martes, 10 de marzo de 2009

El vino y el enfermo

El viejo Hipócrates (460-377 antes de J.C.) padre de la medicina, decía ya en sus enseñanzas, “El vino es cosa maravillosamente apropiada al hombre si, en salud como en enfermedad, se le administra con tino y justa medida”.


En la época carolingia, el régimen ordinario de los enfermos y ancianos acogidos a los asilos de los monasterios comprendía reconfortantes y sabrosas sopas de vino, sopas de las que Juana de Arco gustada tanto, según se cuenta.


Ya hemos hecho mención de las virtudes bacterianas y antitóxicas del vino que le convierten en un excelente agente contra las infecciones. Pero la generosa naturaleza, que ha ofrecido al hombre los mismos remedios contra sus males, ha previsto todo, adecuando cada vino a cada caso particular.


Es así que los vinos dulces naturales, los vinos blancos licorosos, estas golosinas de la viña, están especialmente recomendadas a los convalecientes, los depauperados, los asténicos. Su riqueza en azúcar les hace por el contrario prohibitivos para los diabéticos.


Los pequeños vinos blancos, secos, pobres en azúcar, de una agradable acidez y ligeros en alcohol , excitan el apetito y la digestión. Conviene a los dispépticos que sufren de hipoclorhidria. Se recomiendan también a los obesos, puesto que su poder calórico es débil...y su poder diurético muy grande (los vinos blancos de Saboya sostienen la moral de los pobres pacientes sometidos a cura de agua en Bride-les-Bains).


Los vinos espumosos convienen a cierta clase de dispépticos: el ácido carbónico que contienen hace que se utilicen contra los vómitos. El Champagne es la providencia de los convalecientes a los que hace ver la vida de color de rosa. Es excelente bebida después de un choque emocional y muy indicado en las bajas de tensión.


Por lo general los vinos ligeros, poco robustos, de reducido grado alcohólico, sean blancos, rosados o tintos, convienen a todos los organismos y deben ser los preferidos para el consumo corriente. Los vinos robustos, generosos, ricos en aroma, aquellos que se conocen como "grandes vinos" deben ser reservados en la bodega de los "tesoros" para los grandes días.


Símbolo religioso, y fuente de inspiración artística a la vez, el vino es considerado, con justa razón, como un signo de civilización en la que la dulzura de vivir, une cuerpo y espíritu.


Que se vista de terciopelo púrpura, de satén dorado o de seda rosa, este noble producto de la viña es la bebida ideal del hombre de gusto de nuestro tiempo y que responde perfectamente a sus necesidades como a sus deseos. Precioso complemento de una alimentación que se procura sea sana y equilibrada llena nuestros corazones de la alegría de vivir, sin la cual no hay buena salud ni física ni moral. Como lo dijo sir Alexander Fleming "Es la penicilina la que cura a los humanos, pero el vino es el que los hace felices"

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