lunes, 28 de septiembre de 2009

La mesa de los argentinos es poco sana


Haga memoria de lo que comió ayer. Y el viernes. Y qué va a comer hoy?

Los alfajores y las galletitas abundan en la escuela, el trabajo y el hogar. Los que pueden, no se privan del asado los fines de semana, ni del bife y las milanesas. Por supuesto, ambos acompañados por papas fritas o puré. A lo sumo, con una ensalada de tomate y lechuga.

Lamentablemente, al revés de lo que suele suponerse, estos "clásicos" que se repiten en la mesa local distan bastante de lo que se considera una alimentación saludable: 3 a 4 de cada 10 calorías provienen de alimentos de baja densidad nutricional

Es más, de acuerdo con una investigación que hoy se presenta en el Congreso Argentino de Nutrición, existe una brecha negativa en casi todos los grupos alimentarios -más precisamente del 58% en promedio, y del 65% en los hogares pobres- entre la dieta habitual de los argentinos y lo que se considera una alimentación saludable: lácteos, hortalizas, frutas, cereales, carne porcina, pescado y aceites.

"Comemos de menos de casi todo lo «bueno» y sólo tenemos un balance positivo en carne vacuna y papas", explica el licenciado Sergio Britos, profesor asociado de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires.

Para analizar qué tiene de bueno y qué no nuestra dieta, Britos y Agustina Saraví, también licenciada en Nutrición, analizaron los estudios más representativos con que cuenta el país; entre ellos, la Encuesta Nacional de Nutrición, el balance de alimentos que hace la FAO, y la base de datos de Cesni, la única que incluye a chicos en edad preescolar.

"Luego, a partir de nuestras propias guías alimentarias (elaboradas por la Asociación de Nutricionistas), y de las norteamericanas, que por cierto son bastante buenas -explica Britos-, elaboramos un modelo de dieta saludable para adultos, escolares, y chicos de 3 a 5 años poniendo el foco en los alimentos de mejor densidad de nutrientes, que obviamente son los lácteos, las hortalizas, las frutas, las carnes y los aceites. Estos últimos, aunque son fuertemente aportadores de energía, también ofrecen nutrientes como los ácidos grasos esenciales que los convierten en alimentos con una buena densidad nutricional. Finalmente, comparamos unas y otra para averiguar cuál era la brecha."

El resultado fue que en casi todo "lo bueno", los consumos resultaron inferiores a la pauta estipulada. "En el caso de los cereales, nos referimos exclusivamente a los granos básicos (como el arroz, las harinas, los fideos), y no a las galletitas o los alfajores... -aclara el investigador-. Si uno incluye todo eso, obviamente estamos consumiendo de más."

Curiosamente, en los hogares de alto nivel adquisitivo, las categorías en las que hay déficit alimentario son las mismas. "Se comen más hortalizas y frutas, pero menos de lo que se debiera", detalla el especialista.

Brecha negativa

Si se excluyen los dulces o los alimentos con alto contenido de grasas saturadas, sólo en la carne vacuna y las papas la mesa local muestra una brecha positiva.

"En cuanto a su perfil nutricional, la papa es un alimento más parecido a los cereales que a las verduras -dice Britos-. Cuando uno incluye en ese grupo a las papas resulta que ocupan dos tercios del consumo de hortalizas. Después viene el tomate. Nuestra canasta de verduras se acabó ahí: papa, tomate, un poquito de lechuga y zanahoria, y nada más. Y después pasa lo que ocurrió cuando aumentó el tomate: como no comemos otra cosa, es un desastre nacional."

La licenciada María Inés Somoza, del Grupo de Alimentos Saludables de la Fundación Cardiológica, que no participó en el estudio, coincide: "La mesa de los argentinos tiene exceso de calorías, grasas saturadas e hidratos de carbono, y es deficitaria en vitaminas y minerales, y nutrientes como calcio y hierro, especialmente en ciertos grupos de edad. Y esto no depende sólo de la educación, sino de un tema económico: las calorías aportadas por las grasas y los hidratos de carbono son más baratas y de más fácil acceso, y además llenan más".

Efectivamente, a partir de estas evidencias, Britos y Saraví decidieron cuantificar qué pasaría en términos de impacto económico si esas brechas se cerraran, algo que deberían perseguir las políticas nutricionales oficiales.

Diferentes canastas

"Comparamos el costo de una dieta saludable con el de la canasta básica de alimentos tomando como referencia dos costos -explica Britos-. Según el Indec, ésta cuesta unos 144 pesos por mes. Entonces relevamos en los negocios con estudiantes de la carrera de Nutrición cuál es el costo real. Lo que al Indec le cuesta 145 pesos, a nosotros nos da 290. Pero la canasta saludable, de acuerdo con la dieta de referencia que nosotros construimos, en realidad cuesta 415 pesos. El impacto en el costo de una canasta que cubra los consumos recomendados en el marco de una alimentación saludable es de un 43% respecto del valor calculado con precios no Indec."

Según plantean Britos y Saraví, aunque los funcionarios afirman que son pobres o indigentes quienes no cubren el costo de una canasta básica, lo cierto es que consumir los alimentos de la canasta básica no quiere decir que se vaya a comer saludablemente.

"Son muchos más los que no pueden consumir una dieta saludable pero que sin embargo no son considerados indigentes."

Y concluye: "Lo que a nosotros nos parece más preocupante es que cuando el paradigma en problemática nutricional no es por cierto la desnutrición, sino la obesidad y las enfermedades crónicas, y cuando sabemos que la mitad de nuestra población padece de sobrepeso y obesidad, como ocurre en la actualidad, no tomar en cuenta el costo de una alimentación saludable resulta en políticas muy fuertemente negativas".

Fuente: lanacion.com

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