Aunque la elaboración de pan y sus derivados se inició en el antiguo Egipto, nada indica que los primeros panaderos de la civilización tuvieran alguna vez la idea de rellenar un molde de pasta con carne, pescado o fruta.
Este avance culinario se registró en la antigua Grecia, donde el artocreas, una tarta de carne picada con sólo una costra inferior de pan, gozó de varios siglos de popularidad. Dos características distinguían estas primeras tartas o empanadas: no tenían un piso superior de pasta, y el relleno nunca consistía en frutas o crema, sino tan sólo en carne o pescado.
Las primeras tartas de dos pisos fueron confeccionadas por los romanos. Catón el Censor, estadista romano del siglo II y autor del tratado De Agricultura, era muy goloso y dejó registrada una receta de la empanada más popular de su época: la llamada placenta. Para la corteza se empleaban harina de centeno y de trigo, y el dulce y espeso relleno consistía en miel, especias y queso de oveja. Finalmente, la tarta era untada con aceite y se horneaba sobre hojas de laurel.
La primera referencia occidental a una tarta de frutas, y además una auténtica tarta de postre, aparece en la historia con fecha sorprendentemente tardía: en el reinado de Isabel I de Inglaterra, o sea en el siglo XVI. Aunque posiblemente la repostería casera utilizaba frutos tales como melocotones y manzanas, es sabido que la reina exigía cerezas deshuesadas y confitadas como sustitutivo de los tradicionales rellenos de carne o de pescado.
Una vez hizo su aparición la tarta de frutas como postre, sus referencias y sus rellenos proliferaron, pero es interesante observar que al principio, y tal vez siguiendo el capricho de la reina, en Inglaterra las tartas predilectas fueron las confeccionadas con bayas silvestres, con preferencia sobre las de frutas cortadas.
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