lunes, 9 de febrero de 2009

La mejor de Argentina tiene su futuro en el exterior



Agustina de Alba es una somelier argentina de tan solo 21 años que en el 2008 ganó el concurso de Mejor Sommeler.
Pese a su juventud tiene un bagaje de conocimientos relacionados con el vino que la hace una figura destacada que ahora se proyecta al exterior. Sin embargo, Agustina tiene en su país menos trabajo que antes de ganar su título. Contradicciones de un sistema que castiga a los mejores.

"Desde el punto de vista objetivo, el vino es la fermentación del jugo de uva por acción de las levaduras. Pero a nivel espiritual significa tanto. Y esto es tan poco tangible: adentro de cada botella hay historias impresionantes. Conocerlas, comunicarlas, conocer el vino y comunicarlo es lo que me da felicidad. El vino es magia, es todo".

Historias y alcohol: estas palabras, juntas, hacen pensar en grandes escritores alcohólicos, como Joseph Roth, el autor de "La leyenda del santo bebedor". Pero no está hablando un escritor viejo y cirrótico, sino una joven que acaba de cumplir 21 años, goza de muy buena salud y no escribe historias: es Agustina de Alba, que ganó el premio como Mejor Sommelier Argentina. Escuchándola, se entiende por qué triunfó: habla de su oficio con la pasión y el amor que distingue a los mejores.

Para algunos, que el campeonato fuera ganado por una chica de 20 años y recién recibida fue polémico. Hablaron de falta de experiencia, dijeron que se premiaba a la que más había estudiado y no a quienes tenían más trayectoria. El talento, se sabe, es un don: no necesariamente está hecho de experiencia.

¿Cómo viviste la final del campeonato de sommeliers?
Al principio, con muchos nervios. En el Four Seasons había 300 personas y el jurado. Nosotros pasábamos uno por uno, con un micrófono, y teníamos que resolver diferentes pruebas. No podíamos ver lo que hacían los demás participantes, así que tuve que esperar cuatro horas. Me puse los ipod, me relajé y ¡me quedé dormida en un sillón! Cuando me tocaba, me vinieron a despertar; ya en el escenario estuve super tranquila. Estaba feliz: estar en la final y poder mostrarle al mundo que era sommelier ya era suficiente.

Hablaste de historias en las botellas, contame una.
Este año participé de mi primera cosecha en Chateau Lepin, una de las bodegas más prestigiosas del mundo. Es una empresa familiar, que tiene dos hectáreas y media, en Burdeos. Para la época de la cosecha, invitan a amigos de todo el mundo. Vivíamos en una casa de huéspedes, esperando el día de la cosecha, que el enólogo iba postergando, a la espera de las condiciones ideales. La uva se selecciona grano por grano: trabajábamos doce horas por día. Cantábamos, nos contábamos nuestras vidas o pasábamos horas en silencio, concentradísimos. Todas esas historias están en cada botella.

¿Y cómo empezó la historia que te trajo hasta acá?
A mamá y a mi abuelo les encanta el vino. Y desde siempre me dejaban mojarme los labios, tomar un sorbito. Tengo el paladar acostumbrado al vino desde muy chica. La vocación la descubrí en un viaje que hice a los 15 años a Mendoza. A los 17 volví, sola, conseguí trabajo y me quedé. Hace unos días viajé para allá. Cuando me bajé del avión, sentí el olor y me largué a llorar, inmediatamente volví a sentir todas las emociones por las cosas que me habían pasado ahí.

Había descubierto lo que le gustaba y se jugó. Le dijo a su familia que se quedaba. Después volvió, estudió, trabajó en uno de los hoteles más importantes de Calafate, regresó, estudió más, ganó. Y sigue.

"Curiosamente, tengo menos ofertas laborales que antes de ganar el campeonato. Tal vez creen que ahora cobro una fortuna: señores, no es así. Podría trabajar muy bien en el exterior, pero ahora estoy bajo contrato con la Asociación Argentina de Sommeliers: en mayo vamos, con Marcelo Revolé, a representar al país al Concurso Panamericano de Sommeliers. Me estoy preparando".

Fuente: La Razón de Buenos Aires

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