Lo que muchos consideraron el mayor golpe comercial desde que DeBeers inventó el mercado de los diamantes proclamando que eran "el mejor amigo de la mujer", el agua embotellada pasó de ser una curiosidad en la década del 70, a una moda en los 80, a una forma de consumo obligatorio a partir de los 90.
La imagen de una esbelta veinteañera, vestida con ropa deportiva y acarreando su infaltable botella de agua, bien podría ser el póster cultural de finales del siglo XX.
Entre 1990 y 1997, las ventas de agua embotellada en los Estados Unidos pasaron de 115 millones a 4000 millones de dólares. Entre 1997 y 2006, aumentaron el 170%, hasta totalizar 10.800 millones de dólares. Pero el año pasado, lo norteamericanos consumieron 400 millones de litros menos que el año anterior, de 110 litros per cápita en 2007, a 107 en 2008, según la revista Beverage World .
Hasta el severo Wall Street Journal se preguntaba la semana pasada si no estaríamos presenciando el principio del fin del boom del agua embotellada. Argumentó que Nestlé S.A., el mayor grupo en ventas de alimentos y bebidas del mundo, había registrado una caída del 3% en las ganancias de la primera mitad del año, y que el segmento más débil de su operación era la división de agua embotellada, responsable del 10% del total de las ventas de la compañía. Nestlé comercializa una docena de marcas de agua embotellada, incluidas Perrier, San Pellegrino, Poland Spring y Zephyrhills.
Un litro de agua embotellada en un supermercado cuesta un promedio de 70 centavos en los Estados Unidos. En un restaurante puede costar entre 4 y 8 dólares. Esto es más que el precio de la nafta, que en estos días anda en alrededor de 65 centavos el litro.
De modo que, probablemente, el principal factor en la caída de las ventas sea el económico. Muchas empresas que antes ofrecían agua embotellada gratuitamente a su personal dejaron de hacerlo, como una forma de reducir sus gastos, mientras que el consumidor individual, que antes cargaba mecánicamente su docena de botellas en el carrito, ahora lo piensa dos veces.
El fenómeno está acompañado de estudios que demuestran que al agua embotellada que se vende en los Estados Unidos no es necesariamente ni más limpia ni más sana que la que proviene de las canillas, sino que, en varios casos, hasta es significativamente inferior.
Según una investigación de cuatro años realizada por el Consejo de Defensa de Recursos Naturales (NRDC), una de las más respetadas organizaciones ambientalistas del país, que incluyó el análisis de más de 1000 botellas de agua de 103 diferentes marcas, reveló que un tercio de ellas contenían diversos niveles de contaminación, incluso químicos orgánicos sintéticos, bacterias y arsénico.
El otro problema son las botellas. La mayor parte de los envases son de tereftalato de polietileno, un producto hecho a base de petróleo crudo. Según un estudio realizado por la Universidad de Louisville, se requieren 17 millones de barriles de petróleo para producir las 30.000 millones de botellas que se venden anualmente en los Estados Unidos.
Más grave aún, el 86% de estos envases no son reciclados, lo que significa que tomará entre 400 y 1000 años degradarlas, según el Instituto de Reciclaje de Envases (CRI).
Esto ha llevado a muchos restaurantes y hoteles en las principales ciudades del país a dejar de ofrecer agua embotellada, citando sus preocupaciones ambientalistas, pero igualmente preocupados por el costo que implica la operación de descarte y reciclado de los envases. Prefieren instalar sistemas de filtrado y ofrecer el agua en bidones.
Si el negocio del agua embotellada efectivamente declina, tal vez el próximo gran boom sea el aire envasado. Podría empezar en las líneas aéreas, empeñadas en vender todo cuanto sea posible, y luego extenderse a las grandes ciudades.
Con el nivel de contaminación ambiental en ascenso, nadie debería sorprenderse.
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