lunes, 29 de abril de 2013

Las bodegas del Tucumán irrumpen en el mercado con vinos de alta gama y el "ADN" del terroir marcado a fuego

Cuando se suele hablar del terroir de los Valles Calchaquíes, automáticamente la mirada se posa en la sugestiva geografía salteña.

La ruta del vino de esta provincia se ganó un lugar destacado en el concierto nacional y, de a poco, también global, gracias a las características propias que le imprimen a sus vinos el valor agregado de la altura.

Sin embargo, las muchas veces caprichosas fronteras políticas no siempre están en sintonía con los límites geográficos. Así es como una buena porción de estos valles no sólo están en territorio salteño, sino que alcanzan a buena parte de la superficie de Tucumán.

Y esta última provincia es la que ahora está reclamando un lugar en el negocio de la industria vitivinícola nacional.

Y tiene con qué. El abanico de variables es tan amplia y determinante que es difícil resumirla en pocas líneas: materia prima de calidad, una sanidad de los viñedos como en pocos lugares del país, una marcada amplitud térmica, bajísimo régimen pluvial y una irradiación solar intensa.

Todo esto permite iluminar vinos con carácter. Aunque este término no termina por hacerle justicia. Son, en realidad, vinos con un costado un poco "salvaje", pero sin que esto necesariamente implique desprolijidad. Todo lo contrario, en un intenso viaje por las nuevas rutas del vino del Tucumán, Vinos & Bodegas se topó con ejemplares muy bien logrados, con un estilo definitivamente propio y que lleva tatuado el "ADN" del lugar.

"Salvaje" decíamos al hacer referencia al estilo. Y esto está explicado por las cualidades propias de la geografía, el clima y la mano del hombre... terroir que le dicen.

En efecto: la conjugación de todas las variables anteriormente mencionadas permiten alumbrar vinos que nada tienen de tímidos. La carga de color en general es intensa, los taninos llevan la batuta y la carga de aromas, tanto en nariz como en boca, marcan el pulso de vinos que tienen, además, una buena característica en común: mantienen la tipicidad de cada variedad.

Claro que hay matices y por supuesto que en este abanico de bodegas -casi todas desconocidas para el público en general-, que están reclamando un lugar de mayor preponderancia en la industria, hay diferentes niveles de calidades y de estilos.

Sin embargo, como en pocas otras regiones y en un contexto en el que inevitablemente se avanzó hacia una estandarización -sin caer, claro, en los niveles de la siempre criticada industria australiana-, los vinos del Tucumán tienen ese halo de diferenciación que los hace poco convencionales.

La relación de Tucumán con el vino no es nueva. Por el contrario, data del siglo XIX.

Según explicó Alberto Guardia, director de Las Arcas de Tolombón -la bodega con una imagen más trabajada y que alumbra los vinos más ´marketineros´de esa región, como Siete Vacas- en esa provincia se venía haciendo vino desde hace más de 130 años, pero con uvas de baja calidad, como la Criolla Chica. 

Según el empresario, "de acuerdo al censo de 1880, había plantadas unas 300 hectáreas con viñedos. Pero durante el siglo XX la actividad fue diezmada, a punto tal que llegaron a quedar 20 hectáreas".

Sin embargo, Guardia destacó el "renacimiento" de los vinos tucumanos dado que "en la actualidad estamos alcanzando las 100 hectáreas y 60 de ellas fueron plantadas en el siglo XXI, lo que demuestra el gran esfuerzo que le estamos poniendo".

Considerando que en todo el país actualmente existen más de 200.000 hectáreas cubiertas con uvas de la variedad vitis vinífera, hoy la provincia apenas araña el 0,05% de la superficie total.

Es poco, pero en esta escasísima superficie está la gran virtud: las bodegas iniciaron un fuerte proceso de reconversión de los viñedos y, en general, se fueron estudiando y seleccionando las variedades con mejor poder de adaptación.

Trazando un paralelismo con la arquitectura, alguien bien podría señalar que así como Mendoza puede representar una mansión, con todas las comodidades y diferentes estilos de ambientación, Tucumán es un pequeño monoambiente que obliga, en definitiva, a cuidar cada centímetro de tierra.

Las cepas que no se adapten o que alumbren vinos de mala calidad ocupan lugar y eso es pérdida de dinero y un alto costo de oportunidad.

Así, en Tucumán se maneja un concepto del espacio que no se da en otras provincias, en parte por la limitante del agua.

Cuando alguien se pregunta por qué en una provincia con tanto potencial no se siembra más para aprovechar a fondo el prometedor sello que le imprime el terroir, ahí es cuando aparece el siempre antipático factor hídrico.

En toda esta área sur de los Valles Calchaquíes el agua no sobra, es un bien preciado, y los viñedos deben competir con otras actividades agrícolas.

"Tucumán nunca va a tener un desarrollo intensivo, por la limitante del agua. Vamos a tener más hectáreas que las 100 actuales, pero nunca llegaremos al nivel de Salta", explicó Guardia. 

Para ponerlo en números, el director de Las Arcas de Tolombón aseguró que el techo que podría alcanzar Tucumán sería de unas 1.000 hectáreas. Por encima de esa cifra, el problema del agua se volvería inmanejable, asegura.

¿Qué hacer entonces con tan poco espacio? En general, vinos de calidad, pequeñas partidas, cuidadas celosamente, si bien hay proyectos que, por temas financieros, también están incursionando en el volumen para hacer frente a la realidad financiera que tiene influencia tanto en Tucumán como en Mendoza y en Napa Valley.

Sin embargo, Guardia recalca que, en general, "nunca vamos a desaprovechar el espacio ni el agua para hacer vinos de muy baja gama". 

Pero alta calidad tampoco implica vinos costosos. Con marcas prácticamente desconocidas y una provincia que tiene un largo camino por delante para consolidar su imagen y su nombre, hay mucha conciencia en cuanto al factor precios.

Así las cosas, por $35 o $50 se puede acceder a excelentes ejemplares, con muy buena tipicidad y prolijos, dentro de esa cuota "salvaje" a la que ya hicimos y seguiremos haciendo referencia a la hora de hablar de vinos de esta región.

También hay ejemplares más caros. Y en esos segmentos ahí sí que Tucumán quiere jugar fuerte y tiene con qué, por más que los volúmenes sean ínfimos.

En este sentido, Roberto Carro, director de la estancia rural y bodega Río de Arena, hizo hincapié en que "nosotros en un momento no teníamos un proyecto integrador y estábamos un poco a la sombra de Salta. Ahora somos 19 productores, todos pequeños, que no llegamos todavía a producir 1 millón de litros pero que apuntamos a hacer los mejores vinos que pueda dar esta zona".

Ahora, ¿cómo es que de repente las bodegas de esta parte del Norte argentino reclaman un lugar en el concierto de la industria?

Partiendo desde la irrefutable realidad de que Tucumán representa una ínfima porción de todo lo producido a nivel nacional, los establecimientos de la provincia decidieron unirse en un proyecto para ganar fuerza, en el que también está vinculada la pata pública.

En efecto, el último año se creó la Cámara de Bodegueros y Viñateros del Tucumán, que, con apoyo de áreas del gobierno provincial, como el Ente Tucumán Turismo, y el Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán, crearon la una marca paraguas Vinos del Tucumán, tal como explicó a Vinos & Bodegas Dolores Lavaque de Velasco, directora de la consultora Stg.

Esta última consultora, junto a las demás entidades, viene trabajando en todos los frentes para llevar adelante un plan estratégico a diez años que involucra todos los aspectos: productivo, marketing y comercialización.

Esto incluye desde llevar a bodegas de la región a competir en certámenes internacionales hasta terminar de delinear lo que será la Ruta del Vino del Tucumán, que en breve ya estará operativa.

Al respecto, Bernardo Racedo Aragón, presidente del Ente Autárquico Tucumán Turismo (EATT), destacó a Vinos & Bodegas que "la señalización de la ruta la vamos a estar resolviendo en los próximos seis meses, tratando de integrar a la Ruta del Vino del Tucumán a la Ruta del Vino de Altura que inició Salta hace algunos años. Después vendrá Santa María (en Catamarca), para que sea todo una Ruta del Vino de los Valles Calchaquíes".

Como quedó de manifiesto, el punto a destacar es que el proyecto no sólo alberga a productores y bodegueros de esa provincia, sino que también incluye a socios de otras provincias.

Ello explica el por qué de la marca "Vinos del Tucumán" y no "de Tucumán".

Lavaque de Velasco explicó al respecto que "El Tucumán era el nombre de la región del Noroeste Argentino donde estaba incluido, entre otras zonas, el Valle Calchaquí. El centro del mismo era el Tucumanao y por eso se decidió hacer una cámara más integradora".

Por eso, destacó la experta, "participan productores de Catamarca, como es el caso de la bodega Las Mojarras, pero también otras que abarcan más de una provincia, como Tukma, que trabaja con ese concepto de vinos del Tucumanao. Este es el concepto que se busca. Queremos reforzar la idea de que son vinos del Valle Calchaquí".

El terroir y los vinos
 
Como se explicó anteriormente, la clave de los vinos tucumanos radica en el sello tan particular que le imprime el terroir de los Valles Calchaquíes.

En este sentido, Guardia diferenció lo que es la región norte, en la provincia de Salta, del sur, donde están emplazados los viñedos de Tucumán.

"Los microclimas son distintos, estamos en una zona de mayor altitud, que parte de los 1.750 metros sobre el nivel del mar, y mucho más seca, con unos 100 milímetros de precipitaciones anuales", explicó el experto.

Además, agregó que las uvas, "en un contexto más seco y al estar más expuestas a los rayos del sol por la cantidad de horas de luz que reciben, nos brindan vinos mucho más concentrados, en color y aromas".

Por su parte, Carro destacó que otro punto clave de los vinos de la región está en los altos niveles de sanidad de los viñedos, producto de un clima que no permite la proliferación de las enfermedades más comunes que atacan a las plantas.

"A lo sumo tenemos que hacer una curación al año, cuando en otras zonas tienen que ser mucho más cuidadosos con los viñedos y tratarlos 4 a 5 veces", explicó, para luego agregar que "practicamos una agricultura casi orgánica. Y digo casi porque el único problema que en general tenemos es el de las hormigas".

Respecto a las variedades más difundidas en esta región o, mejor dicho, las que más promocionan las bodegas y de las cuales sienten mayor satisfacción son Malbec, Cabernet Sauvignon, Syrah y Tannat entre las tintas y Torrontés entre las blancas, si bien también existen algunos cuarteles con Sauvignon Blanc, Bonarda, Cabernet Franc y Petit Verdot.

Tal como se explicó anteriormente, la bodega que lleva la batuta en este posicionamiento de los vinos del Tucumán, es Las Arcas del Tolombón. De hecho, Guardia, quien dirige esta bodega, también es quien preside Cámara de Bodegueros y Viñateros.

El establecimiento, ubicado en Colalao del Valle, al norte de la futura Ruta del Vino, cuenta con un interesante diseño arquitectónico y es el proyecto más ambicioso de la zona, con una capacidad para 700.000 litros. 
En la actualidad cuenta con unas 32 hectáreas en producción y elabora vinos a partir de viñedos implantados en 2006, principalmente de las variedades Malbec, Cabernet Sauvignon, Tannat y Torrontés.

La marca más conocida comercializada por esta bodega es Siete Vacas, que posee una imagen moderna y descontracturada, alumbrando un poco el camino que pueden seguir las bodegas de la región.
Un dato a destacar es que la enología la realiza el referente indiscutido en materia de Torrontés de la Argentina: José Luis Mounier.

De hecho, durante la visita a la bodega, el propio Mounier estaba controlando desde la llegada de la uva hasta el proceso de seleccionado de granos.

En diálogo con este medio, el reconocido enólogo se viene entusiasmando cada día más con los vinos del Tucumán: "El Torrontés acá se da diferente y es muy aromático, mientras que los tintos tienen muy buen color y gran expresión en nariz".

Guardia retomó el concepto del terroir para comenzar a hilar un poco más fino: "La zona es seca, la exposición solar es más intensa y esto es positivo para el estilo de vinos que hacemos. Pero también nos obliga a ser muy cuidadosos con el manejo de la canopia".

De todos los vinos degustados destacamos el Siete Vacas Cabernet Sauvignon Reserva 2010, un vino que se puede conseguir en Buenos Aires a un precio sugerido de $100. Es una etiqueta que premia con una paleta de aromas intensa, con mucha fruta roja sobre colchón especiado. La nota de pimiento está presente y se conjuga muy bien con las notas que entrega su paso por madera a lo largo de 12 meses. Con un tiempo en copa, del vino despega un intenso aroma que recuerda al ecualipto, que suma frescura y complejidad.

En boca ofrece un manual de estilo condensado de lo que son los vinos del Tucumán hoy: estructurado, musculoso y con taninos firmes pero a la vez sedosos. Todo esto coronado por una fruta que prima sobre la madera, un concepto que le da un toque de modernidad y delinea un vino con personalidad pero fácil de beber.

De cara al futuro, Guardia tiene grandes planes: inaugurar un restaurante en la bodega, ampliar viñedos y lanzar un vino que se llamará "Lengua Negra", en honor a los vinos de la región, que tiñen lengua, dientes y todo a su paso. Nunca mejor elegido un nombre para un vino de esas características.

Otra de las bodegas que está modernizando la vitivinicultura de la zona es Posse, que cuenta con un moderno edificio en Tafí del Valle, con una gran superficie vidriada que ofrece una gran vista a la precordillera de los Andes.

En la actualidad, la bodega, orientada en un 100% al mercado interno, posee capacidad para elaborar unos 100.00 litros, si bien están produciendo unos 50.000 litros a partir de unas 20 hectáreas de viñedos que datan de hace diez años y en los que cuentan con tres variedades: Malbec, Cabernet Sauvignon y Merlot.

Las dos líneas que tienen en el mercado son Patriarca y Julio Julián, que se comercializan principalmente en el Noroeste Argentino a un precio sugerido de $90 y $110, respectivamente.
Y lo cierto es que buscar alguna de estas etiquetas vale la pena para conocer lo que es un vino concentrado y con el "ADN" tucumano a flor de piel. Desde Vinos & Bodegas sugerimos abordar el Julio Julián 2006, un blend conformado por Cabernet Sauvignon y Malbec, con un paso por barricas de roble francés a lo largo de 15 meses. ¿El resultado? 750 cm3 que condensan fruta negra, pirazina, eucalipto y algo de caramelo, redondeando una nariz briosa e intensa.

En boca, fiel al estilo de la región, muestra nervio y carnosidad en buenas dosis. El nivel de alcohol -superior al 15%, una constante en muchos de los ejemplares que degustamos durante el viaje- acompaña y está en sintonía con el grado de concentración del vino. Es decir, no desentona y, lejos de sumarnos al debate sobre bajar los niveles de alcohol de los vinos argentinos que vienen impulsando los gurúes del exterior, en este caso, es una herencia del terroir, casi un derecho adquirido y hasta, por qué no, una virtud irrenunciable. Sin chauvinismos, simplemente nos remitimos a las pruebas: el vino y su gran desempeño en nariz y paladar.

Lo interesante de recorrer lo que será este inminente caminos del vino, emplazada sobre la mítica ruta 40, es que estos proyectos de pequeños productores nacen en medio de una geografía que no pide permiso a los ojos, que cambia y se modifica abruptamente entre kilómetro y kilómetro. Es una belleza casi pornográfica. Tucumán o, mejor dicho, toda esa zona de los Valles Calchaquíes, en ese sentido realmente sorprende. 
Así, pasando pueblos pequeños, con casas de adobe, ventanas de madera y una precordillera que se roba todas las miradas, se llega a la bodega Las Mojarras, un pequeño y joven proyecto de Pedro Amado, un empresario cuya actividad principal es la comercialización de especias en el NOA.

La bodega es un pequeño galpón, ubicado en Santa María, provincia de Catamarca, donde alberga unos tanques de acero y otros plásticos, y donde, por el momento, elaboran Malbec y Torrontés.
La cepa tinta que producen en Las Mojarras proviene de unas 5 hectáreas de viñedos plantados hace 8 años, en tanto que la variedad blanca, poco más de una hectárea, se elabora con un vides de alrededor de 30 años.

El establecimiento fue construido sobre una bodega que operaba en los años ´50 y que tenía una capacidad para 50.000 litros. Tras haber sido totalmente reacondicionada, en la actualidad están produciendo unos 10.000 litros pero, según explicó Amado, ahora van por más: la idea es lanzar una línea más masiva -es cierto, un poco saliéndose del lineamiento de elaborar alta gama que pregonan los productores de la región-, que se llamará "Las Mojarras" y que tendrá como finalidad tratar de amortizar toda la estructura en funcionamiento.

Así, el objetivo es más que duplicar la producción actual para el año 2015 e incluso ir poniendo un poco el pie en Buenos Aires. "Pero queremos ir despacio", explicó Amado, tratando de moderar el entusiasmo.
La línea que comercializan hoy en día es Yuros, que consta de dos varietales: Torrontés y Malbec.
Captó nuestra atención el primero de ellos: la cosecha 2012 se caracteriza por las clásicas notas de azahar, un toque herbáceo y una buena carga de aromas que recuerdan a las frutas tropicales. No es un vino pensado para paladares delicados que buscan un Torrontés del estilo new world, pulidito y fresco. Este ejemplar es un poco más agreste, de buena untuosidad y sin el retrogusto amargo que algunos defienden y otros rechazan, lo que le imprime una cuota de elegancia. Pero no deja de ser un vino intenso. 

Regresando hacia el norte, en El Bañado, entre las Ciudad Sagrada de Los Quilmes -o las ruinas de Quilmes, como se estila en Buenos Aires- y Colalao, está el emprendimiento de Roberto Carro: la estancia rural Río de Arena. Se trata de un complejo que alberga un hostal, un restaurante, un criadero de llamas y, pronto, una bodega que tendrá capacidad para 100.000 litros, si bien en el corto plazo el plan es elaborar 50.000 litros. 

Allí produce los vinos que llevan el nombre de la estancia y cuyo origen, según contó el propio Carro, nació cuando un día por la ruta 40 avanzó literalmente un "río de arena". Un detalle que ayuda a entender la geografía del lugar.

Los vinos nacen de unas 7,5 hectáreas de viñedos plantados hace 12 años y que siguen la "trilogía" que se suele observar en la mayoría de los proyectos vitivinícolas: Malbec, Torrontés y Cabernet Sauvignon.
Un interesante exponente es el Río de Arena Malbec 2010, que se consigue en la bodega a un precio sugerido de $45.

En nariz se destaca por sus notas de frutas rojas maduras y una compleja carga especiada. "¿No tiene madera?", preguntó uno de los comensales durante la cena en la que se degustaron tamales, empanadas y locro. "No", respondió Carro. "¿Seguro?", "Sí", respondió Carro, convencido de que estaba ofreciendo un buen vino y bastante complejo y redondo, sin haber tocado un centímetro cuadrado de roble. La concentración, la buena acidez y un final de larga persistencia, hacen el resto. Buen ejemplar y a un precio acorde.

Tras recitar algunas poesías, el emprendedor volvió a hacer hincapié en la necesidad de apuntar a la calidad y al valor agregado que le imprime el terroir, no sólo por lo que le aporta al vino, sino por la intriga que genera entre los consumidores: "Escuchan hablar de los vinos del Tucumán y lo consideran algo exótico. Eso les despierta las ganas de probarlo".

Muy cerca de allí, en Colalao del Valle está la casa de Luis Rolando Díaz, un pequeño productor que hace vinos caseros, la primera escala en la estructura de bodegas y que nuclea a los establecimientos que elaboran menos de 6.500 litros.

Pero vamos a ponerlo en estos términos: con sus vinos, este hombre que sobrepasa los 60 años bien podría ponerse a la par de las "estrellas twitteras" de la industria vitivinícola mendocina.

Con pocos recursos y recién habiendo terminado de cursar la tecnicatura en enología -sí, a su edad-, hace algunos de los mejores vinos del Tucumán.

La clave del periodismo está en mantener la objetividad y, créannos, no exageramos: a partir de unos viñedos extremos, lejos de todo, y en tanques de plástico, este hombre alumbra ejemplares que sorprenden.
Díaz cuenta con 4 hectáreas en una zona conocida como La Ciénaga, ubicada a unos 25 kilómetros de su vivienda -donde nos recibió-. Allí cultiva Syrah, Malbec y Cabernet Sauvignon. A 2.350 metros sobre el nivel del mar y con apenas 80 milímetros de agua por año, la insolación permite obtener uvas con muy buena madurez y sanidad y, a partir de ahí, elaborar vinos... impensados.

Un ejemplar digno de mención es Altos La Ciénaga 2012, un blend que obtuvo el premio Racimos de Oro en el marco del concurso que todos los años organiza la Asociación Elaboradores de Vino Casero de Lavalle y que se consigue el NOA a un precio sugerido de $80.

Se trata de un blend que conjuga Syrah, Malbec y Cabernet y que registra un paso por roble a lo largo de seis meses.

La fruta roja y negra toman por asalto la copa. Las notas especiadas, con trazos de nuez moscada y pimienta negra, acompañan y los toques de vainilla completan una nariz a la que no le falta ni le sobra nada. En boca deleita con su perfil sabroso, con bastante músculo, pero sin renunciar a la elegancia y a una acidez que lo torna un poco más fresco. Completa una leve nota ahumada.

Se hicieron 3.500 botellas, quedan muy pocas y si lo consiguen en algún comercio del NOA, vayan por él.

"Apuntamos bien arriba. Tucumán tiene iguales o mejores condiciones que Salta. Estamos todos haciendo un enorme esfuerzo", explicó Díaz durante la degustación, que fue organizada entre quesos caseros y nueces en medio de un patio y bajo la sombra de una parra antigua.
"El vino de Tucumán va a llegar lejos. Creo que vamos a trascender la frontera", se entusiasma este enólogo que demuestra que, cuando la materia prima es buena y se trabaja a conciencia, se puede competir de igual a igual frente a la infraestructura, programas de selección de barricas y flying winemakers.

Siguiendo viaje, al norte de esta bodega y al sur de Las Arcas del Tolombón, se encuentra la bodega Chico Zossi.

La familia es una de las pioneras en la región y también lo fue en el terreno de la vitivinicultura, dado que contribuyó a ampliar la superficie de viñedos a comienzos del siglo XX.

La propiedad de cientos y cientos de hectáreas va desde el tope de una sierra hasta un río próximo, pero es en unas cuatro hectáreas donde cultiva Malbec y Torrontés -separadas de la casa principal por la ruta 40-.
Tras encarar un proceso de restyling, que incluyó modernización de las etiquetas, inauguración de una nueva bodega y la contratación de un enólogo como Juan Luna -que se perfeccionó en la "escuela" Félix Lávaque-, Chico Zossi está perarada para dar el salto.

En estos momentos, la bodega está enfocada en la elaboración de vinos jóvenes, sin paso por madera, al tiempo que preparan el lanzamiento de la gama reserva.

"La idea es hacer vinos que se disfruten", sintetizó el concepto Luna, durante un asado organizado por Baltazar Chico Zossi en una gran galería y con el siempre dominante paisaje que ofrece la pre cordillera.
Allí se degustó la línea completa, pero sin dudas la mayor atención se la llevó el Torrontés 2012, que en el NOA se consigue a un precio sugerido de $35.

Desde el vamos es un vino que intenta escapar un poco a la fórmula azahar-frutas de carozo. En este caso, las riendas las toman las frutas tropicales, si bien hay trazos florales. En boca el ataque es seco, con buen volumen y agradable acidez. Vino simple, fácil de descifrar, prolijo y efectivo.

Durante la visita se pudieron recorrer los viñedos de Torrontés y también la vieja casona de los Chico Zossi donde, en el gran patio y a metros de un nogal, hay botellas enterradas hace varias décadas, un método económico y funcional que permitía conservar al vino en momentos en que no estaba disponible la tecnología para estibar los vinos en atmósferas controladas.

Tras cientos de kilómetros recorridos, más de una veintena de etiquetas degustadas y varios viñedos caminados, si hay que ensayar una conclusión es que Tucumán, pese a su larga historia, es un diamante en bruto, muy pequeño, que está recién saliendo a la superficie. Hay que cuidarlo, mimarlo y darle tiempo. Hay mucho camino por recorrer, tanto desde el sector público como del privado.

Ojalá en diez o veinte años, haya más viñedos, más vinos y más emprendedores. El futuro es prometedor.

Sin embargo, paralelamente, la región también es una realidad, es algo palpable. Es un presente, que está ahí, a la vera de la ruta 40. Basta ir, recorrer, probar y disfrutar.

Por Juan Diego Wasilevsky - Editor Vinos & Bodegas - Enviado especial a Tucumán - vinosybodegas@iprofesional.com - (c) iProfesional

* Imágenes gentileza del Ente Tucumán Turismo

Fuente: iprofesional.com

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