lunes, 14 de abril de 2014

Karlovy Vary: una ciudad entre aguas en la República Checa

Karlovy Vary es una ciudad balnearia entre bosques que durante siglos atrajo a figuras como Beethoven, Goethe y Freud gracias al valor sencillo y puro de sus aguas. Se encuentra en Bohemia occidental, muy cerca de Mariánské Lázně y Františkovy Lázně, con las que forma el ‘triángulo de las Bermudas’ de las aguas curativas.

Un amigo checo tiene un sueño recurrente: imagina una fuente pública en Praga que emana sin fin litros y litros de cerveza lager. No sé por qué, la verdad. En una taberna checa un botellín de agua vale más caro que una pinta de cerveza (que ronda las 30 kc, poco más de 1€ al cambio) y los checos no necesitan fuentes públicas para animarse a beber cerveza, son con diferencia los líderes mundiales de consumo con una media per capita de 145 litros anuales. De hecho, si tenemos en cuenta que la media incluye en el cálculo a la población infantil (de consumo cero, se entiende), se puede afirmar que los amantes de la cerveza checa como mi amigo superan con mucho la media nacional y beben al año más cerveza que agua. Hasta Nikol, la bella modelo de este reportaje, adora la lager. Están sobrados. No necesitan alfaguaras de cerveza.

En Karlovy Vary, sin embargo, adoran las fuentes de agua. No es un simple sueño. Las numeran y bautizan, miden la temperatura de su agua, las enmarcan entre porches rococó, levantan quioscos románticos, las integran en el urbanismo con lechos de granito y columnatas corintias, construyen edificios enteros para salvaguardarlas... la ciudad entera creció en torno a una fuente.
Sí, seguimos en la República Checa. Karlovy Vary se encuentra a un par de horas en coche de Praga, a unos 120 kilómetros. Estamos muy cerca de la frontera con Alemania, en una región que es una potencia balnearia mundial. En Bohemia occidental se encuentra el ‘triángulo de las Bermudas’ de aguas mineromedicinales y ricos yacimientos peloides, formado por las ciudades de Karlovy Vary, Mariánské Lázne y Františkovy Lázne, también conocidas como Karlsbad, Marienbad y Franzensbad en su grafía en alemán.

Aquí los albornoces son tan típicos como el quimono en Japón, y una de las imágenes más repetidas es la de los paseantes con una jarrita de porcelana en la mano, el equivalente de la bombilla de mate para los argentinos, que utilizan para beber agua de las fuentes en cuanto tienen ocasión.

Durante siglos, antes de que cayera el telón de acero sobre Checoslovaquia, Karlovy Vary refulgía como una legendaria ciudad balneario entre bosques, con edificios rococó color crema y pasajes porticados, donde Beethoven, Liszt y Chopin, al igual que Goethe, Tolstói, Turguéniev, Karl Marx y Sigmund Freud, acudían para desaparecer en un mar de tratamientos con aguas medicinales.

Hoy el esplendor de la ciudad y sobre todo el negocio continúan. Florecen los hoteles balneario con cuerpo médico propio que trata desórdenes digestivos, cardiovasculares, diabetes, colesterol y diferentes problemas de articulaciones mediante curas con agua. La estancia ideal son dos o tres semanas. Durante el periodo comunista, los balnearios, en origen coto de aristocracia y burguesía, pasaron a recibir la afluencia subvencionada por el Estado de obreros y trabajadores jubilados. Ahora, junto con checos, alemanes y árabes, dominan los rusos de vacaciones. De hecho, Karlovy Vary parece su segundo hogar.
La presencia rusa se hace notar. Los vínculos nacieron durante la Rusia zarista con las visitas del zar Pedro I, crecieron con la URSS gracias a las estancias pagadas a sus funcionarios, que pasaban varias semanas de descanso en sus sanatorios y baños termales, y maduran en la actualidad con la Rusia capitalista: el pequeño aeródromo de Karlovy Vary recibe vuelos directos de Moscú, el cirílico está omnipresente en las rutinas diarias, la iglesia ruso-ortodoxa de sv. Petr a Pavel corona la ciudad y hasta hay una villa de descanso a las afueras donde sólo residen vecinos rusos.
CAPITAL DEL AGUA

“Los que vivimos en zonas áridas del mundo sentimos una reverencia por el agua que en otros lugares puede parecer excesiva”, escribió en una ocasión Joan Didion. En Karlovy Vary abunda el agua y la reverencia se hace con la cabeza y el tronco inclinados. A la escritora californiana le gustaba imaginar el recorrido del agua hasta su grifo en Malibú, cómo cruzaba el desierto de Mojave por acueductos y bombas y sifones y presas y desagües, por esa fontanería a gran escala. En Karlovy Vary el agua se halla bajo tus pies. La ciudad se levanta sobre una gigantesca balsa acuífera.

Del subsuelo brotan 80 manantiales
que vierten a diario cerca de seis millones de litros de agua de elevado contenido mineral. Hay que echarle imaginación para discernir por qué en un palmo de terreno hay fuentes de agua fría, caliente e hirviendo; fuentes de agua potable y fuentes extremadamente sulforosas; fuentes laxantes, para tratar la circulación de la sangre, la artrosis...

Junto con el otoño, cuando los bosques de esta parte de Bohemia se incendian con unos colores vivos que recuerdan al ‘verano indio’ de las florestas canadienses, el mejor momento para acercarse a Karlovy Vary es el mes de julio, durante la celebración del Festival Internacional de Cine. En el continente no alcanza el prestigio de Cannes, Berlín o Venecia, pero da la talla, suma ya 48 ediciones, la ciudad se rejuvenece con la muchachada ‘gafapasta’, hay más de 200 proyecciones de películas y haciendo cola en las fuentes termales te puedes encontrar tanto a abuelos rusos en tratamiento como cinéfilos y figuras célebres de la talla de Oliver Stone, John Travolta, Isabelle Huppert, Morgan Freeman, o John Malkovich.
Si bien las celebridades suelen alojarse en el Grandhotel Pupp, la sede principal del festival es un angelical mazacote de hormigón armado de 273 habitaciones que se levanta sin disimulo alguno a orillas del río Teplá en pleno centro histórico de la ciudad balnearia. Se trata del Thermal Spa Hotel.

Para algunos, este rascacielos de cemento con el que el gobierno comunista quiso romper en 1977 la armonía arquitectónica clásica es pura vanguardia. Para otros, una verdadera fuente termal de irritabilidad, un atentado estético que retrata a la dictadura. Hay que reconocerle al menos que su piscina de aguas termales, ubicada al aire libre en un alto sobre una roca a cien metros del edificio, dispone de unas vistas fabulosas de la ciudad. Un mirador natural perfecto es el de Rozhledna Diana, al que se puede subir en funicular. El descenso merece la pena hacerlo a través del bosque, en un amable sendero bien señalizado. 
En la avenida Nová Louka se encuentra el teatro neobarroco (Mestské Divadlo). Hay que conocer su platea sobre todo antes de que se levante el telón. Sus dibujos son obra del pintor austriaco Gustav Klimt, uno de los grandes protagonistas de la Secesión vienesa. Se trata de un lienzo para gigantes de 94 m2 que cabría en pocos museos del mundo. Es un Klimt joven aún, pero ya manifiesta su debilidad por la lujuria y la belleza. Acompañado de su hermano Ernest y de Franz Matsche, se encargó además de los frescos de la bóveda.

Otro austriaco también trabajó en el teatro, aunque su labor fue menos creativa. Adolf Hitler arengó desde la balconada en más de una ocasión a la numerosa población alemana de la zona durante el Tercer Reich.
CAPITAL DE LA CERVEZA

El agua, no olvidemos, es un ingrediente fundamental en la elaboración de la cervezapivo, en checo–. Como estamos en Bohemia occidental, merece la pena escaparse a la capital de la región y, quizá, de la cerveza. Entre Karlovy Vary y PilsenPlzen– hay apenas 80 kilómetros. La carretera serpentea entre suaves colinas que esconden pueblos agrícolas donde unos campos cultivados de lúpulo y cebada te anuncian el destino.

La cuarta ciudad checa en población tiene la tercera sinagoga más grande del mundo, la torre más alta del país –102.6 m, en la catedral gótica de San Bartolomé; se puede subir y disfrutar de una vertiginosa vista google earth en pleno centro de la ciudad– y cerveza, mucha cerveza. Pilsen es el complemento perfecto de Karlovy Vary. Aquí un bávaro concibió la cerveza lager.

El invento, como tantas cosas, arrancó con un cabreo. La tradición cervecera viene de antiguo, pero hasta el siglo XIX no se hizo la cerveza tal y como hoy la bebemos, la más extendida, la pivo de fermentación baja o cerveza lager. En 1838, los concejales de Pilsen arrojaron 36 barriles de cerveza por el alcantarillado local en una rabieta contra la mala producción de cerveza que les había llegado. A partir de ese momento, el Ayuntamiento controlaría la producción de cerveza con una concesión de licencias limitada a 260 maestros e invirtió en una fábrica municipal para la que ficharon al maestro cervecero bávaro Josef Groll.

En 1842 ocurrió el milagro. Hasta ese momento las cervezas eran oscuras, densas, espesas, mal filtradas. El brebaje tenía que ocultarse en las jarras de porcelana que hoy nos traen nuestras abuelas cuando se van de turismo a Baviera. El 11 de noviembre Groll apareció con una barril de madera de roble en el mercado de San Martín de Pilsen. Dentro había agua blanda, lúpulo de Žatec y malta de cebada fermentada con levadura. Resulta fácil imaginar la expresión del primer afortunado que cató ese líquido dorado, semitransparente, refrescante, en una jarra de cristal colmada con una esponjosa espuma blanca.

En Pilsen se puede visitar la didáctica fábrica de cerveza Prazdroj, de Pilsner Urquell. Urquell en alemán y Prazdroj en checo significan ‘fuente originaria’. Por lo que se ve, Bohemia es una región de fuentes.

En Pilsen, por cierto, se vieron los primeros mulatos de nacionalidad checoslovaca. No es raro hoy ver por la calle a vecinos negros con ojos claros y una perfecta dicción eslava. Son los descendientes de las noches felices que pasaron los reclutas norteamericanos tras la liberación de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial en 1945. Cada 6 de mayo se recuerda con devoción la derrota nazi a manos de las tropas estadounidenses dirigidas por el general George Patton, que acabó aquí su recorrido triunfal y no tuvo el permiso aliado para continuar hasta Praga. El caramelo de la liberación de la capital se lo comió el Ejército soviético.

HISTORIA DE UN DESENGAÑO

Si Pilsen es cerveza, Mariánské Lázne y Františkovy Lázne son agua. Y Goethe. Si Hemingway estuvo en todo el mundo, Goethe estuvo aquí. Bohemia no para de recordarlo. Tiene un museo y una estatua en Mariánské Lázne, una estatua también en Karlovy Vary y otra en Loket, un hotel consagrado en Františkovy Lázne.

El escritor alemán pasó sus buenas temporadas en las ciudades balneario. En 1821, con 72 años, ya viejo y endurecido por la vida, se enamoró perdidamente de una chiquilla de 17, Ulrike von Levetzow. Tras dos años de cortejo epistolar se decidió a pedirle la mano en Mariánské Lázne. Al fin y al cabo el que escribía era él, Johan Wolfgang von Goethe, nada menos que el escritor alemán más importante de todos los tiempos. Ella le dio calabazas. Goethe, abrumado, nunca superó el desengaño amoroso y jamás regresó a Bohemia. De ahora en adelante solo viviría para trabajar. En el mismo carruaje que le llevó de vuelta a casa comenzó a escribir la bellísima Elegía de Marienbad. Ulrike, con todo, no se casaría con ningún otro pretendiente a lo largo de su vida y al morir pidió ser incinerada con las cartas de amor de Goethe.

Para Stefan Zweig, este fracaso sentimental y triunfo literario de Goethe es uno de los momentos estelares de la humanidad. Para el periodista checo que me recordó el episodio, una simple historia de faldas: “Se suele omitir que Goethe había sido ya el amante de la madre de Ulrike”.

Mariánské Lázne

Mariánské Lázne, Marienbad en alemán, es una encantadora ciudad balneario de poco más de diez mil habitantes. Más tranquila que Karlovy Vary y con mayor ascendencia alemana que rusa, es también un prodigio de las aguas termales. En la ciudad emergen más de cincuenta manantiales minerales fríos que curan con éxito enfermedades del riñón, afecciones nerviosas, digestivas y respiratorias, así como afecciones de la piel y del aparato locomotor. Por cierto, cada mes de agosto la ciudad acoge el festival internacional de música de Fryderyk Chopin.

Completa el triángulo de las ciudades balneario Františkovy Lázne. A 45 kilómetros de Karlovy Vary, es con diferencia la más sosegada de las tres. Goethe la tildó de ‘paraíso terrenal’. Sus aguas, sus 23 fuentes, lo curan casi todo. Salvo el mal de amores.

Fuente: traveler.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Cascada Inacayal - Villa La Angostura - Patagonia Argentina