domingo, 15 de noviembre de 2009

Oktoberfest: cuando Alemania se mudó a Escobar

Una mañana que anunciaba el peor clima no fue el mejor indicio. Sin embargo, con una tarde a pleno sol, la XII Oktoberfest, en Pequeña Holanda, fue el sábado último toda una fiesta. "Ese ánimo de olvidar por un rato los problemas cotidianos se traduce en una canción muy cantada en el Oktoberfest (fiesta de octubre, en alemán) y difundida en la Alemania de posguerra, cuando todo estaba en ruinas. Se llama Querido Agustín", explicó Guillermo Sigmund, uno de los organizadores de la fiesta.

Esa canción fue cantada una y otra vez en Pequeña Holanda, emplazada en 53 hectáreas, sobre la ruta 25, camino al Paraná de las Palmas, Escobar. De esa superficie, 43 hectáreas se conservan en estado natural, como reserva ecológica, y mantienen las características de flora y fauna típicas del Delta.

Las diez restantes fueron intervenidas por el hombre, donde se ha modificado prácticamente todo. Es que la construcción de Pequeña Holanda está rodeada por un dique de tierra, de dos a tres metros de altura, para evitar anegamientos. Así hay caminos, desniveles, un pequeño lago donde se colecta el agua de lluvia y un molino de grandes aspas, postal del lugar.

Porrón en mano

La fruición por festejar todo con un porrón en la mano hace que la fiesta de Pequeña Holanda traiga recuerdos al Oktoberfest que todos los años se realiza en Alemania. Una tradición que comenzó en 1810, en las afueras de Munich, al celebrarse el casamiento del rey Ludwig de Baviera con la princesa Teresa. Tal fue la alegría y el calor popular de aquel encuentro, que desde entonces no deja de realizarse, incluso, más allá de la frontera alemana.

"Pequeña Holanda se adhiere a esta alegría del corazón recreando el espíritu de esta festividad", se congració una de las anfitrionas ataviada con la ropa típica de una campesina holandesa. Pero no fue la única, claro: todas las meseras llevaban y traían bandejas de manjares con blusa blanca de volados, pollera azul, chaleco rojo acordonado adelante y gorra blanca con alitas.

Una fiesta de colores y sabores que desde hace más de veinte días tenía su capacidad cubierta con reservas. Es que una vez que se llega hasta aquí para participar del encuentro -dicen los visitantes- es difícil no dar el presente al año siguiente

Antes del almuerzo fue el momento de los concursos: tronzadoras, que ganaba la pareja que lograba cortar un tronco muy grueso en el menor tiempo posible, y clavadores, que desafiaban la puntería de los participantes (con cuatro martillazos debían clavar lo más profundo posible en un tronco un gran pincho).

También hubo que vestir, a contrarreloj y en equipos de seis personas, a un hombre de aldeana y lanzar cadenas lo más lejos posible. Demostraciones de destreza y fortaleza física que se remontan a las habilidades laborales de los obrajes madereros, de la época en que se inició la tradición cervecera.

Pero sin duda, la vedette de los juegos fue el concurso de tomadores de cerveza, en el que nadie quedó afuera. Fue muy difícil seleccionar un ganador y ganadora, todos merecían premios. La alegría desbordaba las pintas (medio litro y la yapa) de cerveza. Alineados sobre el escenario, ganaba quien hacía antes fondo blanco apoyando el chop sobre la mesa al grito de Prosit (¡Salud!).

De todos los colores

Durante el almuerzo se repartieron los premios: cajones de champagne, canastos con variedad de cervezas de todo el mundo, lechoncito cocinado en el horno de barro de la finca, entre otras exquisiteces. La entrega se matizó con cervezas de todos los colores: blancas, rubias, rojas y negras.

Por la tarde, con una audiencia satisfecha de concursos, comida y buena cerveza se presentaron grupos folklóricos característicos de Europa: la Reginelle Campagnole, que bailó danzas típicas de la campiña italiana, y Dunay, de danzas ucranianas.

Después de compartir los movimientos típicos de la zona ucraniana y rusa se presentó Ballet Infantil, que conquistó a los espectadores por su ternura. Pero el broche final fue un adelanto del Día de la Tradición. La escena fue ganada por el grupo Malón del Sur, auténticamente nacional. Había llegado el turno del malambo y el revoleo de las boleadoras, que fascinó a todos.

Paladar regional

Todos los fines de semana y feriados se puede visitar Pequeña Holanda. Una buena opción es ir a la hora del almuerzo. Además de la clásica parrilla rural hay papas grilladas con salsa holandesa, bogas del Paraná de las Palmas elaboradas a la usanza uruguaya (abiertas, con salsa criolla arriba y un poco de limón). También se ofrece lechón preparado en el horno de barro, al igual que chivitos, berenjenas con queso y zucchini. El pan, que se cocina del mismo modo, tiene otra horneada por la tarde con productos elaborados por los chicos que visitan el lugar.

A esa hora también se sirven típicas tortas caseras: ciruela, lemon pie, strudel, chocolate y frutillas, chocolate Holanda, brownies, crumble de manzana y guglhupf (especie de budín saborizado con cascarillas abrillantadas de naranja).

Otra opción es llevar a casa productos regionales, muchos elaborados en la granja del predio: salamines, quesos, dulce de leche, mermeladas y miel.

Pequeña Holanda está en la ruta 25 y río Luján, camino al Paraná de las Palmas, Escobar. Más información por el (15) 5751-4715; p_holanda@ciudad.com.ar

Fuente: lanacion.com

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