martes, 7 de enero de 2014

Obesidad infantil: una enfermedad que pesa en el mundo

La obesidad infantil se convirtió en una "epidemia emergente" y se incrementa día a día como consecuencia de los mismos factores que contribuyen a la obesidad del adulto: una alimentación alta en calorías, con un marcado aumento en grasas y harinas refinadas y un sedentarismo cada vez más acentuado. 

Alrededor del 95% de los casos de chicos obesos corresponden a una obesidad primaria o exógena, es decir, una combinación entre predisposición genética y medio ambiente. Solo el 5% restante se atribuye a una causa secundaria.

La definición de obesidad y sobrepeso en la población pediátrica ha sido evaluada y estudiada por diferentes métodos. Dentro de estos, el índice de masa corporal (IMC) fue el recomendado por la Organización Mundial de la Salud como el más confiable para definir obesidad y sobrepeso en niños y adolescentes hasta los 19 años, teniendo en cuenta que es dependiente de la edad, el peso y la talla, parámetros que van cambiando continuamente con el crecimiento.

Se considera obesidad cuando el IMC es mayor del percentil 95 y sobrepeso cuando el valor se encuentra entre 85 y 95. La etiología no difiere mucho de la del adulto, es un resultado de la interacción de factores genéticos y ambientales que determinan que los ingresos calóricos superen a los egresos. El excedente se almacena en el organismo en forma de grasa.

Los hijos de padres obesos tienen mucha más predisposición a sufrir obesidad, 40% si uno de los padres es obeso y 80% si lo son los dos.

Los chicos pasan la mayor parte de los días inmóviles, sentados. Además suelen acompañar la falta de movimiento con ingesta rica en grasas, golosinas o bebidas con un alto aporte calórico. Miran televisión durante varias horas, en vez de correr y salir a jugar entre ellos, y pasan una importante cuota de tiempo frente a la computadora o los videojuegos.

El ser humano está preparado para un patrón de actividad física que la sociedad moderna cambió. La falta de juego al aire libre, la falta de deporte y las actividades extraescolares sedentarias disminuyen el gasto de energía. El hábito de ver televisión aumenta el sedentarismo y colabora a la incorporación de alimentos de acceso rápido e hipercalóricos. El juego pasivo no es sólo mirar televisión, jugar con la computadora o chatear varias horas, sino que es toda una actitud en la que el entretenimiento es incorporado de manera pasiva, dejando de lado la actividad física.

Las diversiones actuales son sedentarias: el mejor paseo es el shopping y allí están las casas de comida rápida: una hamburguesa tiene 26 gramos de grasa –que es el total diario que debe tener una dieta de 1.200 calorías– y 400 calorías en total si se incluye el pan y el queso. Un pancho tiene un total de 280 calorías y un alfajor de chocolate 220 calorías.

En la regulación del apetito y del gasto de energía intervienen mecanismos complejos que escapan a la propia voluntad de la persona y que no están completamente aclarados. Podría decirse entonces que, en presencia de factores ambientales apropiados, no es gordo quien quiere, sino quien puede.

Los chicos no mueren por la obesidad en sí misma; sin embargo, ésta tiene consecuencias sobre la vida adulta, pues crea las condiciones para desarrollar enfermedades en un futuro no muy lejano. La obesidad avanza en silencio.

El sobrepeso y, en mayor medida, la obesidad acarrean problemas para el niño, no sólo a nivel orgánico (fatiga en los ejercicios, estreñimiento, trastornos ortopédicos, anemia, malnutrición), sino también en el aspecto psicológico, ya que los gordos no están bien considerados ni socialmente aceptados.

Los chicos con sobrepeso sufren la discriminación por parte de sus compañeros, lo que los hace sentirse inferiores, rechazados o marginados. La obesidad en pediatría es uno de los trastornos más resistentes al tratamiento debido a que su origen se encuentra en diferentes factores: genéticos, psicológicos, ambientales y socioeconómicos.

En Argentina, se estima que cerca de un 20% de los chicos padece de obesidad entre los 7 y 14 años. En la actualidad, se ha hecho más frecuente la dieta del delivery. Se tiene acceso fácil a cantidades ilimitadas de alimentos con calorías vacías –es decir, sin nutrientes–, como las golosinas.

No son pocos los padres que piensan que la obesidad no es una enfermedad sino un signo de salud y bienestar. En tiempos de la abuela, ser gordo era estar sanito. Actualmente, este concepto ha cambiado y la obesidad es signo de enfermedad. Esta falsa creencia predispone al niño a ser un adulto con menor expectativa de vida y vulnerable a riesgos cardiovasculares.

Es importante alimentar de manera variada y medida a los chicos desde que nacen y durante los primeros años de vida. Los especialistas coinciden en que hay una epidemia de obesidad infantil que genera daños en la salud física y psicológica de los niños. Esto es el resultado de cambios en la vida actual de nuestra sociedad y de hábitos alimentarios y físicos inadecuados. Sin embargo, con un correcto enfoque multidisciplinario, apoyo de  los padres y del equipo de especialistas, el niño puede enfrentar y corregir su enfermedad.

*Por la Dra. Gabriela Fedriani, médica del Centro Terapéutico Dr. Máximo Ravenna.

Fuente: infobae.com

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