Una estadística reciente llevada a cabo en los Estados Unidos entre
centenarios nos revela que el denominador más común por el que los
entrevistados creían que habían alcanzado y superado este hito de
longevidad se debía al hábito de dormir de manera habitual ocho o más
horas al día. Esta opinión era mucho más prevalente y diferenciadora que
otros factores como la dieta y la actividad física. Pero más allá del,
todavía exclusivo, club de centenarios,
la relación entre el descanso apropiado y la salud está consolidándose
continuamente en base a los resultados de las investigaciones
científicas llevadas a cabo en sujetos de todas las edades.
Quizá uno de los momentos de la vida en los que nuestro merecido y/o
deseado descanso nocturno se ve más coartado y amenazado es cuando nos
convertimos en nuevos padres y la exaltación inicial se torna en un estado continuo de agotamiento e insomnio forzado
como resultado del primer choque intergeneracional entre los diferentes
biorritmos y necesidades del bebé y de los nuevos padres. La magnitud
del problema es tal que asociaciones de padres insomnes han aparecido
incluso en los medios sociales de internet con el propósito de encontrar
apoyo e intercambiar remedios para conseguir que el bebé adopte un
comportamiento más en consonancia con los deseos y las necesidades
paternas.
Como para tantas otras circunstancias de nuestras vidas y de nuestra salud, la mejor solución venga quizá de la prevención y más en concreto de manos de la nutrición.
No, no estamos hablando de variar la dieta del bebé ya que las opciones
no son ni numerosas ni recomendables, sino de la dieta de la madre
antes y durante el embarazo.
A este respecto, estudios llevados a cabo por investigadores
holandeses en una cohorte de más de 3.000 niños y publicados
recientemente en la revista 'American Journal of Clinical Nutrition' y con anterioridad en el 'British Journal of Nutrition', han venido a demostrar que niveles
bajos de ácido fólico (vitamina B9) en la madre antes de y durante el
comienzo embarazo aumentan en casi un 60% los problemas emocionales
y de comportamiento de la descendencia a los 18 meses y a los tres años
comparado con niños cuyas madres tenían niveles apropiados de esta
vitamina; añadiendo así soporte a otros estudios previos que habían
asociado la dieta materna durante el embarazo con el comportamiento del
bebé.
De hecho, el ácido fólico no es nuevo en los ámbitos obstétrico y
preventivo, desde hace décadas se conoce la relación entre el déficit de
ácido fólico y los defectos del tubo neural, por esta razón la
recomendación en nuestro país, en el cual la suplementación de la cadena
alimentaria con folato no es obligatoria como en Estados Unidos y
Canadá, es la ingesta de un suplemento de 0,4 mg de ácido fólico al día a
toda mujer que este planeando un embarazo y, además del suplemento
diario, todas las embarazadas deberían consumir alimentos ricos en ácido fólico como los vegetales verdes, frutas, cereales, legumbres, levaduras, frutos secos e hígado.
Lo que estas investigaciones recientes aportan de nuevo es que una
ingesta apropiada de folatos por parte de la madre puede tener
beneficios más allá del reducto de las patologías graves y poco comunes
como la espina bífida y otros desórdenes neurológicos profundos y
afectan de manera generalizada el estado emocional y el comportamiento del recién nacido
en un momento vulnerable y determinante de su existencia y que
probablemente le marque para el resto de su vida. Aunque estas
investigaciones no estaban diseñadas para definir mecanismos, es posible
que los efectos observados sean debidos a cambios epigenéticos en el
embrión y el feto provocados por la dieta materna.
En resumen, la mejor manera de que no perdamos el sueño por las
emociones y el comportamiento de nuestros hijos y quizá así convertirnos
en venerables y saludables centenarios, es proporcionales desde la concepción con un ambiente nutricional apropiado para
su desarrollo óptimo tanto biológico como psicológico. Quizá ellos
lleguen a agradecerlo con el tiempo, pero de seguro que nosotros nos lo
agradeceremos a nosotros mismos.
(*) José Mª Ordovás es director del
laboratorio de Nutrición y Genómica del USDA-Human Nutrition Research
Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutrición
y Genética, director científico del Instituto Madrileño de Estudios
Avanzados en Alimentación (IMDEA) e investigador colaborador senior en
el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid).
Fuente: elmundo.es
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