viernes, 13 de diciembre de 2013

“El vino te conecta con la sensibilidad”

por  Elena Peralta / Especial para Clarín Mujer

María Josefina Cerutti (51) se crió entre viñedos. Socióloga, se doctoró en Italia con un trabajo sobre bodegas. Hoy es una especialista en el tema.

Lucía Merle / Clarín Mujer | Maridaje. “Las mujeres estamos cerca del vino desde siempre. Hoy, participamos cada vez más en el proceso de producción”, cuenta María Josefina Cerutti. 

María Josefina “Marijó” Cerutti era una nena cuando una tarde de verano cuyano su papá la sentó arriba de un tonel en la bodega familiar. “Puso una copa al trasluz y me dijo: ‘Este es el color del vino’”, recuerda. En un café del centro porteño, a más de mil kilómetros del seco sol mendocino, los millones de destellos rubí de la copa parecen descomponerse nuevamente en los ojos aguamarina de Marijó. 

“Después me di cuenta de que mi papá me estaba enseñando más de la vida que del vino”, dice. La infancia de Marijó transcurrió en un mundo lleno de primos, hermanos, persecuciones de indios y vaqueros entre las viñas. Años más tarde, mucho después de que la Dictadura confiscara la bodega familiar y la obligara al exilio de los lugares de esa infancia, Marijó comprendió que el color del vino tiene que ver con la tierra que lo vio crecer. Se recibió de socióloga, viajó a Italia, el país de sus abuelos vitivinicultores, y escribió una tesis doctoral para la Universidad de Trento sobre la influencia italiana en el desarrollo de la industria vitivinícola de Mendoza. Ahora, presentó Ni ebrias ni dormidas, un libro de Planeta, sobre las mujeres y la ruta del vino.

“Las mujeres estamos cerca del vino desde siempre. Somos las que cosechamos las uvas, las que cuidamos las vides, las que lo servimos y las que siempre encontramos una ocasión para probarlo, aún cuando nos estuvo prohibido. Durante siglos estuvimos relegadas. Se nos prohibió el placer del vino cuando la sociedad patriarcal se instaló definitivamente en los cuerpos”.

De allí que el consumo social de las mujeres se camufló en las bebidas “femeninas”. “La cultura pequeñoburguesa nos confinó a lo dulce, al vino blanco, al licorcito. Cada una tiene que tomar según su gusto. Tampoco hay que subestimar al licor y al vino blanco; durante años camuflaron el placer de la bebida. A mí me gustan todos los alcoholes. Creo que hay una ocasión para cada uno y disfruto mucho de los tintos ricos, especialmente el Sirah y del champán para festejar. No soy sommelier, yo tomo sin saber. Mi sensibilidad es mi guía”.

Una hora especial 

La siesta porteña invita más a un cortado que a una copa de tinto y Marijó le hace honor a la merienda con un plato de palmeritas. “Hay una hora especial del día, entre el atardecer y la noche, en la que es imposible resistirse al vino. Cocinar con una copa en la mano y mezclar sus sabores y tonos con los de la comida hace bien al alma”, desliza. Especialista en gastronomía y escritora de sus placeres en publicaciones de todo el mundo, Marijó asegura que para disfrutar del vino hay se necesita un plato de comida rica. 

En ese universo de lo sensorial ligado a la bebida y a la comida es donde las mujeres parecen moverse mejor que los hombres. “El vino te conecta con lo sensible y las mujeres tenemos una sensibilidad mayor. En su libro, Marijó cita a Tiresios, adivino en la mitología griega y gran conocedor del alma femenina. Tiresios, que además era ciego, afirmaba que si al placer se lo dividía en 10 partes, el hombre gozaba de una sola y la mujer de las 9 restantes. “Nosotras tenemos esa capacidad tan sexual de entrar y salir; de subir y de bajar. Las sensaciones del vino son así. Hay mucho de seducción en el beber”, opina.

“Yo me crié en una finca. Vengo de una familia típica de pioneros italianos que se instalaron en Cuyo y trajeron el arte de hacer vino. Para nosotros eso era parte de nuestra vida”, relata Marijó. En ese universo marcado por los cerros, la tierra seca y las parras, ella, sus cuatros hermanos y sus 15 primos crecieron al ritmo de las viñas de sus abuelos. “El buen vino tiene ese plus: la historia de las familias originarias. Italianos, franceses, españoles que se consolidaron desde Salta hasta Neuquén a través de la industria vitivinícola del siglo XIX”. Su propia constelación está en Chacras de Coria, en donde sus abuelos plantaron las vides traídas de Italia.

El vino amargo del exilio 

Vittorio, su abuelo, había llegado a los 20 años de Borgomanero, un pueblito perdido en el Piamonte. Acá hizo lo que había hecho desde chico: trabajar la tierra. Empezó con nada. Cuando nació Marijó, tenía 80 hectáreas y una de las bodegas más tradicionales de Fincas de Coria. En enero del 77 un grupo de tareas de la Armada secuestró a Vittorio y a su yerno, Omar Masera Pincolini. Bajo tortura los hicieron “vender” la finca. Hoy continúan desaparecidos. “Nos quitaron la bodega. A partir de allí todo fue triste”. Pero el exilio no les hizo olvidar su historia. “Para nosotros, el vino era la forma en la que nuestra familia se ganaba la vida. Todos los argentinos tomamos vino desde la teta. ¿A quién no le daban unas gotitas de Fernet para bajar la comida o quién no tuvo una abuela que no le mojara los labios para brindar aunque fuéramos chicos? Por eso, a veces me da risa esa prohibición absoluta de tomar vino a las embarazadas. ¿Cuántas generaciones venimos tomando desde la panza y no nos pasó nada?”.

Tomar no significa emborracharse. Marijó usa la palabra “achispada” para definir ese estadío entre ebrio y dormido. “Elegimos achisparnos. Tomar vino, pero no emborracharnos, porque dejaríamos de apreciarlo. Para disfrutar es imprescindible estar. Si nos emborrachamos, nos ausentamos”.

La medida justa

Las que trabajan en el vino, asegura Marijó, se cuidan. Marina Beltrame, sommelier y fundadora de la Escuela Argentina de Sommeliers cuenta: “si estoy haciendo una presentación no puedo tener un tachito para escupir. Ahí me lo tomo y me quedo tranquilísima, no pasa nada. Pero en la Escuela no trago. Sé cuál es mi límite. Jamás, nadie puede decir que me vio borracha, ni siquiera en mi casa”. Marina se refiere al acto de escupir entre trago y trago, por desagradable que parezca, fundamental en las catas. Los sommeliers, una de las profesiones del mundo de vino con más mujeres, pueden probar más de veinte bebidas en un día de trabajo. Una cantidad difícil de sostener sobriamente si tomaran todo lo que prueban.

La posición de las mujeres en la vitivinicultura cambió. “Estamos cerca del vino desde siempre. Como cosechadoras y consumidoras, menos como bodegueras. Pero hasta eso está cambiando. Participamos más en la producción en las áreas que siempre fueron territorio masculino”, asegura Marijó. En algún punto las razones son las mismas que impulsan a las mujeres en otras industrias, pero en otro (o varios más) hay una cuestión de género. “El mundo femenino y el del vino comparten la misma sensibilidad. Y no es casual que una enóloga dé con una combinación de cepas seductora. Hay algo en la percepción femenina que da en la tecla, por así decirlo”.

A Marijó le gusta contar esas historias. Las de mujeres que tomaron las riendas, como Ema Cartellone de Zuccardi, que hasta los 83 años seleccionó todo el personal de la Bodega Zuccardi. Y lo hizo, según sus propias palabras reproducidas en el libro, fijándose más en lo sensible que en lo técnico. La forma de caminar, de conversar, de dar la mano… “Tonteras” que le permitieron levantar un establecimiento insignia, marca de fama mundial. “Hay que revalorizar el mundo de trabajo alrededor de una copa. El vino es rico por la tierra y es más rico cuando lo hacemos las mujeres, porque nosotras somos ricas” , define Marijó.

Con nombre de mujer 

Magdalena Toso llevaba esa riqueza en la sangre. Fue la madre de Pascual Toso, uno de los primeros vitivinicultores italianos que llegaron a Mendoza. Hoy, Toso, es uno de los apellidos ilustres mendocinos.

En 2004 Enrique, su bisnieto, lanzó un blend mezcla de Malbec y Cabernet con su nombre. La anécdota navega el libro de Marijó: “Una vez, un chileno me dijo ‘este vino es demasiado vino para llevar nombre de mujer’ -cuenta Pascual Toso-. Le contesté que por eso tiene nombre de mujer, porque es demasiado vino para un hombre”.

Mujeres a la vanguardia

* ELLAS SON MÁS. Cada vez más mujeres se suman a la tendencia de tomar y degustar vino. Según el Wine Market Council, en América, el 56% de los consumidores de vino son mujeres.

* ELLOS RESISTEN. Se dice que a los varones argentinos les cuesta aceptar que las mujeres les recomienden un vino. Piensan que va a ser el más caro de la carta o no quieren cambiar la etiqueta a la que están acostumbrados. Pero, de a poco, van cediendo.

* DEGUSTACIÓN. Una de las principales escuelas en la que se enseña el arte de la degustación, la Escuela Argentina de Sommeliers, es dirigida por María Beltrame. Y si bien en la matrícula profesional hombres y mujeres van más o menos parejos, de los cinco concursos organizados por la Asociación Argentina de Sommeliers (AAS) para elegir el mejor profesional del país, cuatro fueron ganados por mujeres. “Las mujeres manejan muy bien el tema sensorial y, además, son muy aplicadas y estudiosas”, admite Andrés Rosberg, presidente de la AAS.

* COMPETENCIAS. Agustina de Alba y Paz Levinson, ganadoras de los dos últimos concursos de la AAS, compitieron en el Campeonato Panamericano que se hizo a fin de año en Brasil. “Las mujeres ocupamos lugares cada vez más importantes en el mundo sommelier. Armamos cartas y aconsejamos maridajes”, dice Levinson.

Fuente: entremujeres.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario