lunes, 9 de marzo de 2009

El vino y el deportista

Deporte -no alcohol. Esta es la rigurosa ecuación que determinados deportistas y entrenadores, reducen a tales términos de intransigencia, que llegan hasta el punto de englobar al buen vino en esta prohibición.

Ahora bien, los últimos trabajos, llevados a cabo en dietética deportiva, lejos de encomiar los regímenes excepcionales que estuvieron de moda en otros tiempos, se muestran de acuerdo sobre el hecho de que la alimentación del atleta debe ser, pura y simplemente, la alimentación ideal, es decir, sana y equilibrada, de un hombre corriente que realice esfuerzos musculares. Salvo ocasiones excepcionales, los aperitivos y los digestivos deben evidentemente ser excluidos de los menús del atleta y totalmente prohibidos en los períodos de entrenamiento deportivo. Condenar al mismo tiempo el buen vino es una exageración lamentable.

Mas aún que para el sedentario, el vino al que Pasteur denominaba "la más sana e higiénica de las bebidas se revela como la bebida ideal para el deportista.

El resto de las bebidas presentan ciertos inconvenientes. Los jugos de frutas son, a veces, mal tolerados, sobre todo los cítricos, muy agradables en el curso de las comidas, no realizan sin embargo una alianza gastronómica ideal con los platos cocinados.
La cerveza da pesadez y produce desagradables fenómenos de eructos y de flatulencia.
La sidra causa con frecuencia trastornos gástricos y ejerce acción laxante e irritativa sobre el intestino.
Demasiada cantidad de café o de té produce inscimnio y nerviosismo (y los atletas ya son de por si propensos a la ansiedad). La leche, muchas veces mal tolerada por el adulto, es un alimento, pero no una bebida.
El consumo habitual de aguas sódicas esta seriamente desaconsejado en dietética deportiva.
No quedan por tanto más que las aguas débilmente mineralizadas o el agua corriente del grifo, con mal olor y sabor de antiséptico... ¿No es esto llevar al ascetismo demasiado lejos?

Más que ningún otro hombre, el deportista cuyas pruebas extraordinarias reclaman una plena forma tanto física como psíquica, necesita vino, precioso nutriente, estimulante del funcionamiento de todas las células y cuya acción bienhechora es innegable.

El vino, recordémoslo, ayuda poderosamente a la digestión de las materias proteicas. Ahora bien, en la actualidad, y sobre todo en períodos de entrenamiento o cuando el deporte practicado exige grandes esfuerzos musculares se recomienda al atleta un régimen muy rico en proteínas (carnes, pescados, huevos, quesos). Por sus vitaminas, el vino combate la fatiga muscular y nerviosa del organismo deportivo y mantiene su tono general.

Por sus sales minerales previene las carencias que pueden tener consecuencias graves, ya que el más pequeño desequilibrio repercute en la "forma" deportiva, estado de gracia físico bastante indefinible y caprichoso. Así el hierro puede faltar en determinadas circunstancias; el aumento de la ventilación y volumen de sangre necesarios para el riego de una gran masa muscular, hacen de este un elemento esencial para el entrenamiento deportivo. Del mismo modo, la eliminación de las toxinas de fatiga provocadas por un entrenamiento intensivo exige azufre. Hierro y azufre se encuentran precisamente en el vino. Finalmente, la acción tónica y euforizante del vino no puede ejercer más que una benéfica influencia sobre la moral del atleta porque diferentes factores (voluntad tensa hacia la prueba excepcional, estricta disciplina, entrenamiento llevado a veces hasta la obsesión) producen en el atleta un estado psíquico excepcional y en muchos casos frágil y vulnerable.

En estas condiciones el deportista tiene el mayor interés en la inclusión de una cantidad razonable de vino en sus comidas, tanto más cuanto que está sometido a un gran esfuerzo muscular, a que su ventilación pulmonar está pues acelerada, lo que le permite eliminar el alcohol más fácilmente que lo hace el sedentario.

Por otra parte, los especialistas del deporte están lejos de prohibir el consumo razonable del vino. Así, por ejemplo, el doctor Mathieu, médico olímpico, declara:”Para un sujeto normal, si la cantidad de vino no excede de medio litro por comida (un litro diario) el alcohol es enteramente quemado por el organismo y el vino es una bebida excelente y alimenticia”: Boigey, cuyas obras sobre la cura por el ejercicio han creado doctrina piensa que "el vino natural es la más encomiable de las bebidas alcoholizadas. Contiene un maravilloso complejo de sustancias útiles y bien equilibradas que nada puede reemplazar".

El doctor Encausse, inspector médico de la Alta Comisaría de la Juventud y de los Deportes, fija los límites del consumo en tres cuartos de litro para un adulto sano de 65 kgs. de peso. Saca la conclusión, notable por su prudencia, de que el cuerpo médico debe predicar:" ¡la templanza, no la abstinencia! ¡la sobriedad, no el ascetismo!".

Sin embargo, dentro de los límites que imponen los gustos personales y de una cierta flexibilidad en la interpretación, todos los vinos no son recomendados a los deportistas por los diferentes autores.
Este es el caso de los vinos robustos, ricos en perfumes y de mucho color. Borgoñas y vinos de las riberas del Ródano estarán ¡ay! reservados para los días de fiesta y alegría, no para los períodos de entrenamiento. Sucede lo mismo con el vino blanco, que tiene la desagradable reputación, bien conocida de los guías de montaña de "romper las patas"...Pero al deportista le queda el incomparable abanico de todos los vinos ligeros así como los redondos y completos. No podemos quejarnos.

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