Diario El País
MADRID.- Nadie sabe muy bien lo que podría pasar si la población empezara a vivir 100 años, y en buenas condiciones. Pero una línea de investigación muy seria, que ha atraído mil millones de dólares de la industria farmacéutica, está dedicada a encontrar el elixir de la juventud y parece estar bien encaminada.
Hallar la clave de la juventud eterna promueve más escepticismo aún que un crecepelo. Aparte de resultar demasiado complejo como para reducirlo a una fórmula, el envejecimiento parece estar imbricado en la naturaleza más elemental de las cosas: estamos hechos de materiales, y todos los materiales se estropean con el tiempo. Parece obvio.
Pero no lo es tanto. Los materiales de los que estamos hechos las personas ?proteínas, ADN, grasas, azúcares? son los mismos en un búho, que puede vivir hasta 65 años, en un mono (50 años), un león (40), un delfín (30), un caracol (15), un ratón (4), o una mosca, que se muere de vieja a las seis semanas de nacer. También son los mismos en una ostra de 100 años y en una tortuga de 200. La longevidad es un producto de la evolución, no de la fatalidad.
La investigación del envejecimiento ha seguido en la última década varias pistas inconexas. Una es el potente efecto de la restricción calórica en la longevidad de todas las especies en que se ha probado; otra es el rastreo de los genes que más pesan en la esperanza de la vida de los individuos. Y otra es que las grandes causas de mortalidad en la edad avanzada parecen cada vez más inseparables de la biología de la senescencia.
Pero los científicos se han dado cuenta ahora de que las tres pistas convergen en el mismo lugar. El nexo tiene relación con unas proteínas llamadas sirtuinas. El componente beneficioso del vino tinto (el resveratrol) es un activador natural de las sirtuinas y ha inspirado una nueva generación de moléculas hasta mil veces más potentes que el compuesto original, algunas ya en ensayos clínicos de fase II. Se llaman activadores de las sirtuinas. ¿Pueden ser el primer elixir de la juventud? Una fuerte apuesta
"Glaxo Smith Kline ha invertido cerca de mil millones de dólares en activadores de las sirtuinas", explica el codirector del laboratorio de biología molecular del envejecimiento de la Universidad de Harvard, David Sinclair. "Su intención es desarrollarlos como fármacos contra enfermedades asociadas al envejecimiento, como la diabetes y otros desórdenes metabólicos, lo que a su vez prevendrá a los pacientes contra muchas otras enfermedades: trastornos cardiovasculares, cáncer, Alzheimer, e incluso las cataratas y la osteoporosis."
"Pero esta tecnología no mejora la salud sin extender la longevidad -prosigue Sinclair-. Lo uno se basa en lo otro; si estas moléculas funcionan en los ensayos clínicos, la gente vivirá una vida más larga y saludable."
A diferencia de la vida media, que se ha duplicado en Occidente en cien años, la vida máxima sí que parece una constante biológica. El Instituto Nacional del Envejecimiento de los Estados Unidos estima que, de los 6800 millones de habitantes del planeta, "quizá no más de 25 personas superen ahora mismo los 110 años".
Los genes importan. No hay duda de que vivir muchos años es un rasgo que tiende a agruparse en familias. Según el New England Centenarian Study, los hermanos de un centenario tienen el cuádruple de probabilidades de superar los 90 años que la media de la población.
Uno de los genes del envejecimiento mejor conocidos en todo el reino animal se llama FOXO, y también es el principal determinante genético de la longevidad humana. Varios trabajos recientes han revelado una fuerte correlación entre las variantes del gen FOXO y la edad que alcanza una persona; también con su riesgo de cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Cierta variante del gen es común en los nonagenarios, y aún más en los centenarios.
Sin embargo, hay una forma bien conocida de violar el techo biológico de las especies. Su descubrimiento se remonta a los años treinta: Clive McCay, de la Universidad de Cornell. McCay sometió a sus ratas a una dieta baja en calorías y añadió vitaminas y minerales para evitar la desnutrición. Vio que los animales vivían cuatro años en vez de los tres normales.
Las pruebas de la generalidad de esta técnica sólo se han ido acumulando en los últimos años. Reducir la ingesta de comida en un 30 o en un 40% prolonga la vida de las levaduras, los gusanos, las moscas, las ratas, los ratones y los perros. Y también previene de las dolencias de la edad avanzada en todas las especies.
El efecto beneficioso de la restricción calórica se ha atribuido por lo general a que "vivir mata". Por ejemplo, comer acelera el metabolismo, y esa mayor actividad genera radicales libres, que van dañando las maquinarias fisiológicas. Menos comida implicaría menos metabolismo, menos radicales libres y menos envejecimiento. Pero esa idea ha resultado demasiado simple.
El biólogo del Massachusetts Institute of Technology Leonard Guarente, descubrió hace diez años que la activación de la principal sirtuina, SIRT1, bastaba para prolongar la vida de la levadura de la cerveza. Otros laboratorios han visto que las copias extra del gen SIRT1 tienen el mismo efecto en gusanos, moscas y ratones. Que un solo gen aumente la longevidad en organismos tan separados es la clase de evidencia que apunta a un regulador clave del proceso.
Guarente y Sinclair vieron que SIRT1 es una proteína capaz de modificar a muchas otras proteínas, y que lo hace en respuesta al indicador universal del estado energético de toda célula: un derivado de la vitamina B3 llamado NAD. Eso indicó que SIRT1 podía ser el nexo entre los genes de la longevidad y los misteriosos efectos de la restricción calórica.
La hipótesis recibió un respaldo decisivo cuando Pere Puigserver, del Instituto del Cáncer Dana-Farber, demostró que la restricción calórica eleva los niveles de NAD, lo que a su vez estimula la SIRT1. Pero ¿a qué se debe esta conexión entre la longevidad y la escasez de la comida?
"La única causa que puede explicar ese conservado proceso evolutivo del envejecimiento es que esté controlado por un programa genético -responde Puigserver-. La misma explicación se puede dar a los efectos universales de la restricción calórica sobre la longevidad, porque la escasez de nutrientes controla la actividad de esos mismos genes."
"Las sirtuinas son genes de la supervivencia -añade Sinclair-. Evolucionaron para mantener vivos a los organismos en los tiempos adversos. Cuando la comida escasea, SIRT1 se enciende, y creemos que esto es lo que permite a los animales sometidos a una dieta estricta vivir más de lo normal y con una salud mejor de lo normal. Ya sabemos por estudios con ratones que los activadores de SIRT1 confieren los mismos beneficios que una dieta hipocalórica."
Un equipo de la Ecole Polytechnique Fédérale de Lausana mostró que uno de esos activadores, SRT1720, imitaba en las pruebas con ratones todos los efectos beneficiosos de una dieta baja en calorías. El fármaco experimental previno por completo el engorde de los ratones tras diez semanas de dieta rica en grasas, además de evitar que desarrollaran resistencia a la insulina: el umbral de la diabetes y el daño cardiovascular.
Uno de los autores del trabajo es Carles Canto. "SIRT1 constituye una diana muy atractiva para la industria farmacológica -dice-. Su activación parece promover acciones antiinflamatorias y una mejora metabólica general en situaciones de obesidad e intolerancia a la glucosa. Pero sus efectos sobre la longevidad no están tan claros en los mamíferos."
Puigserver coincide con esa apreciación: "Aunque en organismos inferiores se ha demostrado que los activadores de SIRT1 extienden la vida, sus efectos en los mamíferos parecen estar más ligados a la protección contra las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, como la diabetes o el cáncer; de modo que afectan al tiempo de la vida, pero de una manera más indirecta".
Mientras llegan los avances farmacológicos, siempre queda la opción con mejores credenciales entre todos los expertos. Según Canto, "sabemos que la restricción calórica permite aumentar tanto la vida media como la vida máxima, el techo biológico máximo de cada especie".
"La restricción calórica está comprobada en muchas especies, y hay indicios en humanos", dijo Puigserver.
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