viernes, 14 de agosto de 2009

Ernesto Catena: “Siempre supe que volvería a mis raíces”


Fuente: El Cronista | José Del Rio y Florencia Radici

Ernesto catena empezó su carrera en las ciencias duras pero después tuvo un vuelco hacia las humanidades que hoy se refleja en su estilo de gestión. Con sus títulos en Computación y Economía bajo el brazo, volvió a la Argentina y, en 1986, fundó Worknet, una empresa de sistemas que dejó en manos de su madre. El click se produjo en Europa cuando descubrió que el arte, el diseño y los negocios con cultura entrepreneur abrirían su camino. El mismo que había iniciado su bisabuelo en la tierra del vino …

Fue durante la cursada del master en diseño que realizó en Milán cuando se produjo el quiebre que marcaría su carrera. “Descubrí una civilización desconocida para mí y me acerqué definitivamente a las humanidades. No sólo aprendí sobre marketing sino sobre identidad y cultura de producto”, confiesa Ernesto Catena, presidente de Bodegas Escorihuela Gascón y fundador de Ernesto Catena Vineyards. Con sólo 39 años, acumula en su cosmopolita currículum una licenciatura en Economía y Computación, una maestría en Diseño en Milán y un posgrado en Historia en Londres.

“En cada viaje incorporé los conocimientos de la cultura en la que me metía”, explica sobre los aportes de ese particular derrotero académico. Pero, finalmente, volvió a la Argentina y decidió “echar raíces”. Miembro de la cuarta generación de una familia de raigambre bodeguera, el vino es una parte fundamental en su vida. Tanto que afirma, convencido: “Yo soy el vino y quiero que refleje mi personalidad”.

De aquí… y de allá

Ernesto Catena vive en Mendoza, donde reparte el tiempo entre sus bodegas, su familia, sus caballos, el arte y el polo. Casi como un círculo, el lugar donde hoy pasa la mayor parte del tiempo es el mismo que lo vio nacer y después partir hacia el mundo, en busca de formación. Pero no fue sólo eso lo que encontró, sino una suma de características (profesionales y personales) que lo convirtieron en quien es hoy en día. El camino, sin embargo, no fue corto.

Su bisabuelo, Nicola Catena, llegó a la Argentina desde Italia, hacia fines del siglo XIX, con el conocimiento del oficio del buen vino. Se instaló en Mendoza, donde en 1902 plantó su primera viña de malbec. Su hijo Domingo se encargó de expandir la producción y mejorar sus tierras, una tarea que perfeccionó Nicolás y consagró el apellido a nivel mundial cuando apostó al vino argentino como producto premium, a diferencia de lo que ocurría hasta entonces, cuando apenas se lo concebía como un negocio de volumen. Ernesto, por su parte, nació en la ciudad de Mendoza, pero se crió en la finca de su abuelo, en Libertad. “Crecí entre las viñas. Y ese silencio y poesía que tienen los mamé desde chico”, explica Catena.

Y avanza: “Era el nieto mayor. Y es una costumbre italiana agasajarlo. Por eso es que tengo memorias lindísimas de momentos compartidos con mi abuelo que seguramente volcaron la balanza, en forma definitiva, desde las ciencias duras al arte y el buen vino”.

Sin embargo, cuando llegó el momento de empezar el colegio, dejó las viñas por la Escuela Argentina Modelo. Y apenas terminó el secundario partió hacia los Estados Unidos. Era 1982. El destino: Tufts University, en Medford, Massachussets, de donde egresó en 1986 como bachelor en Computer Science and Economy. “La informática me fascinó: desde el primer momento en que vi una computadora, me atrajo la idea de poder programar lo que uno quisiera”, explica su elección. ¿Y la economía? “Por tradición familiar”, afirma.

Se quedó un año más en el gigante del Norte, trabajando en California. Volvió a la Argentina y, en 1987, abrió su propia empresa de computación, llamada Worknet.

“Cuando empezó era de vanguardia, porque recién aparecían las PCs y las ofrecía en reemplazo de las mainframe, que llegaban a ocupar hasta una habitación entera por su tamaño”, recuerda Catena. Hoy continúa funcionando bajo el mando de su madre, Elena Maza. “Es la manda-tutti”, la define. Y agrega: “Ella retomó el camino original y la llevó al lugar que actualmente ocupa”.

Lejana tierra mía

Ernesto se desempeñó en el mundo científico durante tres años. Hasta que empezó a trabajar en la industria de los jeans, “a tener contacto con el mundo del diseño, donde encontré algo que me interesaba: crear productos con contenido imaginario y fantasía. Fue mi primer contacto con el marketing”, dice. Incluso llegó a trabajar en Guess. Por casualidad se enteró de que en Milán se dictaba una maestría en Administración de Diseño. Partió. Y su vida cambió.

¿Qué fue lo más importante de ese viaje?
Venía de una cultura totalmente norteamericana y, cuando llegué a Europa, me di cuenta de que había una civilización desconocida y antigua. Todo lo que aprendí en ese continente lo apliqué después a la industria del vino. Es que el método europeo es muy diferente al que se enseña en las escuelas. Nunca vas a encontrar un libro de marketing en italiano porque ellos lo transmiten en una forma más didáctica, inclusive dentro de las empresas. Pero es un hecho que Italia tiene éxito en darle belleza a los productos. De allí partí a Inglaterra, a estudiar historia, donde capté toda la capacidad de expresión de la literatura y la cultura inglesas.

¿Y por qué volvió a la Argentina?
Porque llegó el momento de echar raíces y volver a los orígenes, al lugar donde uno se siente más cómodo y donde lo que uno hace tiene un sentido histórico. Además, quise volver porque amo a este país y ya no podría vivir afuera. Estoy enamorado de mi tierra.

Entonces, se afincó en su país de origen y, en 2001, asumió la presidencia de Escorihuela Gascón, una bodega fundada en 1884 y la primera en producir, en 1940, un vino ciento por ciento malbec. Hacía el camino inverso al de su bisabuelo.

El legado familiar
La compañía tiene una facturación anual de $ 61 millones y produce unos 9,2 millones de litros a través de sus 250 hectáreas propias en Mendoza (ubicadas en Agrelo, Alta Mira y Vista Flores). De ellos, el 50 por ciento se envía al exterior.

Compite en un negocio en el cual, durante 2007, se exportaron u$s 656,2 millones por vinos y mostos -31,9 por ciento más que el año anterior, según el Instituto Nacional de Vitivinicultura- y que este año prevé superar la barrera de los u$s 800 millones, el doble de lo exportado en 2005. El ranking ubica primero en preferencias al malbec, seguido del cabernet sauvignon, tintos de corte, chardonnay, blancos de corte y syrah, según la consultora Caucasia Wine Thinking.

¿Cuál es el concepto de lo que hace?
Si bien pasé por todas las áreas del vino, lo que más me gusta es generar productos. Es como una creación: así como un pintor crea cuadros, yo hago vinos. Y cuando vi que podía mezclar el arte con la industria, se me hizo un click. Yo soy el vino y quiero que refleje mi personalidad: siento que soy el producto y trato de vivir la vida y los valores que debe tener. Es elegante, se bebe despacio y a medida, por lo que trato que mi vida sea así. Es decir, que la filosofía tenga congruencia. Y también allí se refleja mi vuelco a las humanidades: que los vinos tengan un contenido estético altísimo y reflejen la visión de una vida humana, no tecnócrata, donde se priorizan las emociones más que la razón. El ir a los orígenes del vino, que es una industria milenaria.

¿Cómo definiría su situación actual?
En este momento llegué a una síntesis y puedo hacer lo mismo en mucho menos tiempo. Hay muy buena gente en la empresa y cada sector resuelve lo suyo. Mi tarea esencial es asegurarme que la identidad de los productos refleje la filosofía de la empresa y cuidar a la gente que trabaja allí, escucharlos y ayudarlos.

Sin embargo, Escorihuela Gascón no es su única bodega. Además creó Ernesto Catena Vineyards, donde produce vinos de alta gama para el mercado nacional e internacional -en su portfolio se destacan las etiquetas Tikal, Alma Negra, Siesta y Tahuan- y desde donde, también, distribuye los prestigiosos Luca, CARO, Mapema y Masi. Precisamente de esta última es su vino preferido: el Paso Doble, una mezcla de varietales argentinos e italianos, aunque también le gusta el Magnum Malbec Cabernet.

“Por ser un proyecto chiquito y de muy poco volumen me doy el lujo de hacer las locuras y caprichos que siempre he querido”, confiesa. Y agrega: “Es un lugar de experimentación y, por su dimensión, es para algo más poético”. ¿Algunos ejemplos? Para la presentación de Alma Negra realizó un viñedo con forma de laberinto y una fiesta de máscaras. Es que, ya desde el vamos, la línea es novedosa dado que incluye, por ejemplo, espumantes rosados o de malbec. “Es un riesgo que estamos tomando -admite- pero con lo que le pongamos de arte vamos a compensar lo que nos falta de management ya que cuando uno hace aquello en lo que realmente cree, salva todos los errores que podría cometer”.

¿Y cuál sería su meta con los vinos?
Que estén todavía más unidos al arte. Me gustaría que cada vez más se parecieran a una obra de arte y estuvieran más lejos de ser un bien de consumo. Me gusta el arte como una expresión del ser humano: cuando creás algo artístico, te hace bien.

Esta pasión se plasmó el año pasado en la inauguración de Ernesto Catena Fotografía Contemporánea, una galería de más de 250 metros cuadrados, en Palermo, dedicada a la exposición de fotografías y dirigida por Hernán Zavaleta, un reconocido galerista con trayectoria local. “Ninguna bodega lo ha hecho y para mí es una declaración de mi visión estética de la vida”, afirma rotundamente.

Hoy, además de los negocios y el arte, su vida transcurre en Mendoza, salvo un mes al año en que viaja a Europa o acompaña los ciclos de polo, que lo llevan por las canchas de Bariloche, Salta o Rosario, entre otros lugares. “También me gusta mucho Córdoba”, revela.

¿Cuáles son sus pasiones?
La vida en familia, los mediodías en Mendoza, la naturaleza, caminar por la sierra, mis hijos Tikal (nombre de origen maya) y Aisha (árabe-hindú). Vivir sensaciones puras.

Y explica: “Creo que mi vida se sintetiza, a medida que tengo más experiencia, en que haciendo menos logro más”. Y si bien confiesa que no piensa en el futuro porque “vivo el presente”, sí proyecta un futuro con menos trabajo, nietos y un buen vivir. “Quiero seguir enamorado de la vida y de mi familia”, concluye.

¿Y cómo entra en escena el polo?

Primero, me puse a pensar en qué nos destacamos los argentinos. Y también está el hecho de que amo los caballos y crecí galopando entre las viñas y el desierto. Cuando volví a radicarme en la Argentina, me di el gusto. Me compré una finca, una yegua y empecé a criar caballos de polo. Quiero que los vinos sean como el polo: que estemos entre los mejores. Por ello, las publicidades de la bodega son fotos de partidos que jugamos nosotros, sin modelos ni producciones especiales porque no queremos forzar la venta sino que la gente nos elija más por simpatía. Como deporte me lo tomo con mucha regularidad, porque es una forma de hacer gimnasia, ya que sin salud no sirve ninguna otra cosa.

Catena hace del equilibrio entre la vida laboral y su tiempo familiar una fórmula propia. Una receta que surge de la particular combinación de la templanza de los Andes, la fuerza de los caballos y la pasión por el deporte y que combina varias cepas: la tradición familiar, el apellido tradicional y el camino propio que Ernesto Catena comenzó a recorrer cuando dejó de lado las ciencias duras y empezó a escribir su nueva historia en el mundo del vino

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