Es un paso previo a la bulimia y la anorexia. Consultamos a una especialista quien nos responde sobre las dudas más comunes. Cuáles son los síntomas y cómo debemos reaccionar ante ellos.
El 37% de las mujeres jóvenes en la Argentina actual sufre desórdenes alimentarios, según un nuevo informe de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA).
Estos datos surgen de una encuesta realizada durante 2011 que, si se
comparan con el mismo estudio realizado diez años antes, se registra un
incremento de casi el 50% en desórdenes alimentarios en mujeres de entre 15 y 20 años.
Las patologías de este tipo, como la anorexia y la bulimia,
tienen mayor incidencia en la adolescencia, aunque la edad de comienzo
es cada vez más temprana. Si la enfermedad se cronifica puede acompañar
al individuo toda la vida. Mabel Bello, directora médica de ALUBA, nos
ayuda a comprender mejor estas patologías.
Se cree que la cantidad
de casos aumentó, sobre todo, por la falta de educación. “Hoy en día la
educación no contiene. La sociedad tiene una actitud muy libre para los
adolescentes, sin pautas, sin reglas. Así como ha crecido el
alcoholismo y la drogadependencia en la juventud, la anorexia y la
bulimia son otras adicciones que crecen también en una edad en la que,
si no hay una contención, es fácil caer en una conducta adictiva”,
explica Bello.
En el estudio de ALUBA del año 2000, además, se
registró un nivel de patologías del 9% del total de adolescentes mujeres
encuestadas, mientras que en el último informe, de 2011, el índice
llega al 12%.
La anorexia
es el rechazo a mantener el peso que le corresponde a su estatura y
compostura física. Se produce por el miedo intenso a engordar, a ver una
alteración del esquema corporal. Suelen negarse a comer, esconder
comida y cortar los alimentos en trozos muy pequeños. La bulimia,
por otra parte, genera accesos de voracidad. Las pacientes manifiestan
una gran preocupación por el físico y ejercen conductas purgativas, como
vómitos autoprovocados, excesos de laxantes y diuréticos y ejercicios
compensatorios con el objetivo de adelgazar.
El rol de la familia
Las
jóvenes que padecen estos trastornos suelen no tener conciencia de la
enfermedad. “Generalmente son sus parientes, padres o familiares quienes
notan que la conducta no es saludable y consultan. Muchas veces, los
pacientes lo niegan y argumentan que no pueden comer porque se
atragantan con la comida y tienen miedo de ahogarse, o dicen que comen
bien y que les encanta comer, a pesar de que tienen poco peso”, indica
la doctora.
En este sentido, cuando la familia acerca un paciente a
la consulta, ya teme que el diagnóstico sea un trastorno de la
alimentación: “Al principio hay mucho temor y dificultad, pero ni bien
se le explica la evolución del paciente, la seguridad de que se puede
curar y que van a tener una calidad de vida muy superior a la que venían
teniendo, se tranquilizan”, dice Bello. Esto permite que colaboren en
el tratamiento, ya que son una parte activa del mismo. El paciente está
unas horas con los profesionales pero el resto del tiempo está en su
casa. Si la familia colabora y entiende los objetivos del tratamiento, el paciente progresa con mayor facilidad.
¿Qué
hacer si se sospecha que un joven padece alguna de estas patologías?
“Lo mejor que puede hacer la familia, al sospechar de la presencia de
algunos de estos síntomas en uno de sus pares, es no hablar con la joven
en ese momento, sino acercarse a alguna institución -como ALUBA-,
asistir a una charla informativa para enterarse de cómo es la
enfermedad, cuál es el mejor abordaje, para llegar a la joven sin que se
ponga más resistente. La primera misión de los padres es informarse”, explica Mabel Bello.
Los
tratamientos suelen ser grupales, ya que les permite a las pacientes
reconocer la enfermedad y pedir ayuda para salir adelante. Los
tratamientos individuales, por lo general, hacen que el paciente niegue
la enfermedad.
Otros desórdenes alimentarios
Más allá de la bulimia y la anorexia, existen otras patologías alimentarias. Una de ellas es la ortorexia,
que la padecen personas que consumen sólo comida de cierto tipo:
orgánica, sin conservantes, sin grasas, sin manipulación genética, sin
pesticidas en su cultivo, etc. La forma de preparación -verduras
cortadas de determinada manera- y los materiales utilizados -sólo
cerámica o madera, etc.- también son parte del ritual. Estas personas
pueden llegar a recorren kilómetros para encontrar un proveedor de
alimentos naturales. Y si no los encuentran o dudan de su inmaculado
origen prefieren ayunar. No suelen concurrir a restaurantes o eventos
donde desconozcan las cocinas. “Es un patología de una mujer más adulta
con una gran preocupación por su físico pero ya no tiene el peligro que
tiene el adolescente que puede terminar en la muerte”, explica Bello.
La patología que se caracteriza por una distorsión de la imagen corporal con una elevada autoexigencia es la vigorexia.
Quienes la padecen (casi exclusivamente hombres) nunca están conformes
con el tamaño de sus músculos: tienen baja autoestima, poca tolerancia
al estrés y a la frustración. Se imponen severas dietas muy alta en
proteínas, complementadas con productos anabólicos y esteroides en la
mayoría de las ocasiones. Suelen tener tendencia a la automedicación y
su vida se centra en el entrenamiento, dejando atrás actividades
sociales, culturales o familiares. Puede encontrarse aislados social y
laboralmente debido a las rápidas fluctuaciones de su estado de ánimo
que los lleva a actitudes agresivas.
El trastorno por atracón
se da cuando una persona come desmesuradamente al menos una vez a la
semana durante tres meses seguidos y se siente mal por ello. Pero, al
contrario de la bulimia, la persona no se somete a purgas.
“Todas
estas patologías suelen transcurrir en edades adultas”, dice Mabel
Bello, de ALUBA. “Estas personas suelen padecer una enfermedad crónica,
con problemas de adaptación social o poco contacto emocional. Si bien
son trastornos de la alimentación, no son una amenaza a sus vidas, como
si las tuviera un adolescente”.
Foto: Getty
Fuente: entremujeres.com
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