viernes, 3 de mayo de 2013

Creme Brulée entre padre e hijo


Por Claudio
Mientras se disputan este riquísimo postre entre franceses, catalanes e incluso ingleses, el domingo pasado, lejos de esta discusión, me di el postergado gusto de prepararlo yo mismo, acá en casa, y quedó de maravillas.

En Buenos Aires lo conocemos como Creme Brûlée. Es que las denominaciones en francés tal vez realcen el glamour de cualquier preparación, pero yo no me dejo llevar por el idioma en que se pronuncie; sino por cómo sabe, huele, se ve y por los sensores de placer y recuerdos que se activan en mí.

Por un lado, es un postre simple, si se lo ve desde el punto de vista técnico; digo: pocos ingredientes y técnica de preparación básica. Pero al momento de servirlo, mi hijo, bien avenido de a poco en pichón de gourmet, me hizo notar con su primer bocado el asombro y, con el segundo, una descripción detallada digna de un crítico gastronómico.

“Mmmm, ¡qué rico papi! Mirá, mirá, se formó una superficie crocante  (por la capa de azúcar quemada) y continuó: y a la vez cremosa por dentro, y caliente y frío… ¡qué bueno! Y amargo y dulce también, mmm, y ese olorcito al azúcar quemada… ¡esto está mortal!”

Más allá de la excitación propia de usar el soplete y quemar su propia crema, me hizo notar que no se trataba de un postre tan simple cuando uno sabe apreciarlo.

Me pregunto si ese momento con mi hijo no habrá sido uno de esos momentos que él recordará con sus hijos, como yo recuerdo a mi abuelo, mientras juntos disfrutábamos del arroz con leche comido directamente de la olla. Veremos… Mientras tanto, ahí va la receta. A mí me funcionó de maravillas y puede ser mejor en el futuro, gracias a los recuerdos que puedo estar generando en cada preparación que sale bien.

Creme Brulée (Crema catalana)

Para ocho porciones

Poner en una cacerola medio litro de leche, medio litro de crema, una cucharada sopera de esencia de vainilla. Calentar hasta que entre en ebullición, apagar el fuego y dejar reposar treinta minutos.
Mezclar nueve yemas con 180 gr de azúcar impalpable. Cuando la leche bajó de temperatura, verterla de apoco sobre las yemas y el azúcar.
Distribuir en ocho cazuelas individuales que puedan ir al horno. Cocinarla a baño María, de treinta a cuarenta minutos. Retirarlas, dejar que pierdan calor y llevar a la heladera durante tres horas.
Espolvorear una fina capa de azúcar por encima de cada recipiente y quemar el azúcar en el momento de llevar a la mesa.

Fuente: blogs.lanacion.com.ar/miriam-becker

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