Muchas generaciones han crecido con la creencia de que
el huevo es un alimento cuyo consumo convenía
limitar.
Hasta
hace bien poco se le atribuía –y algunos profesionales
de la medicina lo siguen haciendo- una notable capacidad para
aumentar los niveles de colesterol e incluso un papel destacado
en la aparición de ciertas dolencias de hígado.
Pero la injusta fama que arrastra este sabroso alimento es cosa
del pasado. Las conclusiones de diversas investigaciones científicas
desarrolladas en la última década no dejan lugar
a dudas: se trata de un alimento muy completo y saludable, de
buena relación calidad-precio y de excelentes cualidades
nutricionales. Es más, su consumo es muy adecuado a todas
las edades. Se aconsejan entre 4 y 5 unidades a la semana y en
ellos se encuentran las proteínas de mayor valor biológico,
más completas incluso que las de la carne, el pescado o
los lácteos.
El
huevo está formado por estructuras de diferente composición:
clara, yema y cáscara. La clara supone el 57% del peso
total y se compone en su mayor parte por agua y proteínas.
La yema constituye el 31% del peso total y contiene principalmente
grasas y proteínas. El contenido de calorías del
huevo es del orden de 150 por cada 100 gramos de porción
comestible.
Proteínas
de alto valor biológico
Sus proteínas son de tal valor que se toman como patrón
de referencia para determinar la calidad proteica de otros alimentos,
dado que contienen en una proporción óptima todos
los aminoácidos esenciales que nuestro organismo necesita.
En concreto aporta 13 gramos de proteínas por cada 100
gramos.
Su aporte de grasas o lípidos se concentra en la yema,
en una cantidad de unos 11 gramos por cada 100 gramos de huevo.
Lo más destacable es que predominan los ácidos grasos
insaturados (está presente el ácido graso esencial
linolénico) sobre los saturados. Una relación saludable
para nuestro sistema cardiovascular a pesar de que su contenido
de colesterol sea elevado, de 500 miligramos por cada 100 gramos.
La yema contiene, además, lecitina o fosfatidilcolina y
otros fosfolípidos; grasas que contienen fósforo,
con interesantes propiedades para la salud. Lo cierto es que el
huevo es la mejor fuente dietética de colina. Este compuesto
participa en múltiples reacciones metabólicas, está
presente en las membranas celulares y en un neurotransmisor denominado
acetilcolina. En humanos se han detectado carencias de colina
que se asocian a alteraciones hepáticas, de crecimiento,
infertilidad, hipertensión, pérdida de memoria e
incluso a mayor riesgo de cáncer. Por ello recientemente
los expertos han establecido la recomendación para adultos
de una ingesta diaria de 550 y 425 miligramos de colina al día
en hombres y mujeres respectivamente, y cantidades aún
mayores durante el embarazo y la lactancia. Un huevo grande contiene
más de la mitad de la cantidad diaria recomendada de colina.
Fuente
de vitaminas y minerales
Del huevo destacan las vitaminas liposolubles A, D, E y otras
vitaminas hidrosolubles del grupo B (tiamina, riboflavina, B12).
Asimismo, están presentes minerales como hierro, fósforo,
sodio (el huevo es uno de los alimentos de origen animal más
ricos en este mineral), zinc y selenio.
Rico
en antioxidantes
El huevo es buena fuente de vitamina E, selenio, zinc y carotenoides
(pigmentos que dan a la yema su color característico) como
la luteína y la zeaxantina. Bajo estudios científicos
se ha demostrado que los mencionados carotenoides contribuyen
a reducir el riesgo de aparición o la progresión
de cataratas. Respecto de la luteína, se ha constatado
que también ejerce acciones beneficiosas en la prevención
de los trastornos cardiovasculares.
El
huevo y el colesterol
Durante años organismos nacionales e internacionales relacionadas
con la salud y la nutrición establecieron guías
en las que se restringía drásticamente el consumo
de huevos dado su alto contenido de colesterol: “no más
de tres yemas a la semana”, “máximo dos huevos
enteros por semana…” eran algunas de las recomendaciones
para prevenir y tratar la hipercolesterolemia como factor de riesgo
cardiovascular.
Sin embargo, según resultados de múltiples
publicaciones científicas actuales, aquellas recomendaciones
de consumo se han modificado. Y es que lo que en realidad incide
en cuanto a la dieta en la colesterolemia o niveles de colesterol
en sangre es el balance entre las grasas insaturadas-saturadas
y no tanto la ingesta de colesterol, tal y como se pensaba hace
años.
Incluso hay estudios recientes que ponen de manifiesto
que la ingesta de un huevo al día no tiene ningún
efecto sobre los niveles de colesterol en sangre, dentro de una
dieta acorde a las necesidades individuales y confeccionada de
manera equilibrada. Así mismo hay estudios que demuestran
que el alto contenido de lecitina de la yema junto a la relación
“saludable” de los distintos tipos de grasa que presenta,
provoca que a nivel intestinal la absorción de colesterol
en nuestro organismo se vea reducida.
El
huevo y el hígado
Con frecuencia se dice que los huevos son malos para el hígado,
afirmación que carece de todo rigor científico.
Sí que es cierto que cuando alguien padece de piedras en
la vesícula biliar o litiasis biliar su consumo está
contraindicado, ya que puede conducir a un cólico. Pero
hay que señalar que en esta patología se habla de
“restricción de grasas en general”, y no sólo
de la procedente del huevo.
Cuidado
con la salmonelosis
El consumo de huevos contaminados puede producir una intoxicación
conocida como salmonelosis que cursa con síntomas gastrointestinales,
si bien puede evitarse siguiendo unas sencillas normas de manipulación
y conservación higiénicas en casa.
Alergia
al huevo
El huevo es uno de los alimentos más alergénicos
en niños. Una de las proteínas de la clara, en concreto
la albúmina, es la que tiene mayor capacidad alergénica.
No obstante, la sensibilidad al huevo puede ser tanto a la clara
como a la yema o a ambas. En caso de alergia hay que excluir totalmente
de la dieta el huevo, sus derivados y los productos que contengan
alguno de sus componentes.
Desde
un simple huevo pasado por agua hasta los suculentos huevos trufados,
pasando por la sabrosa crema pastelera, la salsa mayonesa o la
tortilla española… la dieta mediterránea ha
contado siempre con este alimento dada la versatilidad culinaria
que ofrece y su gran aporte nutricional. Este alimento goza de
gran aprecio por su valor gastronómico, rapidez y sencillez
de preparación. Se presta muy bien a un sin fin de preparaciones
culinarias: al agua con cáscara (pasados por agua, mollets,
duros), escalfado, frito, a la plancha, cocido, en tortilla, revuelto….
Solo o acompañado de todo tipo de alimentos, constituye
una de las materias primas que más se emplea en repostería
y la elaboración de salsas.
Fuente: alimentacion-sana.com.ar
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