El disfrute pleno de las cualidades y estímulos que ofrece el vino requiere el concurso de todos los sentidos, el de la vista en primer término y luego olfato, gusto, tacto y hasta el oído. Por eso hay que conceder gran importancia al recipiente en el que se bebe el vino. En la mesa, nada como una buena y bella copa de cristal incoloro, sin adornos ni tallados y de la forma más adecuada al disfrute sensorial de cada vino.
No deben ser ni demasiado pequeñas ni demasiado grandes, claras, limpias, lisas y transparentes. La copa debe tener siempre pie, para que la mano no dificulte la visión del vino ni altere su temperatura. Es importantísimo que no conserve olor alguno de jabón o detergente.
Siempre debe llenarse la copa por debajo del ecuador, para hacer posible el movimiento necesario de aireación y expresión del vino.
Una vez que el anfitrión o el entendido ha probado y aprobado la primera copa, se sirve a las damas y, finalmente, al dueño de casa. (En sentido horario y por la derecha). La copa nunca debe permanecer vacía.
El orden de servicio
Nuestra capacidad gustativa puede verse afectada por la composición o el orden de las bebidas y alimentos ingeridos. Cuando varias sensaciones se suceden, la posterior debe ser diferente y más intensa de la que precede. Por esto es necesario atender a ciertas normas de acompañamiento y al orden que servimos los vinos.
• Los vinos blancos secos antes que los tintos.
• Los vinos ligeros antes que los vinos de más cuerpo.
• Los vinos fríos antes que los que no lo estén.
• Los vinos han de ser servidos en una graduación ascendente.
• Servir los vinos en su mejor momento de la estación.
• Separar los vinos con una copa de agua.
• Si tiene un gran vino no debe figurar solo, permítale que se luzca.
• En caso de que se tome un solo vino, éste no debe tener alguna característica acentuada que contraste con alguno de los platos.
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