores de la buena mesa, el término fue creado en aquellos tiempos por Frank Ward O’Malley, reportero del New York Morning Sun, como síntesis de los irregulares hábitos alimenticios del mediodía de un periodista promedio. Como sea, la tradición cruzó el océano con los hoteles como embajadas del brunch en las periferias: si es cierto que las grandes novelas de espionaje no transcurren en burocráticas embajadas o en reparticiones públicas sino en los bares de los hoteles, el brunch se impuso como costumbre de los viajados y escenario de las intrigas internacionales, así como en fetiche de los porteños de hábitos más mundanos, incluso con programas de radio dedicados a la mística del desayuno-almuerzo.

En Buenos Aires, el más célebre y aristocrático es el brunch del Hotel Alvear ($ 340 por persona): servido en el afrancesado salón L’Orangerie, combina el caviar ruso, el salmón japonés, la panceta yanqui, el ñandú pampeano y el café brasileño. El ambiente sugiere la pompa y circunstancia del ambiente diplomático (“vestuario formal o elegante sport”, se exige, aun para el domingo al mediodía). Según la explicación del chef, “es un buffet que presenta distintas ‘estaciones’ para saborear mariscos, frutos de mar, carnes de caza y los más exquisitos postres”. Todo bien regado con champán rosado .

Si “dominguero” es epíteto para el automovilista en tránsito lento, el que quiere ir más despacio o rebelarse ante los hábitos formales, brunchea en cafeterías como Nucha, Le Blé, Olsen, Oui Oui, Sirop Folie o Tartine, ámbitos naturales de los “bo-bos” de Palermo: no tontitos sino “bohemios burgueses”, según otro neologismo de la modernidad.

Con menúes de entre 50 y 200 pesos promedio por persona, el desayuno-almuerzo cumple con los rituales de los urbanistas londinenses o neoyorquinos, adaptados a las ambiciones de una ciudad que se pretende internacional: infaltables huevos a la benedictina, café negro y vino tinto, como tributo etílico al viejo y querido mediodía dominguero argentino, el de los ravioles y el asado.

Fuente: clarin.com

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