Para ellos, oír la caída del vino en la copa es fundamental. A través de
lo que perciben, por ejemplo, pueden descubrir si lo que probarán es un
tinto o un blanco y hasta tienen pistas sobre el varietal. Después,
unen esa sensación al aroma y el sabor y completan la degustación. De
ese modo, las personas ciegas logran catar vinos sin inconvenientes, a
pesar de que no pueden ver su color ni su consistencia. Quienes contaron
sus secretos sobre la degustación fueron los miembros de un grupo de
disminuidos visuales que llegaron desde Córdoba para recorrer las
bodegas sanjuaninas.
Los 12 integrantes del Grupo de Cata de Ciegos "Enólogo Alberto Molina", que tiene 10 años y es el único grupo de este tipo en el país, entraron a la bodega Viñas de Segisa, una de las que integraron su itinerario, y oyeron su historia. Después bajaron a las cavas y se sorprendieron. Todos destacaron el agradable aroma del vino y el microclima del lugar. Tras de pasar por el depósito de botellas se acercaron a la zona de las barricas, se agacharon para sentir el olor de la madera y pudieron diferenciar las barricas de roble americano de las francesas.
A la hora de la cata pidieron silencio y escucharon la caída del líquido en la copa, esa fue la primera pista que recibieron sobre lo que iban a tomar. "A nosotros no nos entretienen los ojos, entonces estamos más atentos a lo que percibimos a través de los otros sentidos. Sabemos que el vino blanco hace más ruido al caer. El tinto, en cambio, es más pesado, cae más lento", explicó Julio Agüero, quien no puede ver pero reconoce rápidamente cada tipo de vino. Y agregó que "después unimos lo que escuchamos con el aroma y el sabor y, como todos los catadores, logramos tener una orientación sobre las características de cada vino".
Así, el contingente, que se alojó en el albergue del estadio Aldo Cantoni, visitó otras 3 bodegas y participó de un curso del Consejo de Enólogos de San Juan, antes de retornar a su provincia.
Los 12 integrantes del Grupo de Cata de Ciegos "Enólogo Alberto Molina", que tiene 10 años y es el único grupo de este tipo en el país, entraron a la bodega Viñas de Segisa, una de las que integraron su itinerario, y oyeron su historia. Después bajaron a las cavas y se sorprendieron. Todos destacaron el agradable aroma del vino y el microclima del lugar. Tras de pasar por el depósito de botellas se acercaron a la zona de las barricas, se agacharon para sentir el olor de la madera y pudieron diferenciar las barricas de roble americano de las francesas.
A la hora de la cata pidieron silencio y escucharon la caída del líquido en la copa, esa fue la primera pista que recibieron sobre lo que iban a tomar. "A nosotros no nos entretienen los ojos, entonces estamos más atentos a lo que percibimos a través de los otros sentidos. Sabemos que el vino blanco hace más ruido al caer. El tinto, en cambio, es más pesado, cae más lento", explicó Julio Agüero, quien no puede ver pero reconoce rápidamente cada tipo de vino. Y agregó que "después unimos lo que escuchamos con el aroma y el sabor y, como todos los catadores, logramos tener una orientación sobre las características de cada vino".
Así, el contingente, que se alojó en el albergue del estadio Aldo Cantoni, visitó otras 3 bodegas y participó de un curso del Consejo de Enólogos de San Juan, antes de retornar a su provincia.
Fuente: Area del Vino
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