Por Claudio
Mientras se disputan este riquísimo postre entre franceses, catalanes
e incluso ingleses, el domingo pasado, lejos de esta discusión, me di
el postergado gusto de prepararlo yo mismo, acá en casa, y quedó de
maravillas.
En Buenos Aires lo conocemos como Creme Brûlée. Es
que las denominaciones en francés tal vez realcen el glamour de
cualquier preparación, pero yo no me dejo llevar por el idioma en que se
pronuncie; sino por cómo sabe, huele, se ve y por los sensores de
placer y recuerdos que se activan en mí.
Por un lado, es un postre simple, si se lo ve desde el punto de vista
técnico; digo: pocos ingredientes y técnica de preparación básica. Pero
al momento de servirlo, mi hijo, bien avenido de a poco en pichón de
gourmet, me hizo notar con su primer bocado el asombro y, con el
segundo, una descripción detallada digna de un crítico gastronómico.
“Mmmm, ¡qué rico papi! Mirá, mirá, se formó una superficie
crocante (por la capa de azúcar quemada) y continuó: y a la vez cremosa
por dentro, y caliente y frío… ¡qué bueno! Y amargo y dulce también,
mmm, y ese olorcito al azúcar quemada… ¡esto está mortal!”
Más allá de la excitación propia de usar el soplete y quemar su propia crema, me hizo notar que no se trataba de un postre tan simple cuando uno sabe apreciarlo.
Me pregunto si ese momento con mi hijo no habrá sido uno de esos
momentos que él recordará con sus hijos, como yo recuerdo a mi abuelo,
mientras juntos disfrutábamos del arroz con leche comido directamente de
la olla. Veremos… Mientras tanto, ahí va la receta. A mí me funcionó de
maravillas y puede ser mejor en el futuro, gracias a los recuerdos que
puedo estar generando en cada preparación que sale bien.
Creme Brulée (Crema catalana)
Para ocho porciones
Poner en una cacerola medio litro de leche, medio litro de crema, una
cucharada sopera de esencia de vainilla. Calentar hasta que entre en
ebullición, apagar el fuego y dejar reposar treinta minutos.
Mezclar nueve yemas con 180 gr de azúcar impalpable. Cuando la leche
bajó de temperatura, verterla de apoco sobre las yemas y el azúcar.
Distribuir en ocho cazuelas individuales que puedan ir al horno.
Cocinarla a baño María, de treinta a cuarenta minutos. Retirarlas, dejar
que pierdan calor y llevar a la heladera durante tres horas.
Espolvorear una fina capa de azúcar por encima de cada recipiente y quemar el azúcar en el momento de llevar a la mesa.
Fuente: blogs.lanacion.com.ar/miriam-becker
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