domingo, 30 de mayo de 2010

Superar el mal trago


Lo que era una característica cultural de Rusia, se convirtió en un problema de difícil solución. Ahora, el país más grande del mundo puso en marcha un plan para bajar el consumo de alcohol

MOSCU.- Dicen que cada país tiene su olor característico. Las calles de la India, por ejemplo, huelen a curry. México huele a maíz adondequiera que uno vaya. Y las grandes ciudades norteamericanas, como Nueva York o Chicago, tienen un olor que es una mezcla de productos de limpieza, pegamento de alfombras y comida rápida.

Rusia también tiene su olor. Lo percibe inmediatamente cualquier persona que suba a un vagón del subterráneo de Moscú en las horas pico, cuando no queda otra que achicar distancias entre las personas.

Rusia huele a alcohol.

Pero no el olor agradable de una botella de vino o de licor recién abierta, sino ese olor rancio del etanol metabolizado por el cuerpo y que escapa por el aliento.

En el subterráneo moscovita, la llamada línea circular, que conecta las otras diez que integran la red, es el dormitorio preferido por los borrachos, que duermen allí durante horas en un recorrido sin fin, sin riesgo de ser despertados al llegar a una terminal.

Como una parte habitual del paisaje urbano, los borrachos viven tirados en los asientos pegados a las paredes de los vagones, mientras el resto de los pasajeros viajan apretujados, de pie junto a ellos o sentados a su lado, casi con indiferencia.

Pero el alcohol impregna todo en Rusia, no sólo la vida de los marginales.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que un consumo superior al equivalente a ocho litros de alcohol puro por año pone en riesgo a las personas. En la Argentina, debido al predominio de la cerveza, que tiene una graduación alcohólica de entre el 5 y el 6%, el consumo de alcohol puro es de alrededor de siete litros por año por persona. Pero en Rusia, donde la bebida favorita es el vodka (con una graduación alcohólica promedio de 40%), se estima que cada persona bebe anualmente el equivalente a 18 litros de alcohol puro, más del doble del límite de la OMS, el segundo consumo más alto del planeta después de Moldavia, otra ex república soviética.

El presidente ruso, Dimitri Medvedev, calificó en septiembre pasado el alcoholismo como un "desastre nacional" y lanzó el enésimo plan gubernamental para tratar de dominar al monstruo. La magnitud del desastre es tan grande, especialmente entre los varones, que modifica la esperanza de vida promedio de los hombres rusos, hoy de apenas 59 años, similar por ejemplo a la de Haití. Por culpa del alcohol los rusos mueren casi veinte años antes que sus congéneres de Alemania o Suecia.

¿Qué remedio hay contra este "desastre nacional"? Por décadas, la desaparecida Unión Soviética buscó su propio camino para intentar resolver la cuestión y entorpeció, por ejemplo, la llegada de Alcohólicos Anónimos (AA), la organización mundial más exitosa en la lucha contra la enfermedad. Aunque AA siempre fue totalmente laica, su creación, en 1935, en los Estados Unidos, fue iniciativa del Oxford Group, una sociedad cristiana norteamericana. Y esa marca de nacimiento nunca pudo superar el filtro ideológico marxista del Kremlin.

La lucha de un inmenso país

Debieron pasar más de cincuenta años para que AA llegara a Moscú: fue en 1988, en los tiempos de Mikhail Gorbachov y su apertura a Occidente. Y en este momento, en todo este inmenso país, hay solo unos 370 grupos, una cifra similar a la de la Argentina, pero con un territorio y una población casi cinco veces superiores, y un problema mucho más grave.

Alcohólicos Anónimos está apenas empezando a desarrollarse en Rusia. Su sede en Moscú funciona en un departamento de cuatro ambientes en la planta baja de un edificio de monobloques estilo soviético, como los que integran el paisaje habitual de esta ciudad.

Nuestro guía es el ingeniero Nikita I., de 35 años, que llegó a los grupos hace doce, tras reconocer que el alcohol era superior a sus fuerzas y se había convertido en el eje de su vida. "Desde los 16 y hasta los 23 años, lo primero que hacía por las mañanas, antes de ir al baño, era tomarme un trago de vodka. Después bebía cada dos o tres horas para mantenerme en la nube. Incluso me despertaba durante la noche y buscaba la botella con desesperación."

Hoy, Nikita dice sin titubear que su lucha por la sobriedad es "incluso más importante" que su familia.

Se pone nervioso cuando le explicamos que no entendemos esta última afirmación, y finalmente nos saca bruscamente el anotador y la lapicera, y con trazos rápidos dibuja en nuestro cuaderno un hombrecito al que le pone sobre el pecho su nombre, "Nikita". Alrededor del hombrecito escribe palabras como "trabajo", "esposa" e "hijos". Luego traza una línea horizontal a los pies de "Nikita", y debajo escribe "sobriedad". "Si la sobriedad tambalea todo se viene abajo", dice, de forma contundente.

Siete años atrás, cuando conoció a la que sería su esposa, lo primero que hizo fue llevarla a la sede de AA y presentarle a la gente de su grupo. "Si quieres conservar a tu esposo, yo tendré que venir aquí dos veces por semana por el resto de mi vida", le dijo... y hasta ahora cumplió. Hoy ya tienen tres hijos, de 3, 5 y 6 años. El trabaja como ingeniero en una empresa, en la que están al tanto de su lucha de cada día.

Pero no todas las historias tienen final exitoso. En la sede de AA, Nikita nos presenta a una ilustradora de diarios y revistas, Tatiana K., de 62 años.

Cuando Tatiana estaba por casarse, hace 37 años, su suegra le advirtió que su futuro marido, Oleg K., un exitoso miembro del cuerpo diplomático de la Unión Soviética, era alcohólico. "Todo el mundo bebe en Rusia", le contestó ella, restándole importancia a la cuestión que planteaba su futura suegra.

Oleg también solía excusarse diciendo que "el alcoholismo es la enfermedad profesional de los diplomáticos", y acudía al remanido argumento del largo invierno ruso, y la necesidad de luchar contra la depresión por la escasa cantidad de horas de luz. Y para refrendar sus afirmaciones citaba el caso de tantos líderes soviéticos, como el ex presidente Boris Yeltsin, que llegaron a ocupar el cargo más alto del país y nunca pudieron dominar su vicio.

Cuando él estaba de viaje, como una detective Tatiana revolvía su casa de clase media alta, buscaba y destruía botellas de todo tipo. Las podía encontrar escondidas en los lugares más insólitos, en el baño, debajo de los muebles, entre las ropas del placard. Cuando Oleg regresaba, siempre ebrio, la insultaba y la agredía verbalmente delante de los hijos. Luego comenzaron los problemas con la policía, que en varias oportunidades llamó a Tatiana a la casa para que fuera a buscar a su esposo a la comisaría.

Finalmente, en 1992, Oleg fue expulsado del cuerpo diplomático; en plena época de crisis económica nacional, la familia cayó también en la ruina financiera y moral.

En aquellos años ella escuchó por primera vez que, además de AA, había comenzado a funcionar en Moscú una organización para familiares de alcohólicos, Alanon. Se sumó a las reuniones y poco a poco pudo aceptar que la decisión de dejar de beber sólo dependía de su esposo. No era tarea de ella.

Tatiana cuenta que la vida de Oleg continuó con períodos de sobriedad extensos, de varios meses incluso. Pero tuvo una recaída fatal durante las celebraciones por la llegada del año 2009. Finalmente murió de un coma diabético dos meses más tarde, en febrero del año pasado, a los 60 años.

"Oleg fue un hombre muy inteligente, pero nunca fue honesto consigo mismo para reconocer su derrota en la lucha contra el alcohol -dice hoy Tatiana-. Es posible beber solo, pero es imposible recuperarse solo de esta enfermedad."

Consciente de esta situación, el presidente Medvedev ha lanzado ahora un nuevo plan nacional que busca tender una mano para quienes desean luchar contra este flagelo. En el eje de la mira está la bebida nacional favorita, el vodka. Desde comienzos de este año se duplicó el precio mínimo a 89 rublos (3 dólares) la botella de medio litro, en un país donde el sueldo promedio es de 18.000 rublos (600 dólares).

Pero la historia muestra que la medida de subir el precio del vodka ha resultado siempre un tiro por la culata.

Por sí sola, lo único que logra es que aumenten la producción y el consumo del samogon (el vodka ilegal o casero, de mayor graduación alcohólica y mucho más peligroso para la salud) o de otros preparados, incluyendo tinturas, perfumes o directamente alcohol puro.

La segunda medida apunta un poco más a las raíces del problema, mediante la creación de 500 nuevos centros especializados en la atención de pacientes alcohólicos.

En muchos de estos centros se sigue utilizando un método inventado por el psiquiatra soviético Alexander Dovzhenko, que mediante la hipnosis o la sugestión busca convencer al paciente sobre los riesgos mortales que implica su adicción. A algunos incluso se les da un placebo con la advertencia de que su combinación con alcohol puede resultar letal.

Esta táctica disuasiva, reconocida por la OMS, incluye exámenes y controles obligatorios periódicos, y ha dado buenos resultados en muchos casos, pero ha sido claramente insuficiente.

La tercera pata del plan de Medvedev apunta a disminuir el consumo entre los jóvenes, con responsabilidades penales para quienes vendan alcohol a menores de 18 años, la prohibición de venta de bebidas alcohólicas cerca de escuelas, establecimientos de salud y clubes, y una amplia campaña en los medios de comunicación sobre los riesgos del alcohol.

El objetivo presidencial es reducir el consumo nacional a poco más de la mitad y, para el año 2020, llevarlo al nivel límite fijado por la OMS. Sin embargo, los observadores más escépticos del nuevo plan no creen en la posibilidad de lograr cambios tan rápidos en un hábito tan enraizado en la cultura popular. En las calles de Moscú se repite una histórica frase, definitivamente incorporada al ideario pesimista ruso, lanzada en 1993 por el ex primer ministro Viktor Chernomyrdin, luego de un fallido plan económico: "Queríamos lo mejor, pero salió lo de siempre".

Campaña, pósters anti alcohol

En la época de la Unión Soviética surgieron varios planes para luchar contra el alcoholismo. Desde la llamada Ley Seca, que rigió entre 1918 y 1925, hasta una peculiar campaña de propaganda gráfica, que no resultó muy efectiva en su momento.

Esos pósters de estilo constructivista (el arte al servicio de la "construcción" de la Revolución), son hoy uno de los souvenirs favoritos en las tiendas de recuerdos rusos.

El publicista Yuri Matrosovich reunió los mejores afiches de esa colección y armó un Museo Virtual de los Pósters Anti Alcohol, www.tululuka.net/alco/

Fuente: lanacion.com

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