lunes, 17 de enero de 2011

Salvador de Bahia

En Salvador, la más africana de las ciudades brasileñas, los recién llegados sienten enseguida una especie de ligero mareo, esa sensación peculiar que precede al trance. Hay algo mágico en el aire que nadie sabe describir. Tal vez sea el espíritu de Africa que trajeron consigo los esclavos. Ni siquiera las numerosas iglesias que se apiñan en el Pelourinho, el delicioso barrio colonial situado en la ciudad alta, transmiten la sensación de estar en una cultura cristiana. El sincretismo religioso está tan extendido que puede verse a muchos fieles saliendo de las iglesias y dirigiéndose a la playa a depositar ofrendas a Iemanjá, la diosa de las aguas.

Conviene no olvidar que fueron jesuítas portugueses quienes iniciaron el tráfico de esclavos, obligándolos a hacerse católicos y prohibiendo sus cultos y creencias. Pero lo que éstos hicieron fue establecer paralelos entre los santos católicos y sus propias deidades, de modo que cuando adoraban una imagen de la virgen, en realidad adoraban a su diosa correspondiente.

En Salvador está muy vivo el espíritu de Africa. Se ve en las ropas de las bahianas, en el folclore y en la danza; en la comida y hasta en el color de la piel. Es una ciudad con gran carácter, apiñada entre la Bahía de Todos los Santos y las playas del océano Atlántico. El faro de la Barra marca el punto de inflexión entre las aguas mansas de la bahía y la orla de playas que se extienden más de 20 kilómetros hacia el norte. En la ciudad baja, junto al mar, se encuentra el Mercado Modelo, ideal para hacer las inevitables y obligadas compras turísticas: artesanía, cuadros naïf, ropa, objetos decorativos... con precios razonables. Allí puede tomarse cada poco un barco para visitar la isla de Itaparica, situada enfrente, en la misma boca de la bahía.

A la hora de comer es aconsejable probar la famosa comida bahiana. Hay varios restaurantes de renombre, pero el más recomendable, por situación y calidad, es la Escuela SENAC, en el Pelourinho (Pza. José de Alencar, 13-19. Tfno: 00 55 71 321 55 02). Su especialidad: las moquecas de camarón.

Cuando el sol comienza a perder fuerza es el momento de adentrarse en las empinadas callejuelas del Pelourinho, un barrio colonial perfectamente conservado que fue el corazón de la ciudad antigua. Hoy día está declarado Patrimonio de la Humanidad y se dedican grandes esfuerzos a su conservación. Nada destaca verdaderamente en este barrio, sino el conjunto de casitas pintadas de vivos colores que dan cuenta de otras épocas y plasman en su perennidad el paso de la historia. Es un retazo vivo del pasado que ayuda a comprender la vida de los primeros colonizadores.

El espíritu religioso de la colonización queda patente en el afán por erigir iglesias. Es increíble el número de torres de todos los estilos que se recortan contra el cielo de la ciudad antigua de Salvador. Conviene no perderse la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de los Negros (Largo del Pelourinho, s/n), construida por los esclavos y negros libres, con el fin de disponer de algún lugar para el culto, ya que tenían prohibida la entrada en las demás iglesias. También destaca la fachada de la Iglesia de la Orden Terciaria de San Francisco (Inacio Accioli, s/n), totalmente construida en piedra cincelada, un magnífico ejemplo de arquitectura barroca del XVI. Junto a ésta, es digna de ver la Iglesia de San Francisco, con todo su interior trabajado en oro. La catedral, del siglo XVII, es de grandes dimensiones y contiene altares de distintos estilos.

Si hay una visita obligada en Salvador es el Solar do Unhnao (Av. do Contorno, 8. Tfno: 329 55 51), un magnífico caserón junto al mar, de mediados del XVII, que alberga el museo de Arte Moderno. Estupendamente reconstruido, hoy es también un restaurante que tiene los comedores bajo las mismas bóvedas que sirvieron de cámara de tortura de los esclavos. La comida deja mucho que desear, pero el espectáculo de capoeira que se ofrece al final de la cena es excelente.

Excursiones.

Hay un autobús panorámico que recorre toda la orla de playas. Vale la pena hacer el recorrido y tumbarse unas horas en Itapoá o Stella Maris, al final del trayecto. Son las playas más alejadas del centro y menos contaminadas. De regreso, puede quedarse en la Plaza dos Tupinambás. En el número dos se encuentra el restaurante más moderno de la ciudad, Trapiche Adelaide, que ofrece una magnífica vista de la Bahía de Todos los Santos. Pida unas gambas con salsa de mostaza y no olvide, de postre, tomarse una tarta de jojô. En este lugar se reúne la beautiful people local. Al atardecer, la zona de Rio Vermelho se llena de vida y sus numerosos locales concitan a la intelligentzia de la ciudad. En un ambiente muy animado, hay lugares con encanto (ExTudo, Alambique, Trapiche...) donde tomar una cerveza y conversar.

Otro de los buenos lugares de Salvador es el Club Español (Av. Presidente Vargas, 1464). Allí se puede hacer de todo, desde comer una excelente paella en el restaurante La Taberna, hasta tomar clases de baile flamenco o nadar en sus magníficas instalaciones. Baste decir que la comunidad gallega de Salvador es la más importante de Brasil. Cuenta con más de 280.000 inmigrantes que controlan las panaderías y las funerarias. Por algo los bahianos repiten con humor que "los gallegos, primero nos engordan y, después, nos entierran".

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