sábado, 27 de febrero de 2010

El gurú de la industria del vino


Dueño de sus propias bodegas y asesor de muchas otras, Michel Rolland es palabra autorizada en el ambiente internacional del vino. Agradable, simpático, de diálogo abierto y sin demasiadas vueltas. Por su perfecto castellano y su risa fácil, casi contagiosa, la charla de este maestro con Ollas & Sartenes fue como sus vinos, un trago franco y sin asperezas.

Michel nació en la Nochebuena de 1947, en la finca familiar de Ch&aciric;teau Le Bon Pasteur, en Pomerol, una región de Francia famosa por sus viñedos. Con semejante inicio, convertirse en uno de los principales referentes del mundo a la hora de hablar de vinos fue casi un designio. Con su mujer, Dany, también enóloga, posee un laboratorio de análisis de vinos y asesora a unas 100 bodegas del planeta. Y, además de su bodega en Francia, es uno de los propietarios de las bodegas de Clos de los 7, en Mendoza. "En Clos ya tenemos cinco vinos y esperamos pronto llegar a siete. Recuerdo cuando plantamos la primera vid hace 10 años, no había nada, pero esa es una tierra increíble", dice.
Acostumbrado a dar consejos etílicos, Rolland recomienda a los emprendedores ser muy abiertos. "Hay que recorrer el mundo con el espíritu alerta hacia las nuevas experiencias. Ser cerrado es estúpido. Mi padre era muy buen bodeguero, pero sólo probaba sus vinos -aclara que en esa época no se acostumbraba, ni se podía probar lo que producían otros-. Pero ahora la mayor riqueza de un productor es saber apreciar las diferencias, como las que se perciben cuando uno admira las pinceladas de diferentes cuadros", explica. - Sin embargo, en el film Mondovino se lo acusa de globalizar todos los vinos con un mismo estilo, borrando las marcas del "terroir".- Eso es una tontería, una mentira deshonesta. Y como prueba tienen los vinos que llevan mi sello: cada uno tiene su personalidad. Lo mismo ocurre con los vinos de Yacochuya, en Salta, que son diferentes a los de la bodega del Fin del Mundo, en San Patricio del Chañar, en Neuquén. Cada uno se expresa de forma diferente; si no fuera así, los vinos no hubiesen evolucionado. La gente que los hace cambió y el vino cambió. Eso se percibe en el trabajo en el viñedo, en la vinificación y en la botella; tanto en Francia como en otras partes del mundo.
Aunque algo sigue siendo básico: el terruño.Y para probar que todo cambia, Rolland pone como ejemplo al corcho: "Hace cinco años se perdía una partida completa de vinos por la mala calidad de los corchos, hoy los productores tienen métodos para analizarlos antes y usarlos sin problemas. Este tipo de adelanto se produce todo el tiempo, pero muchas veces es difícil comunicarlo", dice. Y agrega: "Se podrá decir de mí muchas cosas, pero nadie puede negar que, para mí, el vino es la vida".
CADA VINO, UNA SORPRESA

A pesar de haber estado siempre entre uvas y barricas, Michel no pierde su capacidad de sorpresa ante cada nueva copa. "Nunca hay que negar la posibilidad de que una región sin tradición vitivinícola comience a hacer sus vinos. Después de todo, la primera vez que vine a la Argentina no imagine que en la Patagonia se iban a producir vinos tan buenos como los que se están haciendo. Lo mismo me pasó en Croacia", cuenta.

Para Rolland es un error pensar en una confrontación entre el viejo y el nuevo mundo: "Existen vinos buenos en Europa y vinos buenos en América; y también malos en ambos lados", dice. Y respecto a sus bodegas, su meta es producir un vino que cada vez le guste más a él y a los otros.-

¿Cómo definiría su gusto en materia de vinos?

- Mi vino preferido siempre es el próximo -ríe-. Después de probar mucho siento que mi gusto personal hoy está más ligado a los aromas y sabores de Pomerol, a mi tierra natal. Es algo así como volver al olor de una madre para un bebé. Pomerol para mi es eso: el principio, el vino de mis padres. Luego, vinieron los demás.Michel ama su "terroir"; pero dice que si tuviera que elegir otro lugar para trabajar, serían los Estados Unidos, por sus reglas claras. Aunque también le gustaría que sus nietos se criaran en un país como la Argentina: "Me recuerda lo que teníamos en Francia hace 30 años. La gente es agradable y abierta. Mi abuela recibía gente en su casa, como lo hacen mis amigos argentinos conmigo desde hace más de 20 años.
"Conocedor a fondo de la cultura de la vid, Michel se muestra dispuesto a compartir sus secretos a la hora de degustar una copa. "Al vino siempre hay que probarlo con alguien; porque no se concibe un vino para disfrutar en soledad. Es una bebida que nació para ser vivida de a dos", asegura.

Fuente: clarin.com

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