miércoles, 4 de diciembre de 2013

La lucha de un centro solidario en Quilmes: alimentar para educar

Daniel Díaz arroja la llave del depósito donde guardan la comida y su esposa la atrapa en el aire. Después suena su celular y atiende. Otro lanzamiento y el aparato cae, preciso, en las manos de una joven con delantal que amasa rosquitas. Son seis adultos en el comedor a las tres de la tarde. Después se sumarán otros tantos. Los doce forman un equipo, unido por el Barrio del Carmen, la zona de ocho manzanas donde viven en Quilmes Oeste. Todos los días cocinan y le dan la merienda y la cena a 157 chicos. Aunque Daniel, coordinador y fundador, se esmera en aclarar que la Asociación Civil Creciendo con Vos no es sólo un comedor.

De algún modo, puede decirse que a través de la comida apuestan por la formación de los chicos. "En otras instituciones solidarias, los nenes se llevan viandas. Acá no, acá queremos aprovechar que vienen para estar con ellos, charlar y escucharlos. Son chicos carenciados, muchos viven en ambientes de gran violencia", cuenta Daniel. En la casa donde los reciben después del mediodía -dos cuartos, un depósito, una cocina y dos patios-, la regla principal es que todos se sienten juntos en torno a las mesas de madera de la sala principal. O en el patio de entrada, donde los voluntarios colgaron una media sombra y plantaron una mesa larga hecha de taburetes y tablones y varias sillas. Junto a ellos, siempre hay un supervisor. O mejor dicho, una supervisora: la mayor parte de los voluntarios son mujeres. Vecinas, mamás, incluso jóvenes que años atrás recibieron la ayuda del comedor y ahora están del otro lado del mostrador.

Más allá del plato de comida, el proyecto de Creciendo con vos se trata del encuentro de la comida. Mientras les sirven mate cocido con tortas fritas, sus organizadores aprovechan para conversar con los chicos, aunque hablen con la boca llena. "Participan mil veces más acá que cuando están en clase. Si hacemos una pregunta, acá se pelean para responderla", cuenta Daniel sentado en una de las mesas. De fondo, el bochinche. Griterío total y constante. Viene del patio: pasto, tierra, un metegol. Un perro negro que deambula. Nenes y nenas. Una pelota. Alguna que otra mamá con un bebé en brazos. Antes, Daniel jugaba con los chicos afuera. Hasta que los dolores de espalda restringieron su capacidad para "potrear". No importa, los chicos van a él. Sobre todo las nenas. Algunas son tímidas pero quieren investigar a los "intrusos" que llegaron con aparatos y hacen preguntas. Daniel las engaña en broma, pero con expresión severa: "Vinieron a cerrar el comedor". Ellas se sorprenden con los ojos pero apenas entienden el chiste le pegan palmaditas en los brazos. "Andaaaa".

Daniel es fletero. Se levanta a las 6 para ir a trabajar y a las 14 queda libre. "Libre para venir para acá y estar con los chicos o ayudar", apunta. Detrás suyo, una cartulina rebosante de brillantina muestra a dos bailarinas. "Vas a pensar que te miento pero los chicos me dan más a mi de lo que les doy a ellos. No sé qué haría si no tuviera esto", confiesa.

Al comedor asisten 157 chicos. La mayoría tiene entre dos y 14 años. Por cada uno, Daniel recibe, a través del programa provincial bonaerense Unidades de Desarrollo Infantil (UDIS), 300 pesos mensuales. La cifra, que según explica no se actualiza hace cuatro años, no alcanza. "Con los aumentos de precios, hoy hay un desfasaje. Y encima estamos subsidiados al 30 por ciento. Nunca nos dieron un subsidio del total de la matrícula. Gracias a Dios contamos con el aporte del Banco de Alimentos, que nos ayuda con la comida para los chicos, sino no podríamos sobrevivir", revela. Se refiere a la fundación creada en Estados Unidos en 1967 y que funciona en la Argentina desde 2001. Su labor consiste en tratar con las grandes cadenas de supermercados o distribuidoras de alimentos para recuperar los productos que ya no puedan ser comercializados; repartirlos en cajas y llevarlos, con la ayuda de voluntarios, a centros solidarios de todo el país. En el caso del Creciendo con vos, el aporte del Banco de Alimentos representa un 70 por ciento de lo que necesitan para brindar una comida y una colación por día.

Por mes, Daniel distribuye los gastos en tres partes: los servicios, la comida, y los "incentivos" para las voluntarias. "Juntamos un fondito para las mamás. Acá no hay planes sociales. Ellas vienen a la una y se van a las once y media de la noche. Les damos por lo menos para los gastos mínimos, de 700 a 1500 pesos por mes. Es un premio a la colaboración, no es un sueldo ni nada por el estilo, eso es imposible para nosotros", asegura Daniel, y aclara que ni él, ni su esposa, ni sus tres hijos, que también colaboran en la casa, reciben dinero por sus tareas en el centro comunitario.

Las únicas que reciben sueldos -del Estado- son las maestras. Trabajan junto al patio, en una sala pequeña y oscura que alberga un pizarrón, algunas estanterías y una mesa con sillas. Parece sólo un aula. Pero es el anexo de una escuela de la zona, la número 705 Pueblos originarios de Quilmes. En ese cuarto, a partir de las cinco de la tarde, se dictan clases. "Este anexo es parte de un proyecto del gobierno que se llama Inclusión Social, para chicos que están en situación de calle y que no van a la escuela. Hoy vienen sólo cinco, durante tres horas", explica la "señorita Vero". También usan el anexo para enseñar a adultos. El año pasado, seis personas mayores terminaron la primaria ahí. Entre ellas Lidia, la esposa de Daniel.

En realidad, el deseo de los Díaz es dejar de servir comida. Que sus vecinos ya no lo necesiten. Y entonces transformar el centro comunitario, por completo, en un centro educativo. "Una escuela de oficios", se ilusiona Daniel con voz firme. "Si me preguntaban hace diez años si ese era mi objetivo, me hubiera reído", dice. El proyecto empezó sin querer. A fines de los noventa. Entre vecinos, para las fiestas de fin de año, cocinaban e invitaban a cenar a los chicos del barrio. Pero luego de la crisis que se desató en diciembre de 2001 se dieron cuenta de que tenían que hacer más. Y arrancaron con las meriendas todos los días. Poco después empezaron a servir también cenas. Siempre en la casa de Daniel. No fue hasta 2007 que lograron comprar la propiedad donde funciona ahora el centro. Hicieron eventos, sorteos, bingos y juntaron los 15 mil pesos que costaba. De a poco, entre los voluntarios y con la ayuda de vecinos, fueron mejorando la construcción. Y siguen, porque falta. Por ahora, ni las heladeras ni las estanterías tocan el piso. Están suspendidas en el aire sobre sillas que las cuidan de la amenaza del agua. Los techos, precarios, no aguantan las lluvias y el líquido se filtra sin piedad. Fue así como perdieron, en una ocasión, 200 kilos de carne congelada y las únicas dos heladeras que tenían. El Banco de Alimentos les proveyó dos nuevos aparatos.

La entrevista con LA NACION llega a su fin. Mientras el fotógrafo guarda sus equipos, la cronista se acerca a la cocina para investigar lo que están cocinando tres mujeres. Las rosquitas ya están listas, agrupadas en platos, envueltas en azúcar. Ahora preparan la cena: salchichas con puré. Sobre sus cabezas, en lo alto de una pared, un cartel pintado a mano les recuerda que deben usar delantal. Ellas conversan. El tema surge por primera vez ese día. De casualidad cuentan que ya entraron a robarles dos veces este año. Nunca supieron quiénes se metieron en la casa por la noche. "Se llevaron hasta los cubiertos, la comida, todo" recuerda una de las voluntarias sin sacar la mirada de la preparación que revuelve en una enorme olla. "¿Y qué hicieron?". "¿Y qué vamos a hacer? Empezar de nuevo", responde..

Si querés contribuir con donaciones o sumarte como voluntario en el Banco de Alimentos, hacé click aquí.

Fuente: lanacion.com

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